Crítica de Chéri
Hay cineastas a los que se lo pedimos todo. Directores que, dado un curriculum más o menos destacado, esperamos que sean brillantes en todo lo que hacen y cada nueva película suponga un pico en su carrera. Cada uno tendrá sus preferencias al respecto. Pero no podemos olvidar que precisamente lo que los ha puesto ahí es lo que les permite de vez en cuando hacer escapadas creativas hacia lugares más apacibles y relajar su tono en películas de menor estofa fílmica.
En mi caso, Stephen Frears forma parte de este grupo y su «Chéri» es uno de sus «momentos de distensión».
Con esto ya me entendéis: la última película del de Leicester no es tan condenadamente buena como «Los timadores», «Mi hermosa lavandería», «Alta fidelidad» o «La reina», pero sigue siendo un producto dignísimo. Lo que pasa es que por su carácter de producto «de época» (bonita expresión que equipara historias transcurridas en el XVI a otras de finales del XIX), por el guión de Christopher Hampton y por la aparición de Michelle Pfeiffer podríamos ir a pensar en «Las amistades peligrosas», para un servidor la obra maestra incontestable del director. Y claro, ahí palidece la cosa.
Así que hay que tomarse «Chéri» como una comedia (eso) de época, de escarceos amorosos en la alta sociedad entre una serie de personajillos más o menos insignificantes, pero de deseo caprichoso todos ellos.
Partiendo de una novela de Colette de los años 20 del siglo pasado, la historia nos sitúa en el París de finales del XIX, en plena belle époque, donde las cortesanas eran un importante engranaje de la vida cotidiana hasta el punto de que algunas de ellas intentaban hacerse un hueco social y retirarse a la comodidad hedonista del «no hacer nada». En este contexto crece Fred Peloux (Ruper Friend), hijo de una de estas cortesanas (Kathy Bates) que pronto establecerá una relación muy estrecha con una amiga de su madre, Léa (Michelle Pfeiffer), quien apoda a Fred Chéri. Dada la diferencia de edad, madame Peloux interpondrá a una casamentera (Felicity Jones) entre su hijo y su amiga, y esta última tratará de rehacer su vida amorosa con jóvenes amantes ocasionales de poco, o ningún carácter.
Lo dicho, comedia de amoríos más o menos clásica. De toma y daca sentimental y con el componente «amor otoñal», con una Michelle Pfeiffer ya entradita en años (es un decir, la tipa está estupendísima) y un efebo con el nombre de Rupert Friend, que parece empeñado en convertirse en el Keira Knightley masculino: le hemos visto, entre otros lados, en «El libertino», en «Orgullo y perjuicio» y en «La reina Victoria«.
Así que como comedia de enredo el tono general es distendido y alegre. El inicio no deja demasiado lugar a dudas, con la propia voz de Frears narrando en off la historia con un tono algo impostado, sin ocultar la condición de relato, y que nos acompañará a lo largo de la película.
A partir de ahí se despliega un catálogo de frivolidades y libertinajes diversos, entre la insinuación y lo directamente descarado, en medio de un clima de «valores difusos» en el que los personajes no son más que piezas de ajedrez en las partidas de otros personajes, movidos por sus deseos (sexuales), frustraciones (lo de las diferencias de edad que comentaba) y decepciones (la imposición de una esposa a Chéri). Por eso Frears escora con facilidad hacia la exageración: toda la historia tiene un tono muy teatral y está poblada de ladillas sociales, seres caricaturescos en algunos casos y, cuando no, directamente grotescos.
Estos últimos insinúan por dónde van los tiros de la intención de su director: a pesar de su condición de entretenimiento decimonónico simpático (que lo es), al final lo que parece ligereza acaba revelándose como una mirada ácida a las clases altas y a sus huecos caprichos; y a partir de una conclusión dramática y tan trágica como rompedora, Frears da carpetazo a todo y nos lo escupe a la cara: en el fondo era aquella una sociedad decadente y a medio paso de su propia extinción.
Pero no deja de ser una sociedad que bucea en su propia mierda con una gracia inconsciente y despreocupada, y así es como nos la muestra el director, que se recrea en unas imágenes atractivas y preciosistas (en algunos momentos excesivamente esteticistas) basadas en una reconstrucción histórica muy lograda (vestuario y atrezzo son realmente impresionantes). Con todo ello podemos sentir la brisa agradable del paseo matutino y notamos el calorcillo del sol en las puntas de los dedos de los pies repantigados en nuestras hamacas de jardín. Pero también estamos a punto de sufrir colapso visual en algunas estampas de intenciones pictóricas y resultados casi, casi kitsch.
Sea como sea, en la (re)construcción de ese mundo las interpretaciones ayudan, por supuesto. Michelle Pfeiffer está más que correcta en su papel de puta-amante-maternal y la Bates borda ese personaje entre encantador y brujil derrochando macarrería a toneladas. Como de costumbre, vamos. En cambio los jóvenes, tanto Friend como Jones, están algo más sosos. Cumplen ambos, pero «estar presente» no va a ser suficiente para Friend si lo que quiere es trabajarse una carrera interpretativa de peso. De momento, en «Chéri» poco carácter demuestra.
En fin, que como decía al principio, creo que deberíamos permitir a algunos directores, porque ellos se lo han ganado, que tengan pequeños escapes creativos. Juegos quizá poco arriesgados (en esta película no cabe la sorpresa, no) pero bien ejecutados, bien narrados y huyendo del piloto automático. Especialmente si son tan entretenidos y agradables como esta «Chéri».
6’5/10