Crítica de Las chicas de la 6ª planta

crítica de Las chicas de la 6a planta

«Vente a Alemania, Pepe», exhortaba Pedro Lazaga desde los surcos de aquella vejestoria película, cumbre de un cierto cine patrio muy nuestro y muy, a su pesar, radiógrafo de una época y un lugar: Alfredo Landa probablemente sólo quería descojonar al personal desde las trincheras con alambres ya despuntados y gastados de los años de los últimos coletazos del régimen, pero sin darse mucha cuenta a lo mejor también daba testigo de aquello tan español de regocijarnos en nuestra propia miopía panderetil o bien todo lo contrario, emboñigarnos a nosotros mismos y salir por patas, que el vecino está mejor, trabaja más, come más copioso y folla más blandito. Una situación que, mucho me temo, vuelve a sernos cada vez menos ajena.
Y es un poco lo que pretende testimoniar ya en clave algo más rigurosa la francesa (que no española) Las chicas de la 6ª planta, retrato más o menos idealizado –manda narices idealizar nuestros sesenta- de aquellos éxodos en pequeña escala que motivaban la migración de señoras españolas para tierras galas. Siempre escapando del régimen, casi siempre llegando allá para ejercer de mucamas, limpiadoras o chachas de variable índole y mutable conexión sexual para con el señor receptor, chovinista sobrado aun magnánimo.

Había mucha felicidad en todo aquello, para qué negarlo. El intercambio cultural siempre es sano, y si la materia prima venía toda acharangada de la soleada y paellera España, el resultado sólo podía ser florido y generosamente faralai. O eso parece querer transmitir una película que, de no destilar semejantes cantidades industriales de inocencia pusilánime, repelería de lo lindo por su carácter paternalista y por su superioridad condescendiente. No, aquello no fue camino de rosas y sí, la tragedia de abandonar el hogar es mucha tragedia.

Pero no hagamos mala sangre, principalmente porque, asumido que esto no va a homenajear como se merecen (esto es, con seriedad) a las mujeres emigradas, Las chicas de la 6ª planta a lo único que parece querer aspirar es al buenratismo a través del retrato folklórico bellotero. A la mezcla, muy Cine Europeo para todos los públicos, de comedia, drama y romance suave, todo en cantidades muy amables, laxo y poco incisivo en cualquier caso. Esa fórmula ganadora que tan ricamente ha servido durante los últimos años, por ejemplo, a ese doctor Kellog del cine llamado Christophe Barratier, siempre con una mina de lápiz pinchando lengua, una moleskine en la mano y la vista justo en el lado opuesto de donde toca, o quizá con los ojos demasiado entornados como para atinar una imagen verdaderamente crispy, a 1080p.
De modo que al final, ni lamentaciones ni hostias. A lo que se dedican las protagonistas de la película de Philippe Leguay es a perpetrar el tópico ibérico -fiesta, paella, flamenco, tortilla patatas, penita pena- allende los Pirineos y de paso demostrar que tanto el choque de clases (criadas contra señores) como el cultural (españolas contra franceses) es conciliable principalmente porque a) ellos son menos malos de lo que parece y b) nosotras rezumamos desparpajo vital a cada ración de cocido madrileño servido en vajilla de Limoges.

Lo que desemboca en una película acomodada y en el fondo bastante chorra, poco ambiciosa en su alcance literario, formal, simbólico y analítico, que antepone el hecho simpático al rigor (¿una gallega bailando sevillanas?) y que aboga por un costumbrismo de patio de luces con, eso sí, más movimiento marujil que el de Un maldito embrollo. Porque si algo sustena esto con dignidad (la dignidad de sobreempujar el producto media cabeza por encima de la medianía) es ese grupete de actrices espléndidas, lideradas por una estupenda (como siempre, esta mujer es nuestro tesoro nacional) Carmen Maura y secundada con sentido y sensibilidad por una Natalia Verbeke que da lo que se le pide –incluyo carne- y una Lola Dueñas que sigue posicionándose como secundaria con kilates de nuestro cine. Ellas y otras tantas (con el adéndum del magnífico Fabrice Luchini) componen esta troupe de mujeres que a ratos parecen salidas de un tebeo Bruguera y a otros de un costumbrista francés de garrafón, síntesis de lo que propone el propio Leguay: una puerta abierta entre el cine francés más insustancial y el conformismo artístico hispano para un rato fílmico melifluo que ni chirría ni encandila pero que, como puerta abierta, ciertamente deja correr un airecillo que refresca ahora que el calor reblandecedor empezará a licuar neuronas en emporios del capitalismo disfrazados de salas de cine.
Correcta en el más anodino de sus sentidos. Podría ser peor.

5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. topico iberico? si es que los guiris son peores que nosotros,la de veces que me han preguntado que si se bailar flamenco y yo que no, 'que soy de Santander…' jajaja
    Muy diver la critica Bluto, aunque la peli apetece poco todo sea dicho! ;)

  2. "Santander? Espáin? A flamenquear!"

    Si es que lo tendríamos que llevar escrito en el ADN: vosotras el arranque flamenco, nosotros el salto la rana y estocá

    La peli apetece MUY poco, lo entiendo. Ese es su problema. Si por lo menos fuera mala… pero es que ni eso

    ;)

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