Crítica de Chico & Rita
Al mismo tiempo que no termina de afinar todo lo que debería (eufemismo del año) en su carrera como director de ficción, Fernando Trueba parece estar montándose una vida paralela a la «oficial» que ríase usted de Harry Tasker. El director de «Belle Époque» ha decidido dar salida a sus inquietudes musicales y se ha erigido como una especie de principal homenajeador de la música latina a través de algunos caprichos afortunados que ha ido felizmente pegándose en los últimos tiempos. Bien por él, su trabajo resulta encomiable, su empeño digno de elogio y los resultados francamente interesantes.
Ya lo fueron los de «El milagro de Candeal», y especialmente los de «Calle 54», aquel auténtico caramelo-tributo guajiro que convocaba en una sola cita a popes del calibre de Eliane Elias, Tito Puente, Chucho Valdés, Michel Camilo, Paquito D’Rivera o Chano Domínguez. Y vuelve a ser notable el balance de su última esta vez, con el diseñador Javier Mariscal como inestimable aliado motriz.
De ambas sensibilidades nace este «Chico & Rita» que funciona como una especie de ficción inspirada en la realidad, o biografía encubierta de los músicos que practicaban lo que dio en llamarse jazz latino (sus raíces, en realidad) allá por la Habana, circa 1940. Más concretamente, el Chico del título podría funcionar como un reflejo más o menos distorsionado de Bebo Valdés, el tercero en la ecuación y el núcleo de todo esto. El hombre que respira «Chico & Rita», que funciona como su centro de gravedad y que aporta, cómo no, su música al conjunto.
Pero mientras las tres cabezas visibles parecen imbricarse por arte de virlibirloque emotivo en un todo compacto, la historia de «Chico & Rita» es una historia de choques. De dialéctica constante, nunca inmóvil, siempre mutante: la película rezuma la vida que surge del movimiento cinético de la música, siempre en evolución (de los ritmos tradicionales a las nuevas visiones jazzisticas); de los cambios «físicos» de los personajes (desplazamientos de la bulliciosa Habana a la cosmopolita Nueva York, otro choque) y de sus vaivenes sentimentales, siempre inestables, siempre en constante rifirrafe emocional.
Eso dota a «Chico & Rita» de ese carácter de película nerviosa y excitada. Vivaraz y urgente. Expresiva y rebosante de comedia y de drama y (especialmente) de romanticismo y de música, los dos elementos que, al fin y al cabo -parecen querer decirnos- lo mueven todo.
Y precisamente por eso resulta un tanto deslucida «Chico & Rita». Apoyada en esos dos pies principales, acusa de una cierta cojera en el respectivo al «amor»: mientras que en su parte musical es un entretenimiento y una carga de profundidad emotiva irreprochable, tenemos que esperar a los últimos minutos de la película para que su parte sentimental llegue a morder todo lo que quiere. Lo demás son vaivenes de una historia demasiado trillada, que se podría autodenominar clásica, pero en el fondo es excesivamente esquemática. De tan tópica que casi irrita, porque extiende sus tentáculos hacia la misma concepción de los personajes: él, caradura mujeriego; ella, rebelde enganchada en el fondo a él; el de más allá, un ricachón sin escrúpulos y el otro de más allá, el amigote bonachón que gusta de salvar la papeleta.
Pero no hay que hacer demasiada sangre de ello. Con toda seguridad no entraba en los planes inventar la Historia de Amor Definitiva, o ello no tenía una mayor prioridad que el dar cuenta de los últimos años en Cuba y su irremediable relación adúltera con los Estados: «Chico & Rita» pasa por la explosión cultural, pero también por la Revolución castrense (que condena con desfachatez a la «música imperialista»); por la vida de los clubes nocturnos (Tropicana), pero también por las redadas policiales contra el tráfico; y traza el camino que lleva de la rumba, el bolero y el son al latin jazz, al jazz clásico, al swing y al be-bop. Del «Buena Vista Social Club» (Wim Wenders) al «Bird» (Clint Eastwood). E ilustra el camino de baldosas amarillas que lleva a las Rita LaBelle (pseudónimo de oropel de nuestra Rita) de las barriadas habaneras a los escarceos con las estrellas de Hollywood.
Y es que «Chico & Rita» es tan testimonial como mitómana. Se dejan ver por aquí, cameo mediante, Bogart o James Dean. O mejor, aparecen estelarmente Charlie Parker, Dizzie Gillespie, Ben Webster, Tito Puente y ese Chano Pozo al que casi se canoniza con reverencia.
Y todo en un lienzo excitante, el que confecciona Mariscal y su equipo de animadores, que logran crear una efectiva mezcla acercando las sensibilidades mediterráneas (siempre en el ideario del diseñador valenciano) al ambiente puramente caribeño. Es cierto que la animación falla en alguna ocasión en las distancias cortas: falta precisión, algo imperdonable cuando lo que irrumpe en pantalla son los dedos danzarines de un pianista, o las incansables piernas de una bailarina, por ejemplo. Pero por lo demás, la Cuba de Mariscal resulta expresionista, cromáticamente viva, deliberadamente contrapuesta al Nueva York nocturno, azul. Esto es, un nexo que hermana dos maneras de entender la vida y la música distintas. Operación de puenteo que se repite en esa coda emocional a la que contribuye la aparición final de una tal «Estrella» que supone (hablaba más arriba de los «choques») un nuevo encuentro; este de dos generaciones, dos mundos y dos culturas totalmente distintas para una sensibilidad extrañamente cercana. Chico & Estrella; Valdés & Morente.
Todo ello en un momento en que la película se acerca a su final y va asentando definitivamente en el espectador la poderosa sensación de melancolía, de ternura y de pasión que en el fondo quiere transmitir.
7’5/10