Crítica de Chopper
Con tan sólo tres películas en su haber, Andrew Dominik ya se ha hecho un hueco en el panorama cinematográfico, colándose en ese grupo de cineastas entre alternativos y denunciadores que hacen las delicias de un tipo muy concreto de público y crítica (quizás más del segundo colectivo que del primero). En 2012, sin ir más lejos, estrenaba una propuesta tan desapercibida por las grandes audiencias como convertida en cine de culto: Mátalos suavemente. Un poco lo que ya le había ocurrido con la anterior, estrenada la friolera de seis años atrás, e intentona de resucitar el western sin demasiado éxito (de nuevo, en cuanto a taquilla, que no a crítica): El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford. Pero hay que dar todavía un salto más hacia atrás en el tiempo, y de otros siete años, para dar con el debut del cineasta en la dirección de largos. Este Chopper que se estrenaba en el año 2000 causando un revuelo de cuidado en Australia, su país de origen. No es para menos: se trata de una muy libre adaptación de la historia del asesino más peligroso de la historia del país, interpretado por un Eric Bana aún en vías de canonización, por cuyo papel se llevó uno de los tres AFI (los Oscars de Australia) que en total obtuvo la cinta. ¿Los otros dos? Casi nada: mejor actor de reparto y mejor director.
Es precisamente la labor de este último la que le da a Chopper un valor añadido. No se me malinterprete, de Bana y Simon Lyndon hablaremos un poco más adelante; pero vale la pena empezar por Dominik, pues rara es la vez en que una ópera prima consigue, si bien siendo radicalmente distinta a los siguientes trabajos de su responsable, significar una Biblia temática, formal y emocional tan clara para la carrera de un director. Empezando, sin ir más lejos, por el acercamiento a la violencia. Como veríamos en sus siguientes trabajos, el cineasta juega a la ambigüedad con un entramado que no deja demasiado lugar a dudas: es la historia de un asesino falto de escrúpulos y más bien tocado del ala, famoso por el salvajismo de sus actos. Y así lo evidencian los primeros minutos del film. Y sin embargo, no tarda en ponerse en evidencia un desinterés casi total por el asesinato, la sangre, lo explícito en definitiva. Es como si a Dominik le aburriera todo ello (de hecho, así lo dice, a través de Brad Pitt, en su más reciente película). Él, la violencia la trata desde otra perspectiva. Surge de cada poro, de cada esquina húmeda y polvorienta; es un estado de ánimo, un arma para obtener otros fines, ya sea sumir al espectador en un estado de ánimo perfectamente definido, o para describir a un determinado tipo de sociedad. En Chopper, en concreto, se nos presenta una serie de personajes terribles, rayando en lo grotesco. Desde el propio protagonista, que decide cortarse las orejas como si de un perro de presa se tratara y no duda en bajarse la bragueta en un lugar público para mostrar su miembro a las mujeres que lo rodeen, al amigo drogadicto que vive en poco más que un zulo. Con un panorama así, ver a Bana matar a diestro y siniestro sería incluso contraproducente, desviaría la atención del brumoso espíritu, viciado hasta la médula, del film.
Tan viciado como su propia puesta en escena. En su debut tras las cámaras, Dominik ya farda de unas habilidades envidiables como narrador visual (o así), y para esta esperpéntica dramatización de la vida del asesino (que por cierto, y mejor avisar antes de que se nos olvide, abarca un muy breve y muy concreto arco de tiempo, alejado de los crímenes por los que se lo conoció en su país natal) perpetra una personalidad marcadísima que va labrando mediante un montaje cambiante pero consecuente, y una saturación de colores casi aberrante; atención a la visita de él a la casa de su amigo, escena de oscurantismo emocional sólo alterado por la iluminación a base de luces de neón pasadas de rosca. Es el expresionismo formal que veríamos más adelante (la fotografía quemada de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, la oscuridad alterada de Mátalos suavemente), leal acompañante del voluntariamente anticlimático ritmo con que se van desarrollando los entramados, que aquí desde luego no es la excepción. Más bien al contrario.
De apariencia entre ritchiana y tarantinesca sobre el papel, Chopper tarda poco en verdad en descubrirse como un ser bien distinto, apenas si guarda relación con sendos directores (y su escuela de seguidores) salvo por el dibujo de sus personajes. El asesino que da nombre a la película es un cachondo en el sentido más amplio de la palabra, pero de su personalidad no se deja contagiar una cinta estricta y con pocas concesiones. Y que de hecho, en ocasiones peca de un exceso de apatía de la que sí puede contagiarse el espectador. Suerte de la presencia de Bana y compañía. Prometíamos hablar de ellos al principio, empezando por el Bruce Banner de Ang Lee, y es que el australiano completa una interpretación soberbia. Pasado de rosca, de acento y de peso, su Chopper asusta pero enroca, da mal y buen rollo a la vez, y todo ello se desprende ya desde las escenas (todas ellas) de la cárcel iniciales rabiosas y aquí sí, hiperviolentas, para establecer bien claro los límites, o la falta de ellos, de este reservoir dog del hemisferio sur. Merecido reconocimiento en forma de premio AFI, como merecido el de mejor secundario para un Simon Lyndon que si bien es, realmente, muy secundario, sirve para apuntar otra gran proeza de Andrew Dominik, como es la dirección de actores (que exprima lo mejor de ellos queda reflejado en que este sea el mejor trabajo de Bana hasta la fecha, o en la recuperación de la mejor versión de Ray Liotta doce años después).
En definitiva, Chopper se revela como un notable debut por ser, a la vez, una sólida demostración de habilidades y la piedra miliar de una carrera que se antoja de vicio. Es entretenida, es incómoda, y sobre todo goza de aquella característica tan rara de ver en el género del biopic mareado con thriller: es distinta, una rara avis en un mundo donde ya casi nadie parece querer salirse de lo establecido. Oh, claro, para ello se pasa por el pito del sereno los hechos reales, pero de eso ya se encargan de avisar por activa y por pasiva, dando por bueno el dicho del que se apropia el Chopper original en sus novelas: no dejar que la verdad arruine una buena historia. Realidad, ficción, adaptación o imaginación. Sea como sea, el caso es que da en el clavo. Una propuesta muy a tener en cuenta.
7/10
Y en el DVD…
Savor se encarga, a través de Emon, de la distribución del DVD de la película, y lo hace con una edición más bien austera: apenas un par de biofilmografías, y un sinfín de notas de producción (muy centradas a la verdadera figura del asesino y best seller) de aquellas que fueron desapareciendo de los apartados de extras conforme la tecnología fue evolucionando. Pese a su desfase, de la película se puede disfrutar en condiciones, gracias a un apartado de imagen correcto que, podríamos decir, hace lo que puede en relación al material original y sin proceso de remasterización mediante. Tanto vale para el audio, depurado sí, pero sin perder un vulgar estéreo tanto en inglés (obligatorio verla así) como en castellano. Lo cierto es que poco de todo ello importa, si se tiene en cuenta que Chopper se incluye dentro de la colección Filmoteca de autor. ¿Qué significa eso? Ah, nada, simplemente, que por la compra ella te llevas, de paso, dos títulos de culto: El almuerzo desnudo, imposible adaptación de la novela de Burroughs a cargo de David Cronenberg, y Feliz Navidad Mr. Lawrence (esta, además, con audio 5.1 en inglés), sensacional drama bélico del recientemente fallecido Nagisa Oshima, con David Bowie.