Crítica de Clímax
Medio en broma medio en serio, Gaspar Noé presenta Clímax, su última película, como la única de su filmografía que casi está autorizada para todos los públicos. Claro, porque es la primera vez desde que se tiene uso de razón, que opta por contenerse, por no mostrar apenas exabruptos en pantalla. Como si eso fuera a suponer alivio alguno para el espectador, de nuevo enfrentado a otra de sus habituales pesadillas, otro de sus tours de force técnicos en forma de planos secuencia infinitos, montajes imposibles e iluminaciones de neón. De hecho, si acaso, es peor: ya avisamos ahora de que si Gaspar Noé ha descubierto el poder de lo sugerido y no mostrado, vamos a pasarlas muy putas.
Tanto como, al menos, se pasan en Clímax. Esa que se disfraza de fiesta y se promueve con bailes en vivo; esa que se presenta como una película orgullosamente francesa y que durante minutos y minutos parece ser una exposición de las virtudes de los bailarines del país galo. Ese caramelito envenenado (y van…) del mismo director que cuela como película porno tridimensional un angustioso drama juvenil. Ojo, nada tiene que ver esta con Love, su película más amable y tranquila (las cámaras 3D no permiten la libertad de movimientos de la que se suele servir el de Irreversible; su entramado es quizá el más vulgar de su carrera; el impacto es menor en general).
En Clímax, Noé vuelve a exprimir las posibilidades narrativas la cámara, que deambula alegremente por el escenario cerrado en que todo tiene lugar, coqueteando primero con las coreografías de los bailarines (impresionantes planos cenitales… ¿divinos?) y, luego, saltando de un personaje a otro conforme se alternan sus protagonismos, en esta fiesta que empieza a torcerse justo cuando Noé decide dejar de cortar planos. O sea, haciendo partícipe activo, al espectador, de un enfermizo descenso a los infiernos (no en vano suena lo que suena al final de la película). El punto de vista se va situando cada vez más cerca del suelo (¿inframundo?), conforme las luces se van tornando más rojas, la música más atronadora, y vamos olvidando la última vez en que se cambio de plano, la última vez en que se nos permitió respirar en esta secuencia eterna, agotadora, traumática.
Un clímax, en definitiva, que ocupa todo el metraje de esta suerte de ángel extermiandor bailongo en que la deshumanización del grupo de protagonistas, jóvenes que partían de una parrilla de salida sana, deportista, alegre, le sirve a Noé para lanzar discursos críticos cargados de mala leche. Pero sobre todo para destruir a un espectador a quien ataca consciente, subconsciente, y físicamente.
Clímax es agotadora, angustiosa, implacable, delirante. Tanto como prácticamente impecable, única. Otro derroche de ideas y virtuosismo de Gaspar Noé, vamos… aunque haya que sufrir lo que no está escrito para degustarlo.
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Gaspar Noé vuelve a la carga con un nuevo ejemplo de su concepto de cine: pesadillas a base de luces de neón, música atronadora, y una cámara en constante movimiento que apenas necesita cortar el plano. Excelente.
Yo me sentí muy timado con ésta. Fotografia y montaje, geniales. Un estudiante de cine HA DE VERLA.
Y sí, te mete en la voragine, pero es que a mi eso no me interesaba. Me hubiese ido si no hubiera tenido gente a lado y a lado de mi butaca.
Vaya, Coyote, pues me sabe mal porque a mí, ya ves, me flipó lo suyo! Supongo que es cuestión de que te interese lo que te propone efectivamente. Si no lo hace… las vas a pasar canutas pero en el pero en el peor sentido de la palabra!
Coyote, me ha hecho gracia, me pasó exactamente lo mismo, me hubiera ido en el último cuarto si no hubiera estado la sala llena y costara salir. Si estoy en el pasillo, me voy. Lo que me hace pensar que ya es lo que buscaba Gaspar Noé. Yo hasta medio infierno estaba fascinada, me estaba gustando mucho. Muy de acuerdo Caps con tu «divino» para describir la primera parte, esos planos cenitales fantásticos y la gestualidad bestial de los brazos/alas, yo también pensé en ángeles y cielo. Y se veía venir el descenso al infierno, ok.
Pero a medio infierno yo ya estaba hasta el coño. Empecé a ver exceso gratuito y sin chicha, repetición machacona, y me fuí irritando a tope. Tal vez eso era lo que buscaba Noé y mis dieses para él. A Coyote y a mí nos sacaba de la sala. Diana. Por lo tanto, le valoro la sensación de incomodidad, empacho agotador e irritación que me dejó dentro. Y un montón de imágenes preciosas, potentes y sugerentes.
Mención especial para el casting, tod@s perfectos, ni un@ flojeaba. Muy verité.