Crítica de Cobain: Montage of Heck
Nirvana fue lo más, una revolución. Kurt Cobain algo así como el John Lennon de la generación de principios de los 90. El disco Nevermind lo petó… pero todo eso ya lo sabemos. O si no, lo que sí que conocemos sobradamente es un documental que hable de estas cosas. Cuando la vulgaridad se instaura en el género, queda una historia interesante a la que aferrarse, pero un producto cinematográfico, per se, condenado al olvido. Y ojo, que las historias de Cobain y de la época que lo descubrió son lo suficientemente atractivas como para limitarse a un documental de piloto automático, igualmente satisfactorio para seguidores del mítico grupo del que el malogrado cantante era líder. Pero Brett Morgen no se conforma con eso; de hecho, parecería intentar justo lo contrario y, nos ponemos ya en materia, si algo se le puede reprochar a Cobain: Montage of Heck es justamente un desprecio casi absoluto por todo ello. Tanto da, entrad en Wikipedia y sacaros las castañas vosotros mismos, y rendidle el homenaje que creáis oportuno. Aquí lo que se pretende es echar algo de luz sobre lo único que aún pueda quedar entre sombras: la mente, el alma, la persona en sí. Cobain acabó pegándose un tiro a los 27 años, apenas cinco años después del lanzamiento de Bleach. ¿Por qué? Y de paso ¿Acaso pudo evitarse? Por ahí va Morgen con su sensacional nueva propuesta, amparada por la HBO.
Un documental basado en declaraciones (Courtney Cox incluida, pero ni rastro de Dave Grohl) y vídeos de antaño, así como grabaciones, textos, dibujos del propio artista, que cobran vida a ritmo de grunge y sumiendo al espectador en una auténtica pesadilla pasada de rosca. Montage of Heck pretende sumergirnos en las constantes tribulaciones del cantante, buscando explicación a su extraño comportamiento, a su adicción a las drogas, a sus ganas de abandonar este mundo. Y lo peor es que lo hace con pruebas más que evidentes, en su gran mayoría compuestas por él mismo y por tanto, poniendo en evidencia que quizá, prestándoles algo de atención, nada hubiese tenido por qué ocurrir. Demonios, ¿alguien se paró a tomarse mínimamente en serio alguna de las letras de sus canciones? ¿I hate myself and I want to die? De modo que aunque no de manera directa, sí hay descripción de la sociedad de la época, y desde un punto de vista francamente crítico, por más que Morgen tampoco busque posicionarse ni beatificar a nadie. No quiere que se encuentren culpables necesariamente, si bien nos esté señalando con el dedo a todos (y un poco al propio Cobain también, ojo); tan sólo quiere que seamos él por unas horas, pues al margen de la fama, su infierno en vida es fácilmente extrapolable a muchos. Así que arenga al canto: intentemos evitar tragedias así, tan tristemente habituales.
Para tocar de lleno al espectador, Morgen recurre a un film lisérgico, camaleónico, de ritmo en constante variación. Cobain: Montahe of a Heck tiene pasajes de pura calma (declaraciones de familiares) que suceden a subidones de adrenalina (conciertos) alternándose con surrealistas pesadillas inesperadamente exigentes para los sentidos del espectador: de golpe suben los decibelios, los colores empiezan a diluirse, la voz se distorsiona, el montaje se precipita… y de ahí no se escapa hasta que el director decide pasar al siguiente pasaje de calma. Lo dicho, un reflejo (intento de, claro) de la mente del líder de Nirvana, en constante lucha consigo mismo ante un universo adverso: una familia rota, una infancia difícil (hiperactividad mediante), una adolescencia deprimente, un éxito que no buscaba ni quería. ¿Motivos para acabar como acabó, decís? Incluso cuando su vida parecía tener un momento de pausa, cuando nació su hija y parecía que las aguas se calmaran, el film logra sacarnos escalofríos de puro terror al asistir al progresivo deterioro del protagonista retratado en diversos vídeos domésticos.
Ver Cobain: Montage of Heck significa asistir a poco más de dos horas de subidón, de colocón, de música atronadora ora mítica, ora enfermiza; de adicción, de miedo, de depresión. Una asistencia casi subjetiva a la (auto)destrucción del cantante, tan embriagadora como para hacerte entrar ganas de pedir ayuda a gritos, de zarandear a quienes te/le rodean para evitar el fatídico destino. No contará nada que no sepamos sobre su figura, se dejará cosas en el tintero (ni siquiera suena la versión original de Smells Like Teen Spirit hasta los títulos de crédito; ya digo que por ahí no va la cosa), pero demonios si aporta descubrimientos sobre la persona; tanto Cobain como el hijo del vecino. Mucho ojo.
7,5/10
Y en el Blu-Ray…
La Universal presenta el documental en una edición sencilla en DVD y Blu-Ray, gozando esta última de una gran calidad de imagen, a explotar cuando de declaraciones y animaciones digitales se trate (gran parte del metraje se basa en grabaciones antiguas, mínimamente restauradas y poco más). Por su parte, las únicas opciones de audio pasan por la versión original en 2.0 o bien en un master en 5.1 que desde aquí recomendamos ciegamente: atrona cuando da rienda suelta a las canciones del grupo, sobrecoge cuando busca plasmar en pantalla las pesadillas del cantante, y farda de claridad cuando se limita a recoger testimonios.
Por su parte, los extras se limitan a una entrevista con el padre de Kurt, de la que en el montaje final se recogen apenas unos pasajes de los 5 minutos que duró la original; y a otros 13 minutos de una muy interesante entrevista a Bret Morgen, en la que se habla tanto de la película como del personaje central. No hay mucho más que rascar, por lo que más que satisfechos que quedamos.