Crítica de Combustión
Hay una cosa que nadie le puede negar a Daniel Calparsoro, y es su intención de molar a toda costa. Si hace apenas algunos meses quería ser el Michael Bay español con aquella vitaminada (pero fallida, por supuesto) Invasor, ahora le ha dado por ser el niño malo del instituto, tirando de lo que parece ser que siempre funciona como reclamo entre una franja de edad muy, muy concreta: los coches túnin y las tetas (bueno, vale, esto último suele abordar un rango de edad más amplio). Estando un poco atento al mercado, viendo el éxito de la saga A todo gas por allá y 3MSC por aquí, es pan comido, puro 2+2: Combustión va de un grupo de ladrones y pilotos de carreras ilegales (¡las tienen todas!) cuya táctica pasa por usar a la novia de uno de ellos como cebo para que un ricachón con ganas de fiesta cometa un descuido y les permita entrar en su casa para hacerse con el botín. Oh, claro, luego se complica: problemas con tipos aún más malosos y apuestas arriesgadas, triángulos amorosos, y un personaje cuyo máximo logro es ser un poco menos malo que el resto (aunque infinitamente más idiota), que se erige como héroe del asunto. Buah, tío-nen, qué pasote.
El guión, absurdo como pocos ya en su estructura principal, se construye a base una incongruencia tras otra. Y son de bulto: ahí está esa banda de atracadores, con años de experiencia, que decide hacer un último golpe y para ello selecciona con sumo cuidado a su víctima. Afirman haberla estudiado a conciencia, haberse asegurado de que es el candidato ideal, el típico niño pijo de Madrid; y sin embargo, se les escapa que tiene un avión, que fue piloto de carreras profesional y que tiene un apartamento secundario. Ante semejante desliz, deciden investigar algo más… buscando su Tuenti por Google. Es sólo un ejemplo de la gilipollez suprema de la que farda con orgullo Combustión, tan válido como que los expertos en perseguir con coche a sus víctimas no se den cuenta de que tienen un modelo único de Porsche, blanco chillón, siguiéndoles la pista por medio Madrid hasta su escondite. O que un neng como cualquier otro reciba una paliza en su casa y al cortar el plano (que no la escena) hable tan tranquilo con el agresor. Lo dicho, un absurdo tras otro (podría seguir) pero ¿qué más da?
Aquí se viene a ver coches y tetas. Y ya puestos, que ellas también disfruten con torsos desnudos hipermusculados. Que luego se trate de un ataque sin cuartel a la inteligencia del espectador es lo de menos, máxime si uno estudia el tipo de público a quien va dirigida. Así puede ir una conversación entre dos espectadores a la salida del cine: «Oye, ¿has visto qué mal cuando los policías se olvidan de requisar los coches trucados a los que han estado dando caza?» «Tío, vaya cochacos, ¿eh? Cómo suenan sus motores». Una pena, porque al final esta clase de productos infectos son los que se acaban llevando la taquilla. Combustión es un insulto, es el anticine, pero poco importa. Es una nulidad cinematográfica tanto por lo hortera de su puesta en escena como por la incapacidad de hacerse mínimamente trepidante (sus carreras de coches, pocas, son soporíferas), pero qué más da. Por su aspecto, los modelitos que pululan por pantalla y su atronadora banda sonora, más que una película es una maratón de rebajas en el Bershka… da igual. Aquí da igual todo: el buen gusto, el arte de hacer películas, la voluntad por enriquecer al espectador. Aquí se viene a lo que se viene, a ser atracados a mano armada y sufrir una sesión de cine rodeado de niños revoltosos y nengs de castefa. Po’ vale.
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Buah nens, el cine español ya tiene su A todo gas, flipa… Vamos a ponernos en plan de coña, porque cualquier intento de tomarse en serio Combustión puede traducirse en muerte neuronal.
Juas, sí, hay tetas. Sí, de la Ugarte. Es sólo una escena, y hortera a matar… pero… tetas.
Pero….¿salen tetas o no? (las de la Ugarte, aunque diminutas, también cuentan (aunque ya tengamos Castillos de Cartón para ello)