Crítica de Compliance
Todo lo que los americanos pueden tener de amantes de la pornografía directa (entiéndase: la explicitud en la exposición del conceptos), seamos claros, parecen tenerlo, también, de cultivadores de lo sutil. Malditos expertos en su materia. El juego mental, la práctica de los estiramientos de los límites del suspense mediante tretas psicológicas y triquiñuelas del lenguaje parece ser un recurso literario más viejo que el mundo. Y un punto de partida cinematográfico que ha arrojado siempre resultados con posibilidades humanas infinitas. Y, como decimos, el cine americano (anglosajón, más bien) sabe explotar la sutileza de la tensión generada por una voluntad que hace crack, o bien por otra con sed de sometimiento. Ocurría a menudo en manos de Hitchcock, ocurría en clásicos de la talla de Luz que agoniza o El sirviente -por citar dos gigantes-, y ha ocurrido desde entonces en granados ejemplos de los límites de la oscuridad moral. Y ahora, esta Compliance no es sino otra muestra más de la tendencia: con cuatro paredes, un puñado de personajes bien definidos y un conflicto puramente psicológico con un maestro y un esclavo (aquí incluso varios), uno puede armar todo un mundo en desmoronamiento.
En este caso, el conflicto es tan simple que uno diría, si no viniera avalado por esa estupidez de los «hechos reales» (esto, presuntamente, ocurrió; pues vale) que no puede ser cierto. Por absurdo y por paroxístico: una llamada telefónica anónima acreditándose como agente de la policía pone patas arriba la
trastienda de un localucho de comida rápida al afirmar que una de sus empleadas ha sisado a una clienta. A partir de ahí se genera un juego de tensión, una lucha asimétrica y desigual basada en el juego de poder y sumisión absolutamente desproporcionada. En una relación marcada por la crueldad del sometimiento y la humillación.
Es decir, que tenemos entre manos un thriller psicológico en toda regla, pero absolutamente minimalista, despojado de asideros formales y grandes escapes: las tripas del local ejercen como espacio casi único para el drama. Como testigo opresivo y frío de la catástrofe. Mientras las paredes se mantienen asépticas e inamovibles, la destrucción de la persona va en aumento, llegando al despojo de su práctica humanidad, integridad y dignidad, exponiendo su esfera más
íntima.
Un juego de tortura en el que, en el fondo, nadie es coaccionado directamente. Tan sólo la amenaza del poder (un poder invisible, puramente verbal) convierte a los protagonistas en miserables hormigas vulnerables y descerebradas. Un juego, en fin, que se va extremando progresivamente, flirteando con la credulidad de un espectador que, al final, debe ponerla en cuarentena en virtud de la idea y el mensaje. Porque poco a poco Compliance va perdiendo su vocación de relato objetivo de unos hechos para erigirse en gran alegoría del abuso de poder; en una caricatura del control de las masas que puede desembocar en una dictadura. Al fin y al cabo, la voz del otro lado del teléfono pertenece a un don nadie, un tipo de la calle sin grandes cualidades -y varias perversiones; sadismo, voyeurismo…- pero también con una inteligencia malsana. La que permite articular la argucia de las medias verdades según la cuál nada es cierto, pero nada es totalmente falso. Nada responde a la verdad pura, pero nunca se pierde el sentido común. Siempre hay matiz y sutileza que van envenenando lentamente. Esto es, sí, una relación de dominio totalitario. O la gran alegoría del nazismo que supone esta reflexión sobre la responsabilidad del individuo que actúa sin juicio propio, únicamente a partir de las órdenes que recibe desde un estamento superior.
No es la única reflexión que cabe en Compliance. También hay una amarga visión sobre la credulidad y la tendencia al linchamiento irreflexivo, sobre la relación de masoquismo que puede llegar a surgir inmediatamente como respuesta al sadismo. Pero, probablemente, esto juegue un tanto en contra del resultado final. Porque la película parte de un high concept -una idea de partida brillante) que termina, como decíamos, conduciéndose al terreno del cuento moral. Y aunque no pierde pulso ni se apaga su capacidad revulsiva, sí que olvida con todo ello su parte más limpiamente cinematográfica. De modo que su puesta en escena es todo lo austera que se le requiere, pero también un tanto inane. Rutinaria, sin evolución y sin parangón respecto a la parte argumental. No hay apenas reflejo visual ni tonal en ese aumento de la tensión que, finalmente, queda resentido por la ligera falta de personalidad del director Craig Zobel.
Una relativa pena. Porque a poco que se hubiera apretado la tenaza y se hubiera trabajado desde la tensión escénica Compliance habría logrado ser algo más de lo que es. Y lo que es es una película muy correcta que remueve la consciencia durante cerca de hora y media pero al final queda reducida a un buen entretenimiento con contenido y una reflexión algo pija y caprichosa.
7/10
Te ha dejado las mismas sensaciones que a mi.
Las historias embotelladas me agobian y maravillan al mismo tiempo. Miro el reloj y digo… ¿como van a poder aguantar el resto de la película?
La historia roza el ridículo (por lo idiota de esa paranoia colectiva) pero se mantiene en el borde seguro. El final me lo tomo como mero espectáculo contenido.
Me fascina como desarrolla todo el juego de dominación y manipulación. Brillantes todos los actores en su imperfección. La falta de progresión en la tensión visual… creo recordar la suple con un aumento de la tensión sonora. No lo recuerdo del todo bien.
Como bien dices muy correcta, pero delirante en su último tramo.
Y que coño… ES LA TÍA DE "DON´T TRUST THE B IN APT.23"!!!!
Bien, Barry, bieeennn… No decepcionas. Primero porque es un descanso que tú opines lo mismo que yo: por aquí la peli está dejando bastante buen sabor de boca y ya pensaba que todo el mundo se había chiflado de golpe
(es más, he oído comentarios por el Festival del estilo 'ufff, qué angustia, me tuve que salir al cabo de media hora…' Saywaaaaaa?)
Y segundo porque estuve a un esto de decir lo del Apartamento 23 y pensé 'nah, que lo haga él'. Jejeje…