Crítica de Convención en Cedar Rapids

Si tuviéramos tiempo para perder, para rellenos fílmicos con voluntad de pasarratos olvidable; para refrescarnos con pequeñas anécdotas cinéfilas sin demasiada importancia previa ni poso posterior, «Cedar Rapids» perfectamente podría ocupar un hueco destacado en cualquier cartelera vacacional. Pero ocurre que el terreno de la comedia americana está últimamente un poco estresado. La irrupción hace ya unas temporadas de los chicos Apatow y lo que se han traído consigo (esa llamada Nueva Comedia Americana) ha saturado el sector y lo ha convertido en un lugar supercompetitivo y feroz donde cada ejemplo debe pisar y salpicar más mierda que el anterior.
Y en esta tesitura quizá la película de Miguel Arteta es como su mismo protagonista: un hombre pueblerino y modesto que un día se ve con la obligación de enfrentarse a las grandes ligas. En otras palabras, un representante de seguros que es enviado a una multitudinaria convención en la que se va a entregar un premio que se embolsará el más despiadado tiburón. Lo que ocurre es que si establecemos este paralelismo, el destino de la película no puede aspirar a grandes logros, acabará quedando en poca cosa debido a su endémica modestia.
Lo que en el caso del tal Tim Lippe es una escapada que aunque termina dándole una nueva perspectiva de la vida no pasa de fin de semana de desmelene, en la propia película es una anécdota enmarcada entre una secuencia recurrente al principio y al final: la aparición de una azafata de avión que da inicio y pone fin a todo lo que ocurre en Cedar Rapids. Y mucho me temo que lo que ocurre en Cedar Rapids se queda en Cedar Rapids.
Tampoco hay que ser muy injustos. «Convención en Cedar Rapids» no busca jugar exactamente en la misma división que los productos Apatow y las animaladas del fratpack. A pesar de que Ed Helms ha conseguido finalmente su merecido papel protagonista, la película tampoco quiere codearse con un «Resacón en Las Vegas«. Y por otro lado, no está interesada en ofrecer una «indie-pendencia» tan abrasiva como la de «Cyrus«, por ejemplo (con la que comparte a John C. Reilly).
No, más bien se sitúa en un punto intermedio entre lo neo-cómico y lo indie. Como si Greg Mottola rebajase su tono de macarrería o (Jason Reitman) elevase su tolerancia por la escatología. Está bien que se encuentren vías intermedias, pero entonces es difícil esquivar lo templado, lo indefinido. Y «Cedar Rapids» termina convirtiéndose en un producto bastante impersonal (que demuestra que en el fondo, las capacidades expresivas de Miguel Arteta lo hacen intercambiable por cualquier Jake Kasdan o Adam McKay de turno) y lejos de los grandes logros del propio Apatow, de Paul Feig, de Greg Mottola o de Todd Phillips.
Pero como producto semie-indie sabe conectar con las inquietudes del (¿género?) ofreciendo algo más que sana monstruosidad interrelacional. Aquí los personajes no son tan autodestructivos ni tan loser y están dibujados con una cierta sutileza, partiendo de distintos planos de sinceridad o autoengaño. Porque todos se han visto obligados a convivir consigo mismo enterrando sus frustraciones bajo mantos de sociabilidad.
De este modo, la mayor parte de los logros conseguidos por «Cedar Rapids» hay que agradecérselos a su cuarteto protagonista, entrañable panda de freaks (Helms, C.Reilly, Isaiah Whitlock jr. y Anne Heche) que al final terminan respirando una considerable plausibilidad. Obvios laureles para Ed Helms, que aumenta el nivel de lechuguismo respecto a sus anteriores papeles en «The Office» o «Resacón en Las Vegas». Tim Lippe es el buen pueblerino absorvido por las velocidades, contradicciones y juegos de moralidad y amoralidad de la vida moderna. Pero, como transgresión del modelo Capra, Tim descubre las bondades de la vida adulta concretadas en la juerga (en su caso, alcohol, drogas y putas) y en la aventura como opuesto a la aburrida vida familiar. En el fondo, «Cedar Rapids» aboga por el despendole y habla de la promiscuidad -hay referencias a «La letra escarlata»- como vía posible (si no como única vía).
Sin nunca dejar su carácter de agradable entretenimiento gamberro, con mejores o peores resultados «Cedar Rapids» satiriza amargamente sobre la mojigatería religiosa, el submundo de las convenciones empresariales y la autoexigencia suicida de los que han crecido a la sombra de una familia o una comunidad opresiva.
Pero, como comentaba, su autoencierro en el relato a medio gas hace que al final nada resulta especialmente novedoso, ni llegue en ningún momento hasta el fondo, ni apriete las tuercas del humor salvaje, ni sus cargas de profundidad malababosa sean especialmente destructivas, ni siquiera logre cotas emotivas especialmente elevadas. Y al final uno se termina cuestionando sobre qué habría ocurrido si la película hubiera sido más consecuente y en un giro final los cuatro amigos hubieran terminado sacándose los higadillos mutuamente en virtud de la competitividad empresarial. Y preguntándose por qué los responsables de «Convención en Cedar Rapids» no parecen haberse querido meter en semejante jardín de las bajezas humanas cuando lo tenían todo de cara.
¿Para simplemente hablar de la amistad? Poca chicha, en ese caso.

6/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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