Crítica de Convicto (Starred Up)
Con David Mackenzie hemos topado. El cineasta/culo inquieto que lo mismo hace de indie que se las da de pseudo-Cuarón (en su versión sci-fi), o se apacigua hasta lo indecible con propuestas comerciales de medio pelo. Lo ha intentado por activa y por pasiva, y todo para asomar apenas la cabeza, pues mal que le pese, la gran mayoría de su filmografía ha pasado, hasta la fecha, más bien desapercibida. Hasta ahora, al menos. Y es que tras sus dos acometidas más que dispares del año 2011 (Rock ‘n’ Love y Perfect Sense), la última intentona del inglés volvía a pasar por un cambio de registro, en 2013, para liarse con un drama carcelario que, a tenor de la acogida de crítica y público allende fronteras (por aquí sólo se ha podido ver en festivales de donde ha salido con entusiasmo parejo), podría suponer la piedra miliar de su definitiva aceptación. Y eso que tampoco es que estemos para echar cohetes precisamente: Convicto (Starred Up) cuenta con varios aciertos, pero también con más de un revés que quizá esta vez no provengan de la necesidad de que su figura sobresalga por encima del resto de elementos de su obra (y de la obra en sí),sino de lo condicionada de la misma por un argumento que mira tanto hacia el drama, motivado por una coincidencia pelín forzada que por lo visto no puede desvelarse por miedo al spoiler (es bastante obvia, la verdad), de sus personajes, como para olvidarse de un discurso crítico más general que también reclama protagonismo a gritos.
Porque con este film se vuelve a hablar de la sociedad y de las cárceles, para lo que sitúa al espectador en el medio exacto de un cruce de caminos morales: debe revisarse a fondo el estado de las prisiones para garantizar la dignidad y seguridad de sus reclusos, pero ¿realmente queremos que se lleve a cabo? Aprensivo, estimulante, pero poco peligroso precipicio el que se pone ante nuestros ojos, por lo curtidos que estamos en materia. Y no es que Mackenzie no haga lo indecible para empujarnos hasta el mismísimo borde para ver si consigue sacar algo de vértigo de nuestras entrañas: dirigida con buen pulso y fardando de una factura impecabilísima marcada por una selección de colores parduzca y moderadamente inquietante, la película se presenta cruda y visceral tanto a nivel formal como de libreto. La violencia que desprenden sus fotogramas se impregna en el ánimo de la platea y todos los esfuerzos parecen dirigidos a tal fin, so pena de caer puntualmente en la recreación excesiva de lo aprensivo: hasta las interpretaciones (excelentes Jack O’Connell y un Ben Mendelsohn entregadísimo) se llevan al extremo para que hasta la más nimia de las conversaciones apunte a exabrupto.
Sólo que… eso: no lo consigue. O no tanto como esperaba. Y es que en primer lugar, Convicto peca de recuperar una serie de temas manidos hasta la saciedad y desde cualquier punto de vista imaginable. Tanto en su prisma de denuncia social como en lo que a drama personal/familiar se refiere. Pero también, y como se adelantaba al principio, ambas piezas se encajan de manera un tanto forzada, provocando un exceso de metraje que va en dirección contraria al impacto que pudiera generar, y una serie de altibajos rítmicos que se hacen más evidentes conforme la sensación de aguas en proceso de encauzamiento se acrecienta. O sea, que además de sonarnos de otras ocasiones, se acaba detectando cierta parcialidad en el discurso de Mackenzie. Poco en lo que trabajar, pues, para una película que eso sí: con sus más y sus menos, puede fardar de remover al respetable puntualmente, mediante fogonazos de aúpa capaces de sacarle por unos instantes de sus confines de seguridad (ese encontronazo entre el joven y el mentor cuya disputa va mucho allá de su mero desencadenante; ciertas revelaciones personales…), y dejándole con sensaciones finales tirando a gélidas por su discurso, cuanto menos, poco alentador.
En definitiva, drama carcelario de impacto visceral pero tibieza cerebral. Ya es.
7/10