Crítica de Crónicas diplomáticas (Quai d’Orsay)
Nunca serán suficientes las sátiras políticas que puedan llegar a maquinarse. En realidad, siendo un género muy agradecido practicado con buenos resultados desde hace un puñado de años (Yes, Minister es de lo más grande que ha parido la comedia catódica británica), tampoco es que esté muy presente en nuestro menú audiovisual diario. O sí, pero no todo lo que se merecería respecto a cómo está el patio: la desafección y la desconexión del pueblo hacia su clase política debería generar sosa cáustica hasta, por lo menos, hacer caerlos por la pura erosión. Bueno, se hace lo que se puede. En los últimos años especialmente desde el frente brit de Armando Ianucci (In the Loop para la gran pantalla, The Thick of It y Veep para la tele, esta última en USA) y más concretamente y dado el caso que nos ocupa, también desde Francia: en mayor o menor medida, De Nicolas a Sarkozy y El ejercicio del poder han pretendido reflejar los entresijos de la política gala desde un prisma mordaz y con diferentes grados de adhesión a una realidad concreta. Sin poner nombres (o sí, en el caso de la película de Xavier Durringer) las citadas y también esta Crónicas diplomáticas (soseras traducción para Quai d’Orsay) no pueden esconder sus lazos con la vida real política -oxímoron- francesa. De hecho, a nadie se le escapaba con la publicación del álbum Quai d’Orsay, la bande dessinée (o tebeo francés) de Christophe Blain y Abel Lanzac, que su protagonista estaba bastante inspirado en la vida y circunstancias de Dominique de Villepin, Primer Ministro galo entre 2005 y 2007.
Bertrand Tavernier, ya veterano y aún casi siempre acertado, traslada la viñeta al cine y logra con notable fidelidad al original -que era muy verbalizado- un retrato de la clase política francesa, centrada en este ficticio Ministro de Asuntos Exteriores. Los propios autores del BD se encargan del guión y la cosa mantiene sus niveles de sorna, absurdo burocrático y acidez hacia el estamento. ¿Mucho? Pues no, esto no es tanto un degüello bestial como un relato sarcástico con alma de colorido vodevil, apegado ligeramente a nuestra realidad más reconocible (terrorismo, OTAN, petróleo en oriente medio, conflictos internacionales tensos, el pan de cada día) y con aspiraciones más o menos universales. A los ojos de Tavernier y sus guionistas, la clase política es lo que se imagina el pueblo: un estamento cerrado, un tanto esperpéntico y que opera desde el absurdo que, en este caso, nace de la personalidad locuaz y egocéntrica del ministro interpretado por Thierry Lhermitte. Un tipo carismático que apela constantemente a la grandeza política de su país, pero a la vez se ofusca con gilipolleces de escritorio; que vive en su propio mundo y cambia de opinión según le da el viento; y que tiene en el joven y perplejo Arthur Vlaminck, el redactor de discursos recién llegado al gabinete, su contrapunto más o menos cuerdo. A través de los ojos de este último el espectador es testigo de esa desconexión de las clases políticas con los problemas reales que, al fin y al cabo, es la gran protagonista, el tema central de la película.
A pesar de lo grave de su temática, Tavernier nunca abandona el tono cómico, a ratos caricaturesco, a ratos físico, casi siempre hilarante. Crónicas diplomáticas encierra esa fuerte vena humorística en un alma teatral que cataliza a través de su coreografía de cámara y actores y sus diálogos puntiagudos, sembrados en un estupendo guión, minimalista pero riguroso y compacto, trepidante. En este último sentido casi sorkiniano, de un ritmo considerablemente endiablado para una trama no especialmente alambicada, no excesivamente trascendente. Todo ello encuadrado en una escenografía recargada, que busca el choque de la majestuosidad de los decorados de la sede ministerial con lo humano (entiéndase por «humano» errático, reprochable o simplemente absurdo) de los actos de sus protagonistas. Unos personajes, por otro lado, perfectos en su tempo cómico, fabulosamente interpretados por Lhermitte y sus dos compañeros directos, un acertado Raphaël Personnaz y el siempre imponente Niels Arestrup, amén de la participación, fugaz pero entrañable, de la dama Jane Birkin.
No estamos ante el mejor Tavernier posible, y es que obviamente esto está lejos de sus mayores logros: El juez y el asesino, Alrededor de la medianoche, La vida y nada más, La carnaza, Capitán Conan u Hoy empieza todo. Tampoco nos encontramos ante la crítica más ácida del mundo, pero tampoco lo pretende. Crónicas diplomáticas combina temas serios con un tono ligero, pero lo hace con sabiduría, solidez y rigor, con mucho cachondeo y una mala baba que no llega a envenenar de verdad y hasta el tuétano, pero deja un sabor de boca considerable y juguetonamente agrio.
7/10