Crítica de Cruce de caminos (The Place Beyond the Pines)

Cruce de caminos (The Place Beyond the Pines)

Si bien estemos refiriéndonos de una carrera mucho más larga y no exenta de satisfacciones previas, se empezó a hablar en serio de Ryan Gosling cuando la magistral Drive. Lo cual es una injusticia, pues la película que debería habérnoslo descubierto de verdad tendría que haber sido Blue Valentine, no menos magistral drama romántico que algunos vimos en 2010, tres años antes de su estreno en España (sic) y uno antes de la llegada de la citada cinta de Nicolas Winding Refn. Por lo menos, para lo que sí sirvió fue para presentar en sociedad a un Derek Cianfrance que hasta el momento sólo contaba con un largometraje (estrenado sólo en USA y Alemania, según parece) e infinidad de documentales y cortos. Y Cianfrance y Gosling son ahora los dos principales focos de atención de Cruce de caminos (alegría, esta vez tan sólo nos llega un año más tarde de su primera proyección en Toronto), propuesta mucho más ambiciosa que busca encumbrar tanto a uno como a otro, por más que al segundo se le reserve un rol algo menos protagonista. Esta vez, el director y también guionista de sus proyectos plantea un entramado que abarca dos generaciones y tres puntos de vista, lo cual se traduce en tres historias repartidas a lo largo de 140 extenuantes minutos. Lo dicho, ambición a los mandos, y mucho riesgo.

Riesgo porque la mera estructuración del film ya alberga de por sí un problema con el que hilar muy fino para no caer en el rechazo del espectador: para llegar a ese lugar más allá de los pinos al que hace referencia el título original, se pasa por tres mini-películas estrechamente vinculadas entre sí pero independientes a su vez. Esto es, con un inicio, nudo y desenlace propios, concatenando el clímax de una con la vuelta a la parrilla de la siguiente. Vamos, que el interés se crea, se alimenta y se destruye para repetir la operación en dos ocasiones más. Suele pasar que la primera historia acabe siendo aquella con la que más se simpatice, y en el caso de Cruce de caminos, nueva pirueta con doble mortal y sin red de protección: la primera es la que protagoniza Gosling, y es la más fascinante de las tres. Tras un larguísimo, excepcional plano secuencia con el que seguimos el cogote del escultural actor (previo paso por su torso desnudo) desde su preparación hasta su actuación como motero de riesgo en una feria de tres al cuarto, asistimos a un drama de personajes con mucho de autodestrucción y muy poco de redención. Él, James Dean teñido, Marlon Brando plagado de tatuajes (y el mejor Gosling hasta la fecha) recibe una noticia que le obliga a un replanteamiento de su vida. Pero tuerce hacia un camino incorrecto. Y el drama, claro, acecha. Así lo refleja con maestría Cianfrance, recurriendo a una dirección sutil y hábilmente mezclada con la banda sonora (de Mike Patton), y generando un poso de amargura en un espectador que siente las vidas de los protagonistas al límite, en especial la de un protagonista que tampoco parece tenerle demasiado apego a la suya.

Y por el medio, momentazos. Como el del bautizo, con una interpretación de pelos en punta instantáneos, o esa escena con Eva Mendes al desnudo (tapada), enfocando y desenfocando a gusto del guion… Vale, y oír a Gosling marcándose una rumba de Peret no tiene precio. Todo está dispuesto para llegar al enlace de esta con la segunda historia, mediante un dramático pasaje de acción que culmina, desgarrador, con la presentación de Bradley Cooper y las fichas que lo rodean. Interesante el paralelismo que se establece entre un personaje y otro, si bien se trate de situaciones a priori opuestas. Ahora bien, como ya decíamos, este primer tercio de la segunda historia se antoja algo más deslucida en comparación con los primeros y arrebatadores minutos del film. Es el riesgo al que nos referíamos al principio: el espectador debe asumir un cambio radical que también influye a nivel argumental, siendo esta segunda parte un entramado de policías corruptos, chivatos encubiertos y dinero que nadie quiere, que tarda un punto más de lo deseado en desplegar todo su potencial (en todo caso inferior). Si bien el poso de negrura acabe haciéndose notar a gritos, mediante situaciones cada vez más incómodas por obra y gracia de unas mujeres sufridoras (Mendes y, ahora también, Rose Byrne) y de un angelito con el nada alentador rostro de Ray Liotta. Cianfrance se esfuerza por recorrer un camino paralelo y opuesto a la vez, y tarda más en lograrlo, pero el clímax de este segundo tramo acaba impactando en igual medida; la aprensión sube como la espuma al tiempo que los personajes acaban cuajando como es debido.

Quizá la peor parada sea la tercera de las subtramas. Nuevo reseteo de emociones y nueva planificación de terreno de juego. Tras una parte centrada en el pecado redentor y otra en la redención pecadora (o así), toca ver la conjunción de las mismas en un cierre argumental, cruce de caminos, situado a quince años de distancia. Es la nueva generación la que acapara ahora el interés, reflejo consecuente de las vidas anteriores, a priori simplón pero rápidamente corregido mediante un sinfín de matices para los dos protagonistas principales de la mini-función. Problema: un reparto francamente desacertado coloca a un increíble (en el mal sentido) Emory Cohen a la cabeza, junto a un más convincente Dane DeHaan, que sin embargo no consigue decantar la balanza de su lado. Mientras el primero, hijo del personaje de Cooper, acapara minutos por vía de un guion tirando a previsible, el espectador no logra sentir apego alguno, y sólo se alivian las sensaciones cuando el segundo, hijo de Gosling, va adueñándose de la pantalla. Entonces afloran por fin las emociones deseadas (esa visita al taller del padre), el drama vuelve a recuperar el terreno perdido a marchas forzadas, concluyendo en un tramo final de lo más intenso por, entre otras cosas, ser moderadamente difícil adivinar qué final depara a los diversos personajes que han ido pululando por la pantalla a lo largo de esas dos horas y veinte previas. Pero de nuevo, a cierta distancia de las sensaciones iniciales.

En todo caso, es un riesgo que asume Cianfrance, y por el que hay que loarle. Cruce de caminos es un complicadísimo puzle de piezas distintas entre sí, que sin embargo consiguen casar mediante la habilidad de un cineasta consecuente y contenido. Sin dejarse llevar jamás por los excesos del drama, de la acción o de la sensiblería, el de Blue Valentine logra un implacable drama que acaba afectando más que muchos otros, asestándole de paso un sonoro tortazo a la sociedad en varias de sus ramificaciones. El resultado final puede que no sea perfecto, pero sí emocionalmente implacable. Y Ryan Gosling, como de costumbre, de Oscar.

7,5/10

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En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

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