Crítica de Cuando despierta la bestia (When Animals Dream)
A saber por qué, los genios que traducen títulos de las películas por aquí han decidido cambiar totalmente el original de la que nos ocupa, perdiendo todos los matices que éste esconde, y que no son sino reflejo de la pareja cantidad que el film en sí también alberga. Pasar de un cuando los animales sueñan a un Cuando despierta la bestia significa reconvertir lírica en burrada, sustituir la intriga por saber qué puede esconderse tras ese enigmático nombre, por la relajación que implica intuir que se va a asistir a un producto de género, de serie B para abajo. Máxime cuando se echa un vistazo a la sinopsis: algo sobre una chica tirando a callada y solitaria, que vive en un pueblo pequeñito con su padre y una madre afectada de una extraña enfermedad, y que nota como si su cuerpo estuviera cambiando progresivamente. Sí, en esencia esto es carne de cine de terror, Joe Dante agarra una premisa así y te monta un Aullidos, y entonces sí, Cuando despierta la bestia es un título que ni pintado. Oh, pero resulta que el trabajo del debutante Jonas Alexander Arnby (colaborador de Von Trier en alguna que otra ocasión) va por otros derroteros, y que su When Animals Dream es más un drama de personajes, casi retrato social, que un pasarratos terrorífico-festivo. Y como tal, no está en absoluto exento de interés.
Es verdad que a lo largo de todo su metraje, el film carga con el peso de una losa de la que nunca consigue desprenderse, y es que no deja de suponer el enésimo retorno a una premisa trillada como pocas, conocida por propios y extraños y por tanto perfectamente adivinable hasta en el último de sus giros. Se intuye cierto desprecio por el entramado general, en definitiva, pero porque tanto Arnby como el guionista Rasmus Birch (Brotherhood) buscan todos los recovecos que el mismo les cede, narrativos y formales, para ir a indagar en otras cuestiones infinitamente más estimulantes. Y es que Cuando despierta la bestia se convierte en un compendio de alegorías que se van sucediendo desde la suma sutileza y negándose a todo atisbo de precipitación, no digamos concesión a lo efectista. Esto va sobre una joven que debe acabar de encontrarse a sí misma; sobre un microcosmos con carencias sociales de diversa índole; sobre las obligaciones familiares y su combinación con una vida que busca ser normal; sobre los sentimientos; y sobre la enfermedad, sea física o anímica, realista o totalmente ficticia. Vamos, igualito que Joe Dante…
Hete aquí, pues, una película que si bien en esencia sea una más, se desmarca por su combinación de géneros. Sería algo así como las tribulaciones cotidianas de una chica a la que le pasan cosas de corte… licántropo. Una mezcla de elementos tan manidos como para sonar a desfasados por separado, pero cuya fórmula resultante acaba descubriéndose un punto más fresca de lo temido. Ocurre tanto a nivel argumental como formal, ojo: Cuando despierta la bestia es tan parca en pirotecnia y tan próxima al estilo nórdico actual (cámara muy próxima a la protagonista, realismo, paleta de colores parduzca, tempos y silencios muy marcados…), que cuando se arremanga para meterse de lleno en materia B, llega a sorprender por su calidad técnica y su facilidad por provocar algún que otro escalofrío.
No hay nada nuevo bajo el sol, su previsibilidad puede decantar demasiado la balanza del lado negativo, y quienes vayan condicionados por el título castellano pueden salir escaldados. Pero no deja de ser una rara avis dentro de su propio universo, una intentona parcialmente lograda por reinventar lo que no se puede reinventar. Y el esfuerzo es de agradecer.
6/10