Crítica de Cuando un hombre vuelve a casa
Y eso que, a riesgo de que se me acuse de herejía, «Cuando un hombre vuelve a casa» se acerca con bastante peligrosidad a ello. De hecho, toca separar conceptos a los que asociar sensaciones bien distintas entre sí. Por un lado está el dibujo de personajes, completos, profundos, y sobre todo entrañables. El famoso que retorna y su demencial séquito políglota alteran la pacífica vida del pueblo en que todo pasa como si de un Mr. Marshall se tratara (pequeña diferencia: aquí el invitado sí se queda) y supone la activación de ciertos mecanismos internos de todo el que le rodea, a partir de los cuales se acaba enarbolando todo el argumento. Sin embargo, es justamente este argumento el que deja bastante que desear, por limitarse a recorrer una senda trillada hasta la saciedad, dando como resultado un film muy previsible y de entramados más bien poco interesantes. Película de personajes, dirán algunos. Parcialmente decepcionante, diría yo más bien. Claro que seguimos en territorio europeo, con todo lo que eso conlleva, y ante un director al que se le reconoce su marcada vertiente autoral (por así decirlo), así que a la escasa motivación de su guión se oponen destellos de savoir faire que bien suponen una resolución técnico-artística notable, que una puntual desviación de los raíles preestablecidos de su guión. Como botón de muestra, el hiriente prólogo (en que seguramente estén los mejores minutos), los susurros en una cena hacia el final, o el retrato de la infidelidad a través de escenas de cama. O sea, que bien: a falta de una trama que atrape, diversos focos de interés pueden evitar que el espectador caiga en las redes del puro y llano tedio.
Y del dogma, ¿qué? Pues pocos resquicios sobreviven, a Dios gracias. Movimientos de cámara aparentemente involuntarios por aquí, destellos de luz falsamente inesperados por allá, y ya. Algo muy similar a lo que hiciera Lars Von Trier (otro ex-dogmático empedernido) en su última comedia, «El jefe de todo esto». En conjunto, un cúmulo de recursos que, intenciones al margen, dotan al empaque visual de la película de algo de embriagador. Y que constata que lo del experimento dogmático estuvo bien, pero se agotó con el primer par de cintas que aparecieron bajo su manto.
En resumidas cuentas pues, con «Cuando un hombre vuelve a casa» estamos ante un producto a caballo entre drama y comedia, que no acaba de apuntillar pese a tener opción para ello en más de una ocasión. La falta de decisión hacia uno u otro género (o hacia una apuesta por la mezcla de ambos) evita que se desmelenen las emociones, y hacen de su irregular argumento la más evidente de sus lacras. Ahora bien, sus interesantes personajes, sus momentos más cabroncetes y ciertos toques de clase siguen haciendo de ella una cinta correcta, de especial atención por parte de quienes gusten especialmente del cine gélido, riguroso y distante propio de Europa del norte.
6/10