Crítica de La cueva de los sueños olvidados
Opositando para consagrarse como el mayor y mejor documentalista de nuestro tiempo, Werner Herzog entrega otra de sus habituales piedras preciosas (aquí en un sentido casi literal) que vuelve a revelarlo como un apasionado humanista y antropólogo primero, y un cineasta de muchos kilates segundo. Y es que toda la obra del realizador alemán se encuentra surcada por un interés en el ser humano, en su comunicación con la naturaleza y consigo mismo, en su impacto en la Historia y en el influjo que la misma imprime sobre él. En un corpus artístico que se revela tremendamente relativista y lúcidamente crítico. Y en estas, Herzog siempre ha sido un hombre que se plantea un reto más o menos convencional para a partir de ahí ramificar sus conclusiones hasta el infinito y establecer visiones maximalistas entorno a cuestiones universales.
Aquí, la excusa es simple: el hallazgo de una cueva en cuyas paredes se extiende un manto de pinturas rupestres paleolíticas de incalculable valor. Lo cual sirve al realizador como excusa para tender un puente entre dos momentos de la Historia que se revelan inesperadamente cercanos.
Y ahí la gran paradoja del documental y primer punto de choque que se resuelve con el concilio de los términos: se antoja absurdo y contradictorio capturar la esencia de unas muestras tan abismalmente arcaicas de expresión artística con una técnica tan en boga en estos momentos como el 3D. Y sin embargo, ahí está ese entendimiento perfecto entre las texturas, el predominio de los sentidos, y la palpabilidad porosa y sensación de profundidad cavernaria de un 3D que resulta ser uno de los más alucinantes vistos hasta el momento (más y mejor aprovechado que el de Pina, y es decir), a pesar de sus esporádicos errores infográficos producidos por la aparatosidad de la producción. Herzog convierte la película en una experiencia sensorial y sensual y la equipara a la experiencia plástica que las pinturas podían querer provocar hace treinta mil años en sus propios espectadores. Y con ello provoca el vértigo de la Historia, la idea de que el pasado nos observa desde su extensión y nos hace sentir importantes pero tremendamente pequeños, anecdóticos.
Y para colmo acongojados, además, por un tempo mecido por la severa partitura de Erns Reijseger que vehicula un carrusel de imágenes poéticas, atmosféricas, misteriosas, envolventes, en unos paisajes selenitas, alienígenas, en los que la naturaleza simula la ciencia-ficción casi como si el fantasma de Jean Painlevé se hubiera encarnado en el mejor Werner Herzog.
En suma, el director vuelve, una vez más, a hablarnos de nosotros mismos, de nuestro pasado y presente, de nuestros aciertos y despropósitos (impresionante el comentario ecologista del epílogo) y lanza al aire, para quien quiera cogerlas, una serie de reflexiones escalofriantes, tan inmesurables como una gruta sin fondo.
Una película-tesoro.
9/10
Y en el Blu-Ray de La cueva de los sueños olvidados…
La edición en Blu-Ray editada por Cameo hace, dicho en palabras pobres, lo que puede. Y es que La cueva de los sueños olvidado es una película concebida para verse en pantalla grande y en tres dimensiones. Sólo así se aprecia lo que justificó, en primera instancia, el rodaje de este documental (es decir, las pinturas rupestres ubicadas en un paraje único, del que aprovechan sus formas y relieves para obtener un efecto tridimensional, vivo). De modo que la edición doméstica esconde valores y muestra inevitablemente carencias: las propias de un rodaje con cámaras digitales (píxeles, imagen de calidad mediocre) o especialmente pensadas para introducirse en una cueva prehistórica, con independencia de sus capacidades para proyectar sus imágenes, a la postre, en una pantalla gigante. Obviamente, el disco puede convertirse en estereoscópico si se dispone de la tecnología adecuada, pero aun así, las sensaciones siguen siendo distintas.
Toca tirar de imaginación, recorrer el camino al que no llegan nuestros cachivaches. Tratar de imaginar con volumen las maravillosas imágenes, aplanadas, que nos propone Herzog. Porque desde luego, que La cueva de los sueños olvidados deba verse es algo que queda fuera de toda cuestión. Y porque poca recompensa más obtendrá quien adquiera este imprescindible del año, al ser una edición que carece de extras.