Crítica de Cyrus

Parecerá una tontería, pero uno se da cuenta, una vez vista «Cyrus», de cómo el propio título de la película cae como una losa sobre la conciencia del espectador y su recuerdo de la misma.
Cyrus. Rima con caos. Con te tengo entre ceja y ceja y voy a destruirte. Con peligro de radiación por proximidad.
Pobre John C. Reilly y su condena de la soltería. El desgraciado ve cómo su mejor conquista -que encima es Katherine Keener- se larga con otro y ya para casarse, y cómo el jodido nubarrón de la depre cuarentera se cierne sobre su cabeza de incipiente alopecia. Y da a petar, borrachera de por medio, a la mejor opción posible. Que, a la mañana siguiente, copas despejadas y resaca al canto, se revela como la peor. Marisa Tomei es una mujer de puta madre, pero tiene un retoño inquietante alojado en casa. Una semilla del diablo, un monstruo oriundo del infierno con pinta entrañable y fondo pútrido, con el rostro de Jonah Hill y las formas afectivas de Edipo. El del complejo.
La tensión está servida, a luchar por la Tomei. Uno que lo único que quiere es encontrar una amistad con quien pasar mis ratos y lo que surja. El otro que no me toques a mi madre que de esas sólo hay una. Rictus de incomodidad, entre la risa y el desangelo (en personajes y espectadores) y momentos de eso que llaman embarrassing humor agolpados uno tras otro, sin piedad y casi sin agujeros para escapar.
Todo transpira un extraño realismo negro, omnipresente naturalismo y punzante cercanía, casi de mockumentary, que así se hunde más. La cámara de los hermanos Duplass nos sitúa junto a esa pequeña comunidad de gente normal y la tragedia se maximiza. Rollo choque de trenes pero construido a golpe de incomodidad latente y de irse fijando en pequeños gestos aparentemente azarosos y miradas furtivas. Ni de coña, hay mucha mala leche en cada milímetro de «Cyrus», en cada palabra idiota y en cada giro grotesco. Y aun así, «Cyrus» no visita el esperpento ni la caricatura burda. Ni toma atajos.
Qué va, los Duplass se toman su tiempo para hacer mascar la tragedia. Cincelan con paciencia china una estupenda presentación de personajes y a continuación suben el gas sólo hasta la posición 1 del fogón. El pequeño Cyrus va inmiscuyéndose en todos los avatares de los protagonistas; primero de la pobre madre que lo trajo, objeto de su custodia y tesoro del que guardar la integridad emocional. Luego del sufrido John, víctima de una tensión en crescendo y de un mal rollo casi hitchcockiano, campo de pruebas del chantaje emocional del angelito Cyrus, pobre tipo amenazado por las circunstancias, aunque él sólo pasara por ahí.
Pero es que el tiempo se le acababa. Eso del reloj biológico, ya se sabe. Su vida se iba de culo y cuesta abajo y necesitaba un cambio urgente. Lo que no sospechaba era que le sobrevendría semejante guerra abierta (sin perdedores, sólo fiambres) con un oscuro pasajero del cual uno no sabe nunca si las tuercas de la cabeza le trabajan a toda mecha o si en el fondo es un animal herido y es dolorosamente sincero eso de «creo que estoy jodido y soy disfuncional». Sea como sea, por el camino te hundo la vida y ya vendrá el siguiente.
Según se mire, y depende del estómago que se tenga, pero al final quien termina de verdad como el rosario de la aurora es el espectador, que ve «Cyrus» más con la media sonrisa que con la abierta carcajada, y aún más con el gesto incómodo. Preguntándose otra vez qué coño tiene todo esto de comedia (de Nueva Comedia Americana, lo que sea), que esto es una maldita caza del hombre, un ejercicio de suspense inquietante con piel de cordero y una radiografía de las inseguridades humanas de primer orden. De los bajos instintos y las bajas respuestas. De la esclavización y la sumisión. Del asfixiante peso de los roles sociales caducos. De la necesidad más salvaje de ser amados.
Veneno, muchísima mierda.

7’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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