Crítica de Dale duro (Get Hard)
De un tiempo a esta parte, el cine hollywoodiense permite establecer una suerte de ordenación de cómicos según su nivel gilipóllico. Abajo, en el inframundo de los peores ejercicios cinematográficos que puedan imaginarse, está la tropa de Adam Sandler; por las esferas más altas puede colocarse, por ejemplo, a la tropa Apatow. Hacia la mitad estaría Ben Stiller y compañía, quizá algo por debajo de una serie de personalidades que triunfan en la stand-up comedy o en la tele, pero luego no tienen la misma suerte al dar el salto a la gran pantalla (Larry David, Ricky Gervais –versión Hollywood, recuerden). Y luego está el sistema planetario que gira en torno a Will Ferrell, y cuya posición es variable por su, ay, tendencia a la baja. Pensar en el actor de Patinazo a la gloria es hacer una asociación de ideas inmediata, acuden a la memoria películas de un humor absurdo, esperpéntico: pese a peculiar aspecto (enorme, no precisamente atlético, no precisamente guapo…), le hemos visto hacer de patinador artístico, de agente del FBI o de jugador de baloncesto; su cara 100% norteamericana no le ha impedido lanzarse a protagonizar una cinta íntegramente hablada en mexicano… y bueno, lo mismo hace de elfo que de candidato a la presidencia.
Surrealismo absurdo (¡Hermanos por pelotas!) que sigue ahora con Get Hard, horriblemente traducida como Dale duro. En ella, Ferrell es un multimillonario a punto de entrar en la cárcel; para ir preparado, se hace con los servicios de Kevin Hart, puesto que es negro y claro, los negros, de prisiones saben un rato. Argumento que es una excusa para acumular idioteces por un tubo, y estrategia ya conocida, tan del agrado del de Más extraño que la ficción: tándem de cómicos a repartirse todo el protagonismo, y a ver quién la dice más gorda. Ya cansa.
Sí, porque una acumulación de gags de encefalograma plano y/o juegos de palabras de subnormal para abajo puede estar (muy) bien una vez, o dos. Pero a fin de cuentas, lo que se le pide a una película es que sea justamente eso por encima de todo: película. Hace apenas una semana nos encontrábamos en Negocios con resaca con un Vince Vaughn ya en horas bajas, pero con un producto cinematográfico con cara y ojos como tal: con cierto guion, cierta vocación por querer calar mínimamente en el espectador. Dale duro juega en la misma liga de mediocridad, pero ni siquiera se esfuerza por lograr tan obvios objetivos. Por ello, sí, de vez en cuando es probable que el espectador se ría, máxime el que acuda a verla en versión original; y seguramente lo haga a costa del personaje de Ferrell, auténtico especialista en hacer de sus alter egos un dechado de desgracia humana. Y sí, goza de algún pasaje especialmente acertado en cuanto a guerra de razas se refiere. Pero es absolutamente imposible que perdure en la memoria por su nulo valor cinematográfico.
Si se le añade a ello una premisa graciosa sí, pero nada del otro mundo si se compara con, por ejemplo, la igualmente fallida por los motivos del párrafo anterior Casa de mi padre, peor todavía. Aquélla era tan descabellada que aún consiguió generar algún que otro momento de gloria. Dale duro no tiene nada. 0 valores, 0 gags realmente memorables, y casi se diría que 0 ganas: y eso que hay hasta cuatro guionistas involucrados (Adam McKay entre ellos), pero se diría que la desgana es tal que le ha tocado a dedo a uno de ellos hacer también de director, siendo Etan Cohen (que no Ethan Coen) el desafortunado. Así las cosas, paso en falso en la peligrosamente inestable filmografía de Ferrell, y propuesta absolutamente anecdótica que no daña neuronas, pero tampoco les aporta nada. ¿Queda justificada la inversión de una entrada de cine? Como no sea para ver a Allison Brie en pantalla grande…
4/10