Crítica de De dioses y hombres
Pocos ejemplos tan claros de coherencia estilística autor-obra podremos ver estos días en cartelera como el que ofrece Xavier Beauvois desde su maravillosa última película, «De dioses y hombres». Hay que considerar la relación entre la figura del monje y su correspondiente congregación (cistercienses, en este caso) como una forma atractiva, agradecida a la hora de plantear narración cinematográfica (han sido varias las ocasiones en las que franciscanos han sido el meollo moral de un film, y en algunos momentos se han alcanzado cotas de brillantez incontestables), tan trufada de Grandes Temas como puede llegar a estarlo. Pero también es cierto que establecer esta simbiosis entre qué se cuenta, cómo se cuenta y con qué personajes se cuenta es decididamente complicado.
Pero como digo en el caso de Beauvois, la compenetración está afinadísima. Porque esta historia basada en hechos reales se podía contar de muchas formas, pero a priori sólo una iba a ser la verdaderamente efectiva: aquella en que el director pone sus herramientas narrativas al mismo nivel de introspección, de silencio y de reflexión que la historia puede llegar a dar.
De este modo, «De dioses y hombres» se convierte en un drama tan rigurosamente contemplativo, tan desnudo en su forma que lo poderoso de sus planteamientos tiene todo el espacio que necesita para ir cogiendo poder, de manera que a medida que avanza, la película puede ir clavándose con toda comodidad en la conciencia del espectador.
Y con todo esto no quiero decir que el director opte por la invisibilidad autoral, atención. Beauvois demuestra ser un tipo que planifica con calma, con tesón y muchísimo conocimiento del matiz de aquello que se lleva entre manos. Que en este caso (en seguida entro en materia beuavoisiana) es la historia de una congregación cristiana que, a mediados de los años noventa, convivía en armonía con una Argelia casi totalmente musulmana. La relación entre los autóctonos y los monjes se movía en los terrenos de la comprensión, de la solidaridad y de la caridad cristiana hacia un pueblo tristemente diezmado. El contacto directo: el hermano Luc, médico entregado.
Por desgracia, el conflicto llegaba de mano de los radicales musulmanes, que dieron un ultimátum a los monjes. O abandonaban la zona o iban a ser ejecutados.
Así que el asunto es delicado, y podía desembocar en desastre a manos de cualquier realizador dado al dramatismo de las causas terribles y a la pirotecnia simbólica de los grandes mártires. Afortunadamente Beauvois no es uno de ellos. Y tampoco es, quede claro, un apologeta de lo cristiano.
Con «De dioses y hombres» Beauvois no quiere explorar el hecho religioso; ni tampoco quiere hablar del choque de culturas motivado por la diferencia de creencia. Lo cristiano es sólo un contexto, y el choque sólo un hecho aislado: por un lado la armonía en la que conviven monjes y pueblo nace de la necesidad mutua y de una convivencia no contaminada por prejuicios poco fundados, y margina las visiones simplistas del islam al terreno de la excepción desgraciada llamada «fundamentalismo».
Por otro lado, la autocompasión cristiana no tiene un lugar en todo ello. Se habla de sacrificio, de caridad y hasta se cuestiona todo ello en algún momento. Pero se tratan desde el punto de vista que aportan unos hombres que han tomado dichos votos como opción vital. Y que como opción vital pueden querer llevarlo todo a sus últimas consecuencias. En otras palabras, los monjes de Beauvois no son mártires. Son hombres dignos. Humildes, pobres, pero consecuentes. Hombres que dedican largos ratos a debatir, a discurrir, a sopesar las posibilidades en un proceso de democracia fraternal que pasa por el autoconocimiento. Por la valoración de la propia vida y la contraposición con la del vecino.
Y al final, de lo que trata «De dioses y hombres» es de elegir entre la libertad y la entereza moral, entre la autopreservación y el sacrificio por el otro. Del sentido de la responsabilidad.
Y el director sabe que debe ser consecuente con todo ello y mostrarse igualmente responsable hacia su material. Y opta por aquello que comentaba un poco más arriba: por desnudar de todo artificio el relato y recurrir a una realización sobria, contemplativa y pausada. Que concede tanta importancia al silencio como a la palabra, que carga todo el poder expresivo de la banda sonora en los cánticos de los propios monjes, y dota al plano del peso que necesita, tanto en composición interna de los elementos como en métrica de montaje: abundan en «De dioses y hombres» momentos de limpísima simetría.
Un orden, una depuración formal por la que también pasa el tratamiento de las interpretaciones, todas ellas contenidas y cargadas de significado, de gestos, de miradas precisas de la mano de unos espléndidos Lambert Wilson y Michael Lonsdale, acompañados por un reparto de actores en estado de gracia (y se me perdonará el chiste fácil).
Y que no por ello capa de emoción al conjunto, llegando incluso a momentos que se mueven entre el desgarro, el dolor y la belleza. Beauvois es generoso en pasajes tan potentes como el del helicóptero llegando al monasterio con los monjes plantándole cara; o ese par de ocasiones en las que al hermano Christian se le escapa la mirada hacia el cielo en un gesto de interrogación sutil, casi pidiendo una explicación ahí arriba; o esa otra, auténtica coda emocional de la función, en que los monjes encaran su última cena al son de los compases de «El lago de los cisnes» de Tchaikovsky. Verdadero momento cumbre de una película que de pura pasión es exactamente eso, una cumbre en sí misma.
8’5/10
Otra oportunidad perdida para reflexionar sobre el componente colonialista de las órdenes religiosas establecidas en entornos culturales y religiosos que en absoluto necesitan de ellas.
Muy entrañable la presentación solidaria de los monjes (medicina, alfabetización, etc.), pero ninguna sensibilidad para la percepción profunda de la realidad colonial.
Completamente de acuerdo con la crítica. Yo he disfrutado tanto del film como parece haberlo hecho el redactor de esta página. Respecto al comentario del arriba: la película no es una oportunidad perdida, es una maravilla, y tu obsesión por esas tonterías del colonialismo guárdatelas para contigo, que a nadie le importan y poco tienen que ver con el filme.
Sí.
También es otra oportunidad perdida para reflexionar sobre el cultivo de las mazorcas de maíz en Marte.
Ánimo, primer anónimo. Dedícate tú a ello.
Interesante el comentario de Anónimo 1.
Fundamentalismos aparte, es obvio que la religión católica y sus planteamientos misioneros siempre juegan a hacer el papel de bienhechores… mientras directa o indirectamente intentan "convertir" a los desheredados de la Tierra.
Ante tanta bondad, parece que nadie quiere entender que lo de "choque de culturas" no es más que un eufemismo de los términos colonialismo-imperialismo en sentido puro y duro.
¡Leamos un poco a Fanon o a Memmi, por favor!
Uno de los grandes logros de esta cinta reside en las virtuosas interpretaciones, plasmadas con notable humildad. A pesar de la mirada escéptica del espectador, el amor que proyectan los ocho monjes en su fé ilumina la creencia en una utopía, enternece la sensibilidad sin necesidad de recursos fáciles logrando conmover con cada uno de sus planos, con cada uno de sus diálogos.
Dejo la crítica que hice en mi blog a esta película para quien le interese:
https://www.chansonsdamour.es/2011/01/critica-lo-idilico-de-la-vida.html
Pues aquí tienes un interesado. Muy interesante tu blog "sobre cine independiente", sí señor…
Saludos a todos y gracias por participar
Tratándose de la historia, creo que queda a desmano hablar de la colonización. Quiero decir, la colonización no deja de ser un eufemismo quizá, en el peor de los casos, para un asentamiento de explotación e imposición. Tratándose de una comunidad de monjes, cuyo mayor lujo es escuchar el lago de los cisnes y beber una copa de vino, pues creo q explotación poca. imposición? se mezclan con el pueblo, y hacen lo que los del pueblo les piden. No les imponen una lengua, ni unas costumbres, ni nada por el estilo. Me parece tb un tanto injusto decir que todo colonialismo fue malo-a no ser que hablemos de imperialismo.
Quedo con una sensación rara. Interesante las contradicciones de los monjes y cómo están trabajadas desde la puesta en forma del filme. Las tormentas, la luz cambiante,todo eso habla del devenir conflictivo ante la situación que esta gente tiene.
Ahora, el colonialismo está. Y vaya si sabemos en Am Lat que todo colonialismo implica imperialismo!!! Mi pregunta es qué le pasa a los habitantes del lugar, "los pájaros posados sobre la rama" (magnífica metáfora de la mujer musulmana)Y la respuesta es: lo mismo que a los monjes, quizás sin prensa.
Por eso, reitero, mi sensación extraña ante la película.
En cuanto al primer comentario, y sin entrar a analizar el colonialismo latente en la mayoría de órdenes religiosas, no creo que se trate de una oportunidad perdida. El director pretende mostrar una realidad y poner de relieve unos valores y con esta película lo consigue. Además, el film no está absento de guiños a una visión anticolonial de la historia de Argelia y de África en general: el comentario del representante del gobierno según el cual el conflicto en el país tiene sus raíces en el colonialismo francés y el mapa colgado en una pared del monasterio, fondo de muchas escenas, que por si no os habéis fijado es el mapa de Petters, representación del planeta más acorde con las proporciones reales de los continentes, a diferencia del mapa al que estamso acostumbrados que modela el mundo a partir de proporciones basadas más en el poder (norte-sur) que en la geografía.
El cine es y debe ser una herramienta de denuncia política y bienvenida sea la crítica al colonialismo y al imperialismo, pero no es el objeto de esta película, que representa otros valores y principios válidos y no tan alejados de la justicia social como parece argumentar el primer comentario.
A los anónimos 1 y 4 . Lo más colonial sobre lo que podrías reflexionar es internet y observo que haceis buen uso de él. Los evangelizadores católicos, al menos en los últimos 200 años, solo evangelizan a quien admite ser evangelizado.El film delicioso y entrañable.
Pues a mi me parece que el filme cumple su cometido de poner sobre la mesa toda esta discusión colonial. En cuanto a lo profundo e interesante es que los motivos de cada uno de los monjes y de sus contra partes musulmanes, están buscando respuestas a un sentido de vida íntimo, donde a pesar de verse enfrentados priva la dignidad del derecho a elegir, como cualidad humana y transcultural. Para finalizar me remito a la enseñanza budista que dice que un enemigo es alguien que quiere ser feliz y cree que tu se lo impides. Saludos desde la colonia.