Crítica de De Nicolas a Sarkozy
Bajo el asfalto de la ciudad se esconde un entramado de pasadizos que conduce a una sala oscura, húmeda y maloliente. Allí, mientras retumba un órgano del inframundo y vírgenes vestales sirven néctar, las mentes más retorcidas del mundo se reúnen para decidir cuándo y cómo se estrena una película. Estos oscuros personajes son los que cortan el bacalao, los que parten la pana, los que deciden si el despertador te suena por la mañana o, una vez más, se ha quedado sin pilas.
O puede que no, y sólo sea que me pongo conspiranoico. Pero si yo asumo mis neuras, que el respetable acepte que los criterios de distribución de las películas a menudo son, cuanto menos, peregrinos. Y a eso vamos: Los oscuros personajes bajo tierra han vuelto a actuar, y a dos semanas de las elecciones francesas llega a nuestras pantallas una crónica de la vida de Nicolas Sarkozy… en las elecciones anteriores. De Nicolas a Sarkozy cuenta el ascenso fulgurante (y a codazos) del actual presidente de la República hasta culminar en la noche de las elecciones, cuando su triunfo se ve empañado por una fuerte crisis matrimonial. El retrato de los corredores de la política gala, de la mano de Xavier Durringer, no escatima nombres ni hechos, en un fresco de intrigas palaciegas que adapta los modos de la antigua corte a las estructuras de la democracia.
La V República ha visto traspasar a la pantalla a algunos de sus prohombres, pero el retrato de Sarkozy está más cerca de En la piel de Jacques Chirac que del Presidente Miterrand, y eso se nota. Para empezar porque Durringer, en lo bueno y en lo malo, no es Robert Guédiguian, cuyo retrato del líder socialista se estrenó a toro pasado, años después de la muerte de Miterrand y con el matiz de la distancia histórica. Sarkozy, como Chirac en su momento, sigue en activo, y también lo está la mayor parte de la galería de personajes. Pero la mayor diferencia estriba en el tono de comedia bufa que en ocasiones impregna el relato, a ritmo de la música de Nicola Piovani y de una colección de situaciones entre el drama personal de una separación y el ocasional esperpento de la vida política. El problema es que el equilibrio no es fácil, y Durringer parece tan empeñado en mantenerse a flote entre dos aguas que olvida centrar su relato en una estructura potente que le de una identidad propia. Todo suena ha visto y oído, apoyado en una realización funcional y sin brío, y unos actores a menudo más cerca del guiñol francés que de su modelo original. Solo hay algo peor que un actor haciendo una copia sin alma: un mal actor, al que se le ven las tuberías, los tics calcados del personaje real, empeñado sin suerte en imitar a Meryl Streep, o a Michel Bouquet…
Sin embargo, el retrato de los navajazos que se pegan los contendientes al Elíseo tiene su gracia. Que nadie espere un certero análisis sobre los mecanismos de la democracia, plagado de diálogos marca Aaron Sorkin o enrevesados laberintos de nombres y datos al tuntún. Solo la comedia dignifica el conjunto, así como un encomiable esfuerzo de puesta en escena lastrado por la realización y por un guión pobre y soso, que desaprovecha todo su potencial. De Nicolas a Sarkozy prefiere el estereotipo infantil y el morbo de los enfrentamientos personales entre egos exacerbados, casi infantiloides, a la reflexión (esperpéntica o no) sobre el poder y sus renuncias. La relación con los medios de comunicación, los equilibrios de poder, el peso de los equipos de campaña… todo se resume a burdas pinceladas que se contraponen con la vida íntima del futuro presidente, en un intento por humanizar al personaje más allá de la caricatura a la que tan fácilmente se presta. Aunque Durringer olvida el mundo que hay entre humanizar y seguir el patrón oficial. El discurso del relato escora peligrosamente hacia la historia de aquellos hechos creada a la medida del entorno del presidente, con un Villepin fatuo y ridículo, un Chirac en franca decadencia y una Cecilia partícipe del drama del divorcio. No hay ninguna sorpresa, no hay ninguna polémica, y el relato se vuelve gris y académico.
Erigido en un “quiero y no puedo”, el auténtico drama de la película no está en su argumento sino en las enormes posibilidades que tenía. Hay tanto material tras los cinco años que Sarkozy pasó en el gobierno, y en su escalada hasta la presidencia, que duele ver que el trabajo de Durringer no pasa de ser correcto. El torbellino de mezquindades, inquinas y amores que se diluye en la película constituyen un ejercicio interesante para el espectador: sentarse en la sala a construir e interpretar todo aquello que De Nicolas a Sarkozy podría haber sido y no es. Un pobre consuelo para los espectadores franceses, que la recibieron con cierta frialdad, y para el público internacional, que no tiene por qué interesarse por un relato que matiza los motivos universales que lo harían atractivo. Quizá por eso se estrena un año más tarde: los hombrecillos bajo el asfalto son perfectamente conscientes de que la película no se vende por sí sola. Solo las elecciones funcionan como reclamo. Aunque si la película se hubiera estrenado tras la primera victoria de Sarkozy… ¿Habríamos esperado a las siguientes elecciones para verla? Miren que son cada cinco años…
5’5/10