Crítica de (Des)Encanto (episodios 1 y 2)
La sorpresa no está en su argumento. El propio tráiler de (Des)Encanto se encarga de confirmar que era la opción lógica: tras haber retratado la actualidad y el futuro (con Los Simpson y Futurama respectivamente), Matt Groening debía apuntar al pasado.
Así pues, su flamante serie animada se enmarca en algún punto de la Edad Media, por la que pulula un nuevo puñado de personajes de no pocas reminiscencias a terrenos de sobras conocidos. La protagonista parece un batiburrillo entre Lisa y Leela. El rey (su padre) es entre Homer y Bender, el elfo es Milhouse, y el caballero es Ray.
La sorpresa tampoco está en el estilo: (Des)Encanto combina dibujo clásico con digital, como de costumbre (a excepción de sus orígenes como dibujante, claro). Quizá se aprecie un mayor gusto por el primero: la serie se presenta colorista y con fondos de trazo voluntariamente grueso. Pero poca revolución hay. Fiel a su estilo, Groening dibuja la mayoría de personajes con los habituales ojos saltones, masas corporales alteradas… sólo uno de ellos se sale de la media, un secundario robaplanos al que, con apenas dos episodios vistos, ya se le intuye potencial para parar un tren.
¿Potencial dónde? Pues en el único sitio en el que se aprecia la justificación de la existencia de esta serie, más allá de la voluntad de Netflix por marcarse otro tanto en la animación (y de la de Groening por embolsarse, seguramente, una buena morterada). En su humor. Un humor que reniega de la brocha gruesa de Padre de familia, pero no de la acidez de Homer y compañía, mezclada esta vez con la negrura de otros caballos de batalla de Netflix, como Bojack Horseman o la recuperada Arrested Development.
En definitiva, se antoja cierta madurez en una serie que a priori debería ser más idiota (de hecho muchos de sus gags son delirantes: atención al pueblo de los elfos, estirando un chicle de juegos de palabras -al menos en versión original, claro- hasta el paroxismo). Pero también hay mucha sorna poco comedida en chistes sobre el alcoholismo de alguno de sus personajes, las obligaciones matrimoniales de la mujer, la prostitución incluso.
Este humor más inteligente (como en los años mozos de Springfield, en definitiva), y una continuidad más evidente en la trama, son las dos principales cartas de la mano de Groening. Las otras ya las conocemos, y las hemos comprado con anterioridad, por lo que todo apunta a jugada maestra. Falta saber si ha sido capaz de gestionar la partida: episodios más largos (el mal endémico de las comedias desde que se pasaron a las plataformas online), agotamiento de la fórmula a corto plazo, falta de enganche… de todo eso podremos salir de dudas en cuanto tengamos acceso a la temporada completa vía Netflix. De momento, los dos primeros episodios dejan buen sabor de boca. Larga vida a Matt Groening.
https://www.youtube.com/watch?v=vq1XMznfDJI
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Matt Groening fiel a sí mismo, y por lo tanto rechazando cualquier nueva forma de comedia animada actual. Esto no es un Padre de familia ni Rick & Morty con Homer y Bender. Esto es Los Simpson en la Edad Media. Y nos vale.