Crítica de Después de mayo (Après mai)

después de mayo

Olivier Assayas, realizador total, ya nombre clave en el cine contemporáneo, vuelve a ignorar los caminos del technothriller que tan buenos resultados le han dado en un pasado y retoma su senda más, maldigámoslo así, cerebral, intimista y evocadora. Porque de nuevo, tras aquella recuperación parcial de la década de los 70 (Carlos), tras la reflexión vital sobre el paso del tiempo (Las horas del verano) el autor de Finales de agosto, principios de septiembre se coloca en un espacio y un lugar míticos que propician el estudio, de nuevo, entorno al pasado, al recuerdo, a la Historia. El título de su nueva propuesta resulta esclarecedor: esto transcurre en París en 1971, es decir, poco después del mayo del 68. Volvemos a dar vueltas alrededor del socialismo en el cine, que no del cine socialista a la godardiana manera (a pesar de que aquí resuenen ecos de algunas de sus películas de los setenta) y, en fin, de la pervivencia o la desaparición de los ideales más relacionados con el funcionamiento social de una época convulsa.

Una época regada por los efluvios sicodélicos del LSD, por las luchas de clases, el triunfo del pacifismo pero también de la guerra desde las trincheras de las publicaciones rojas clandestinas, tan destinadas a dar consciencia al mundo de su propia podredumbre moral. Un momento marcado por el continuo balanceo entre el hedonismo de las hiperfiestas lisérgicas y la conciencia combativa. Las nuevas sensibilidades religiosas, los escarceos esotéricos, el trenzado de la música con el camino místico a la iluminación y la lucha intergeneracional entre padres, dueños de un mundo caduco, e hijos, pretendientes a regir el nuevo orden.

Todo esto está en la película. Y qué mejor para ello que partir del punto de vista de los jóvenes. O quizá el criterio creativo sea el inverso: en el fondo Después de mayo es una película sobre la juventud ambientada en las inmediaciones de la revolución. Sobre la llama de la rebeldía y la disconformidad que arde ajena a un futuro que, luego sabremos, es más negro aún. Cuadro perfecto sostenido por las capacidades interpretativas de un puñado de futuras promesas, entre las que sobresalen Clément Métayer y, obviamente, Lola Créton. Así que sí, en el fondo la película trasciende su propio contexto histórico y el retrato de una generación determinada y se posiciona en el lugar de los grandes relatos: aquellos que logran trazar miradas sinceras entorno a grandes temas; en este caso el paso a la edad adulta. Y hay mucha verdad en las palabras y en las imágenes de Assayas, profundamente implicado con un material que se intuye, además de todo, autobiográfico. Hay garra y furia, pero también sutileza y sensibilidad.

Porque las decisiones tomadas a la hora de afrontar el reto parten de un doble juego entre realidad naturalista y constructo puramente ficcionado. De un choque entre lo cotidiano, lo evocador e idealista y lo sucio. De la articulación entre el sentido de tranche of life de la historia y el relato casi thrilleresco de unos disconformes en plena batalla dialéctica, moral y, directamente física. Y esto tiene tanto de rebeldía truffautiana como de reconstrucción histórica minuciosa, pero siempre desde un punto de vista escénica y tonalmente enriquecedor. De modo que la película siempre está del lado de la emoción pero nunca olvida el estilo, la disposición cuidadísima de los elementos.

Y ya no hay duda. Assayas es ya un virtuoso del lenguaje cinematográfico. Un perfecto calígrafo de los encuadres, de los ritmos de montaje, de las planificaciones. Del uso de la música (brillantísima selección de canciones) y sus capacidades emotivas. Del gesto y la palabra, del detalle en la mirada. Del matiz en el matiz que de repente da una fuerza demoledora a la escena, una explosión de significado mediante el significante. Y, con todo, el realizador es un tipo que no se vende a la simplicidad del recurso meramente nostálgico, exótico y capado de capacidad real de análisis: como decíamos al principio, el estudio sobre la memoria y el tiempo es profundo y se dispara hacia arriba hasta alcanzar cotas vertiginosas.

Un relato, en fin, poderoso y sensible que parte de un enfoque vital e historicista; visceral y cerebral, intelectualizado y vivencial. Una película divertida y ácida, en todos los sentidos de la palabra. Crítica y desencantada, nostálgica de los ideales pero cáustica en la mala leche con que retrata los ambientes hipotéticamente comprometidos, esas revoluciones reales o falsas, exitosas o condenadas al fracaso. Pero en realidad, lo grande, lo realmente enorme de Después de mayo es su capacidad para conectar con todo un sistema de creencias o de desnortes, de aciertos y de cagadas, de amores y desamores, de acciones movidas por la adrenalina y reflexiones concienzudas. De las contradicciones, en resumidas cuentas, que conforman la juventud.

Es muy buena, pero especialmente es muy universal.

8’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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