Crítica de Detrás de las paredes
A nivel global, tampoco es que haya tenido una carrera impecable, así que no voy a ser yo quien defienda a capa y espada sus logros. Pero echo mano de memoria y a ver a qué llegamos. Veamos, de Mi pie izquierdo a El prado y a En el nombre del padre. De The Boxer a En América. De Get Rich or Die Trying a Hermanos. Bien. Y de ahí a Detrás de las paredes. No me lo creo. Y sospecho que hago bien, a tenor de las reivindicaciones del director Jim Sheridan, que está aireando por todas partes haber sido creativamente vandalizado por los desalmados productores de Hollywood, que han visto en su última película la oportunidad para colar el enésimo terrorífico de bajo todo y le han convertido al director irlandés su retoño en un auténtico buñuelo fílmico. Remontaje aberrante exprés y ale, a desvincular obra de autor como quien le separa al jamón la grasa.
Y si así fuera de verdad, si no oliera todo a oportunista excusa para escurrir el bulto -no digo que lo sea- de un director que parece haberla cagado a lo grande, entonces hay que concederle cuanto menos el beneficio de la duda al señor Sheridan, porque esto no es para menos. Y jode, porque se intuye en Detrás de las paredes algún que otro momento de abortada grandeza.
Esto cuenta la historia de una familia presuntamente normal que se muda a una casa que fue escenario de, vaya, unos horribles asesinatos. Como mandan los cánones, la familia empezará a recibir extrañas visitas y a vivir inquietantes momentos de remembering esotérico. O no: todo el tinglado terrorífico podría estar orquestado por un hombre de a pie, el tipo que asesinó a su mujer e hijas y que sigue clamando sangre tiempo después de su ingreso en el frenopático.
A partir de aquí –ya hago el esfuerzo de olvidarme de Sheridan- el ritmo de decisiones que parecen erroneas en la ejecución de Detrás de las paredes es de vértigo. Desplazando a los personajes a lo largo de una historia diluida, descompensada, carente de interés, y semoviéndolos a lo ancho del plano sin concederles en ningún momento –simples marionetas- la chispa necesaria para empatizar con nadie, la película va desplegando una trama de suspense que tiene de ello bien, bien poco. No hay tensión en lo que se cuenta; mucha menos en lo que no se cuenta, de modo que más que alcanzar la extrañeza la historia expulsa al espectador del entorno fílmico. Lo que se traduce en sonora carcajada que estalla en un preciso momento, un punto concreto del argumento que funciona como bisagra, desopilante giro de guión en funciones de game changer a mitad del metraje.
Sí, Detrás de las paredes es una de esas películas. Y ahí radica la mayor parte de su ya de por sí escaso interés. Con una mal encalzada pirueta argumental con aspiraciones de mind = blown, lo que parecía un thriller con casa encantada se convierte en algo distinto. Una especie de drama psicológico sobre la pérdida de la propia identidad, otra vuelta de tuerca entorno al muy goloso tema de la esquizofrenia y un guiño a la virulé a las historias con amor más allá del más acá.
Y, como digo, se establece con apoltronamiento irritante en un plano argumental en el que se deja entrever lo que pudo, quiso haber sido todo esto desde un principio: un incómodo juego de realidades, ficciones, apariencias, mentiras y alucinaciones en el que participan tanto los personajes como el propio espectador. Los cimientos de la narración pierden pie, la coherencia se derrumba deliberadamente y la simplicidad de los conceptos genéricos más arquetípicos (sustos baratos, efectismos) pierde pie frente a un relato algo, mínimamente, más sugestivo.
Pero todo son esbozos de posibles buenas ideas para una película que bien gestionada podría haber sido sólo medianamente aceptable. No, el piloto que necesitaba Detrás de las paredes para alcanzar una excelencia que (suponemos, por pura lógica autoral) pretendía alcanzar debía ser un temerario daredevil, un loco del volante a quien no le importara hipotecar su propia seguridad y salud mental. Alguien un poco chiflado, lo necesario para contagiar de chaladura a su película.
No un tipo (quien sea, Sheridan, el remontador, lo que sea), un «Shyamalan wannabe» que parece más pendiente de salir del paso, de vadear las ideas locas que pudiera contener el material de partida y que desprecia como lo hace las capacidades inquietantes de cualquier atmósfera depurada. Que se regodea sebosamente en la rutina y la monotonía, que no contempla el término rigor dramático como modus operandi y que rellena las secuencias, por no dar pábulo al silencio, con una música de auténtica mierda. Bonita, solvente, pero carente de cohesión para con el material fílmico.
Ejemplos sencillos para ilustrar lo que es un trabajo poco serio, un mamotreto que ha salido tarado a pesar de tener un ADN etiqueta negra (Rachel Weisz y Naomi Watts, prime quality), una estafa mal intencionada que nos recuerda la perfidia a la que pueden llegar a menudo los productores de Hollywood cuando alguien desliza sibilinamente sobre la mesa un papelito con más ceros de lo humanamente sensato.
En resumen, y como aviso para navegantes despistados, lo digo ya, aquí, ahora y antes de que nadie vaya a engancharse los dedos. Tened muy presente que tanto de forma figurada como en un sentido literal lo que hay detrás de las paredes es nada. Un glorioso y maloliente montón de Nada.
3/10
patética q película tan predecible y tan mala.