Crítica de Dhogs
¿Veis? Así sí. Así debería ser todo debut tras una cámara, en los tiempos que corren: algo del estilo de Dhogs, película gallega (hablada en gallego) con desigualdades aquí y allá e imperfecciones propias de un estilo aún por pulir, pero sin que por ello se desluzca una clara declaración de intenciones, obtenida por vía de un lanzamiento constante de estímulos para el espectador. Es imposible atar todos los cabos de un solo visionado; muy difícil definir la totalidad de su argumento; e incluso demencial tratar de etiquetarla o ubicarla en un solo estilo o género. Andrés Goteira, director y guionista de este proyecto conseguido por vía del crowdfunding, se ha tirado al vacío desde un trampolín elevadísimo y sin una red de seguridad a la vista. La suya es una propuesta arriesgada como pocas, una película que tira de western tanto como de comedia costumbrista, de denuncia social y de comedia negra. Ver esta película supone activar a las primeras de cambio una maquinaria que incluye engranajes de David Lynch y de Quentin Dupieux, de Michael Haneke, de Quentin Tarantino y de (el propio Goteira lo tilda de ídolo personal) Carlos Vermut. Entre muchos otros. Y por supuesto, supone un esfuerzo con doble final: amor u odio, imposible quedarse en un no está mal. Eso sí, al margen de uno u otro resultado, sorprende, se agradece y se torna necesaria, casi tanto como lo fueron Diamond Flash o Una mujer sin piano. Pero también como lo sería Arrebato, o qué coño, cualquier película de corte atrevido de Luís Buñuel. Ojo pues, que a lo tonto podríamos estar frente al próximo gran nombre de los circuitos más inquietos del cine español.
En Dhogs nos encontramos con un puñado de personajes cuyas vidas, en un punto u otro y de manera más o menos directa, coinciden en un entramado que tiene que tiene que ver con un crimen, aunque mejor será no desvelar absolutamente nada más. El taxista jarmuschiano, la mujer irreversible, el guaperas chulesco y el ejecutivo solitario y deprimente. Todos ellos se pasean por hoteles y antros de mala muerte, pero también por gasolineras destartaladas en desiertos y colinas que parecerían tener ojos. Luego, a alguno lo perdemos de vista, otro aparece más tarde, y el de más allá se aleja de la trama principal pero sólo para enfrascarse en la más surrealista, triste o descacharrante de las situaciones. Todo en una película que es varias películas a la vez, que rompe el cuarto muro cuando le da la gana para ponerse metalingüístico, metacinematrográfico y metatodo, y juega activamente con el espectador a unos funny games que coquetean incluso con lenguajes más propios del videojuego que del cine. Lo decía al principio: estímulos y más estímulos, piezas de puzle que no siempre son fáciles de encajar (cuando no imposibles), y cuyo mayor reto consiste en mantener la atención en todo momento para no dejar escapar detalle alguno. Ya desde su discurso inicial sobre los juegos de mesa, que se enlaza de paso con los instantes finales del film.
Poco antes de su pase, en Sitges la describían como una película-muñeca rusa. De acuerdo, sólo que en lugar de meterse para dentro, las dimensiones de Dhogs no hacen sino expandirse exponencialmente cuales círculos concéntricos en el agua. El riesgo es el camino del éxito, y Goteira lo recorre con paso firme y sin importarle las consecuencias, haciendo de su primera película uno de los títulos más refrescantes de la presente edición del Festival de Sitges, pero además de esos de los que se debería hablar durante un buen rato. Como Magical Girl. Claro que esa era ya la segunda película de Vermut. A saber hasta dónde puede llegar este diamante en bruto que ahora se nos presenta, tan habilidoso tras la cámara como implacable a manos de un guión. Ganas de seguirle la pista de cerca.
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Un debut impactante, una película extraña y sin concesiones. ¿Western urbano, arrebato lynchiano? Una película exigente y no apta para todos los públicos, que descubre un nombre al que seguir de cerca de ahora en adelante.