Crítica de Diana
Extrañas modas peregrinas del cine de hoy. Por no mencionar ejemplos de un glorioso pasado (La Reina Victoria, Maria Estuardo), el cine reciente se ha apuntado a la tendencia de trazar un recorrido biográfico entorno a las mujeres fuertes de la política y la alta sociedad británica, la más influyentes de un tiempo a esta parte. Y si era Stephen Frears quien abría la caja de los truenos con su muy elevada, nunca lo suficientemente valorada La reina, posteriormente Phylida Lloyd se metía en camisa de once varas para retratar a La dama de hierro en una especie de biopic tarado que de tan fallido hasta podía tener su puntito. Y ahora es Oliver Hirschbiegel quien se apunta al rollo con una Diana que, damas y caballeros, va en serio. El realizador alemán se habrá visto autorizado por el éxito popular y de crítica de sus El experimento y -especialmente- El hundimiento para lanzarse a por un retrato hipotéticamente riguroso y, debemos creer, fidedigno de la Princesa de Gales.Y le ha salido, bueno, esta cosa. Una especie de drama anoréxico al que le falta tensión, solidez y seriedad por todas partes. Pero ah, que esto va a ser la película oficial de Lady Di cuya figura, ya aviso desde aquí, jamás me despertó ningún tipo de simpatía.
Y flaco favor le hará esta película, que no logra dimensionar la figura de la princesa de Gales entorno a sus abundantes obras caritativas y su innegable tirón popular. Por supuesto, todo ello está, Hirschbiegel muestra los últimos años de Di antes del fatídico día del pilar (con perdón) y no escatima en momentos mediáticos, en explicar la presuntamente apasionada relación de Diana con el doctor Hasnat Khan (núcleo emotivo de la película), en mostrar el acoso salvaje de los paparazzi y las presiones de los medios, en recordar las visitas a África y las heroicidades en campos de minas o la sonada aventura con Dodi Al Fayed. Pero todo ello pasa por la película sin ningún tipo de ponderancia dramática, sin dejar muesca. Y ello es así por un factor simple: esta princesa Diana, y todos los personajes que la rodean, son planos y anodinos. No se perciben como personas de carne y hueso sino como meros esquemas que deben hacer avanzar el melodrama sin necesariamente aportarle algún tipo de emoción. El resultado es una romanticada de serie B planteada como una nueva variante del cuento de la princesa y el mendigo. Ella es un miembro destacado de la monarquía que quiere salir a conocer mundo. Él un plebeyo que la introducirá en los más excitantes ambientes cotidianos y le enseñará que es eso del amor auténtico ahora que, además, ella acaba de divorciarse.
Una cutre historia de amor con ambiciones poco más elevadas que cualquier TVmovie de sobremesa. Claro, a favor de Diana hay que decir que sus intereses tienen poco que ver con montar un carrusel de reconocimiento de nombres famosos; más bien prefiere centrarse en la princesa y escarbar (intentarlo) en su humanidad y sus contradicciones (insisto: intentarlo). Y a pesar de que apenas hay claroscuros en la representación del personaje, también es cierto que el resultado no cae en la hagiografía ni en la adulación ciega. Pero uno se pregunta una vez más si hay vidas ejemplares que a pesar de su relevancia social soportan el peso de un biopic. A parte del lógico morbo que rodea las poco claras circunstancias del siniestro que puso fin a todo aquello y que aquí además queda elidido… ¿qué sentido tiene retratar los últimos años de Diana de Gales sin aportar nada en especial y sin molestarse demasiado en contar una historia que aunque trascienda los nombres de sus protagonistas se eleve por encima de la media en cuestiones de emoción? Poco. Diana es estéril, hueca, excesivamente pulcra en la realización, despersonalizada y totalmente plana. Su aparente lujo visual es pura bisutería, intentos infructuosos del director por parecer elegante. Y su entramado argumental fragmentado -salta sin ton ni son a los momentos clave de la vida de la princesa- resulta inane, vulgar. Movido por diálogos simples y de una afectación irritante, diseminados a lo largo de un puñado de escenas que nunca encuentran su tono y recitados con abulia por una pareja de actores poco más que correctos. En líneas generales, un apático e insípido desastre que fácilmente encontrará un hueco en los kioskos como regalo de la revista Pronto dentro de cuatro o cinco años.
Ya puestos, me hago una pregunta con un cierto tono de blasfemia frívola, a modo de conclusión final: ¿no habría sido más práctico que Diana hubiera sido planteada como una película de acción con dos horas de persecución automovilística trepidante por los túneles de París y un clímax explosivo? El resultado habría sido igual de irrespetuoso hacia la figura de la princesa, pero por lo menos nosotros nos habríamos divertido bastante más.
3/10