Crítica de Los días que vendrán (Els dies que vindran)
En su última visita a Barcelona, Metallica no se mojó: a la hora de sacar una bandera, la banda decidió usar la de la Ciudad Condal, y santas pascuas. 24 horas después del concierto, Carles Marqués-Marcet estrenada en el festival D’A su última película, que también es un izamiento de bandera barcelonesa de cuidado: su temática es universal y afectará a todo espectador por igual, pero si algo destila Los días que vendrán es un profundo arraigamiento a la ciudad catalana. No por retratar la Sagrada Família por aquí y el parc Güell por allá, no. Es que respira Barcelona, habla de (y está hablada por) habitantes de algún barrio del Eixample, desde un piso como cualquier otro de una pareja autóctona.
Lo cual se traduce, de entrada, en una película sumamente natural, honesta, real. Pero claro, la ocasión se las trae: en pleno rodaje de la mucho más elevada Terra ferma, la novia de David Verdaguer (fijo en la filmografía del director) enviaba una foto de un predictor. A partir de aquí, se ideaba deprisa y corriendo una producción a lo Boyhood pero, claro, de un máximo de nueve meses de duración. A caballo entre la ficción y la realidad, el drama romántico y el documental, tomaba forma una propuesta que debía ser… eso: sencilla, creíble. Empática.
La temática, del agrado del cineasta: cómo afecta un embarazo no buscado a una pareja, por lo demás, estable. La bifurcación argumental consecuente, gestación por un lado y debilitación del amor por el otro, ya se trató conjunta o separadamente en 10.000 Km y en la antes citada película sucesiva del director. Por lo que no sorprende que siga desgranando, explorando la fragilidad de una relación cuando su cotidianidad se ve alterada.
Que con apenas tres películas en su haber, el cine de Marqués-Marcet no sorprenda no es, sin embargo, negativo. Al contrario, ya es un seguro que cada nueva película suya será un dechado de sutileza y verosimilitud, de desarme para el espectador. Los días que vendrán es, acaso, el mejor exponente hasta la fecha del atinado tacto emocional del director y guionista. Sin que pase mucho nada en verdad, el espectador se ve sumido en esta espiral de cambios en todos los sentidos. Verdaguer y sobre todo una descomunal María Rodríguez, asumen el final de una vida, para el inicio de otra totalmente distinta claro, en cada plano, cada mirada. Hay espacio para los nervios, la emoción, el amor, el desamor, la tensión, el agotamiento… todo cabe en estos nueves meses que se nos permite compartir, muy vívidamente, con la pareja.
Lo que cambia en relación a los anteriores trabajos del cineasta es que esta vez no había demasiado tiempo para la planificación. El estudiado tratamiento que recibieron las otras dos películas, se ve aquí sustituido por una sensación de imprecisión propiciada por la inmediatez de todo ello. Y de nuevo, no es sino un punto más a su favor. Los días que vendrán es natural como la vida misma hasta en su acabado formal.
En definitiva, se le pueden dar todas las vueltas que se quieran pero el concepto va a ser el mismo: con su habitual habilidad, Carles Marqués-Marcet vuelve a centrarse en la pareja joven, para seguir poniendo en duda la vida de color de rosa que se le supone. No me refiero a grandes dramas, giros inesperados, o historias de amores y desamores, sino de pura y simple fragilidad. Quizá el hecho de que todas las relaciones que analice pendan de un hilo, está relacionado con la propia inseguridad del ser humano cuando está en ese marco antes de los 40 pero después de los 30, en el que ya no vale hacer como que contigo no va la cosa. Sea como sea, vuelve a hablarnos de tú a tú, situándose esta vez aún más cerca de la realidad, en todos los sentidos. Y el resultado es su mejor película hasta la fecha. Imprescindible.
Clip de Los días que vendrán
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Carles Marqués-Marcet se monta un Boyhood de nueve meses para narrar la historia de una pareja normal y corriente que, de golpe, se queda embarazada. Su mejor película hasta la fecha por emotiva, realista, y… humana.