Crítica de Divergente (Divergent)
Qué se me ha perdido a mí, hijo de los primeros ochenta, ante una saga juvenil de estas características es algo que aún ignoro. Más allá del deber profesional, eso está claro, poco debería tener que pinchar una película como Divergente en mi sistema propio de valores fílmicos. Y sin embargo ahí está Los juegos del hambre, con cuya segunda entrega, En llamas, ha alcanzado un estadio parecido a la dignidad que ha conseguido imponer de nuevo una evidencia últimamente en desuso: que el cine teen más mainstream, si está bien preparado y cocido, entra bien a cualquiera que se preste a zampárselo. E imagino que los responsables de esta adaptación de la novela de la jovencísima Veronica Roth serán conscientes de ello, porque lo que está claro es que si de algún modelo han partido es del de Los juegos del hambre. Hasta lo paroxístico, hasta la desvergüenza, hasta, diría, la pura desidia: admito que desconozco la susodicha novela, así que mi valoración puede estar hasta cierto punto limitada, pero a vista de la película, sus artífices parecen haberse limitado a colar un exploit de la otra saga para, desde ya, empezar a cobrar los réditos. Divergente es, lo lamento, fans de Shailene Woodley, un mero refrito espiritual de aquella otra que, por su parte, tampoco tenía absolutamente nada de original.
Pero de nuevo la ciencia ficción más o menos ácrata en un futuro distópico está ahí. En este caso parten de los principios huxleyanos de predeterminación social à la Un mundo feliz para, por lo demás, montar una historia de heroína adolescente que se rebela contra el establishment en nombre de la libertad individual y el libre albedrío. Y que, por el camino, tontea con un mozo inicialmente hostil al que, eventualmente, terminará llevándose al catre. Poco o nada disimulada estrategia de conexión para con los jóvenes que se encuentran en ese momento vital en el que todo son torbellinos hormonales y sismos mentales. Al fin y al cabo la de Tris escapando de su porvenir, soslayando su destino como «abnegada» para terminar siendo «osada» (no intentéis entenderlo, en la película no tienen demasiado interés en explicar las consecuencias psicológicas y sociológicas sobre los personajes de semejante determinismo) es la historia de la búsqueda de la propia identidad. Es ese momento en que el individuo empieza a definirse como tal e intenta reintegrarse en otro caldo de cultivo social más adecuado a sus inquietudes sociales. Simple intento de conectar con todo aquel adolescente que se sienta distinto y especial. En esencia el 90% de ellos. Un tema universal enfocado una vez más hacia la pura mercantilización. De alguna manera Divergente parece tan descaradamente diseñada para su target que, mirado fríamente, da grima.
Un público objetivo que encontrará por un lado su ración de carnaza sentimental, vía romance de manual no necesariamente desastroso, y por otro la pizca acostumbrada de subversión juvenil en una metáfora social fofa y poco desarrollada, marcada por los conceptos de predestinación, emancipación, inclusión en una sociedad y demás temáticas habituales en este tipo de historias. Todo ello enmarcado en un aburrido drama adolescente, desprovisto de humor, algo estirado y antipático y salpimentado de escenas de acción más bien discretas y alguna que otra ensalada de tiros rutinaria. Nada en general demasiado desastroso, pero sí bastante plasta y reiterativo: igual que en otra saga hermana, la ligeramente superior El juego de Ender, Divergente parece vagar sin un rumbo poco claro y está construida en esencia sobre un sistema de preparativos que deben conducir a algo más. Un algo más que nunca parece llegar, un corazón que está expectante de empezar a latir pero al que nunca llegamos a ver, o por lo menos no hasta su parte final. Un tercer acto que debería funcionar como un segundo (es lo que tienen estas grandes sagas, extensas como un testamento bíblico) y donde empieza a vislumbrarse un objetivo claro, donde las cartas empiezan a mostrarse de verdad y donde nuestra protagonista empieza a cobrar una cierta hondura moral y comienzan a pincelársele en el destino un par de claroscuros medianamente interesantes.
Hasta entonces, el director Neil Burger salva los trastos con cierto oficio y menos mecanicismo de lo esperado, pero no aporta ideas visuales que enriquezcan la película como producto adscrito a la ciencia ficción, ni él ni el propio diseño de producción, sólido pero poco imaginativo. Y de todos modos el material sobre el que trabaja no da para mucho más. Una historia narrada de manera confusa y con una ineficaz administración de la intensidad dramática. Una distopía de medio pelo, nuevo melting pot de recursos ya usados y que constata que este tipo de series por el momento siguen limitándose a acumular clichés sin inventar nuevos elementos dramáticos posibles o nuevos escenarios arriesgados y sorprendentes, algo que por otro lado siempre debería pedírsele al género. Una colección de situaciones poco inspiradas llevadas adelante con rutinaria solvencia por un grupo de actores simplemente cumplidores, capitaneados por Shailene Woodley y su desaborida protagonista, lejos, muy lejos de la carismática Katniss Everdeen de la aún más arrolladora Jennifer Lawrence. Un puñado de ideas que bailan entre lo simplemente correcto y lo directamente estúpido (esa presentación de las cinco castas sociales, con la de los «cordiales» cultivando lo que parece ser marihuana, los «eruditos» mirando todo el día por un microscopio o los «osados» correteando sin ton ni son por las calles comportándose como actores rechazados de un casting de Stomp) y que conforman una película meramente correcta para el público al que se dirige. Pero tristemente insuficiente para el resto.
No es infumable, ni tampoco la peor de entre todas sus coetáneas, en definitiva, porque ese honor le corresponde a cualquiera de las sucesivas degradaciones de la saga crepuscular o a la altamente chunga The Host. Pero desde luego no seré yo quien espere nuevas entregas de esta serie cuya primera entrega es correcta en general, pero la mayor parte del tiempo también irreparablemente mortecina y tristemente anodina.
5/10