Crítica de Doomsday Book
Si tuviéramos que confiar la salud de nuestra cinefilia a los responsables de los estrenos en cartelera comercial, amigos, estaríamos perdidos. Porque casi nunca ha llegado a verse por estos pagos y en pantalla grande una película del coreano Kim Jee-woon, exceptuando quizá Dos hermanas. Pero ojo, que a pesar de tan pírrica victoria y de tan pobres resultados populares, oh, el nombre probablemente le suene al aficionado un poco hardcore. Especialmente si su enfermedad es de tipo festivalero y ha paseado palmito por algunos de los escaparates cinéfilos del país o si confía sus mayores intimidades fandomeras al mercado del DVD. Si es el caso, probablemente le sean familiares títulos como A Bittersweet Life, El bueno, el malo y el raro o Encontré al diablo, tres de esos minipelotazos de ámbito reducido que casi, casi han llegado a trascender al imaginario popular.
Ahora, a esa cartera se suma esta Doomsday Book donde el director comparte méritos algo injustamente con un compañero de promoción, Yim Pil-sung, con quien se ha montado esta especie de antología del fin del mundo; una recopilación de cuentos que en un principio debía acoger a un tercer director y que finalmente se ha saldado con la cuenta de un relato y medio cada uno (uno de ellos está casi dirigido al alimón). Y, ya decimos, con todo la mejor parte de esta suerte de Black Mirror asiático se la lleva Jee-woon en el episodio Heavenly Creature que se sitúa en la parte central de la trilogía y se postula como el segmento más esponjoso temáticamente y más nutritivo a nivel formal: es esta la historia de un centro budista que acoge robots para que ejerzan como cualquier monje con un cuerpo, esto, basado en el carbono. Cuestión espinosa que queda patente en el momento en que uno de los robots proclama haber alcanzado el Nirvana y, por lo tanto, haber abrazado su condición de reencarnación del mismísimo Buda.
Material inflamable que coquetea con las formas y conceptos de Isaac Asimov para volver a contar una historia inscrita de pleno en el género de la ciencia ficción, rama ética robótica, y que baraja temas directamente tomados del budismo (conceptos relacionados con la existencia, la percepción de la realidad y la Iluminación) desde una perspectiva metafísica. Un discurso que se va solidificando a través de su opción narrativa (melancólica, serena, planeadora, ajena a estridencias), para enfrentar algunas de las cuestiones universales que surgen de las ambivalencias, complementaciones y contradicciones entre religión y ciencia. Y sobre la moralidad de la inteligencia artificial, nuestra capacidad y legitimidad para otorgar sentimientos, dignidad y, en fin, humanizar a la máquina.
Relato que funciona como bisagra entre dos extremos, sin embargo, algo más dispersos en planteamientos y definitivamente más fofos en resultados: Brave New World, dirigido a medias, se presenta como una fábula altamente postmoderna y autoconsciente en la que un nerd inadaptado desata una plaga mundial a partir de una manzana adulterada encontrada en un montón de basura. Pura food horror story planteada inicialmente como una suerte de comedia costumbrista con toques surrealistas que oscila entre lo sensible y lo grotesco, entre lo orgánico y lo artificial. Y que poco a poco va decantándose hacia el terreno del relato de género algo anodino: no tardan en aparecer las convenciones propias del cine de zombis para terminar nadando en el cuento de terror puro y duro. Nada que no se haya visto antes y ejecutado además con ciertos baches de torpeza escénica. El balance final exige al espectador que aplique un criterio de exotismo curioso o, a las malas, de anécdota sin más importancia, disimulada como parábola del Génesis y el pecado original.
Y sin llegar a las cotas de Jee-woon, Pil-sung acierta un poco más con el tercer segmento, un Happy Birthday que supone una nueva vuelta de tuerca entorno al ítem amenaza cósmica. Esta usando una textura minimalista y casera que no la colocaría en un lugar demasiado alejado del Extraterrestre de Vigalondo. Aquí, Pil-sung explora más el impacto en el pensamiento emotivo colectivo exponiendo una tragedia global inevitable centrada especialmente en una familia algo bizarra (y que fácilmente encajaría en la extraordinaria El sabor del té, del japonés Katsuhito Ishii), colectivo a la postre causante del evento apocalíptico. Y de la manera más absurda que uno pueda imaginar: aquí, de nuevo, el drama vuelve a darse la mano con la comedia delirante y todo queda finalmente tiznado por un toque de poesía bizarra. El último plano no engaña: el absurdo terminará por imponerse en este nuestro mundo, pero todos (o los que quedemos) seremos un poco más felices porque habremos aprendido algo por el camino. Aunque sea una frikada.
Una película, en fin, que adolece de nuevo de la principal tara que afecta al formato «antología fantástica»: una disparidad cualitativa en los resultados que le lleva a uno a plantearse por qué no se ha comercializado todo esto por separado y en forma de miniserie. Aquí hay demasiada paja para tan poco grano. Y es que digo yo que lo mejor en un mundo dominado por la selección de capítulo y la no-linealidad de los discursos sería que uno pudiera escoger el episodio que prefiriera sin tener que pasar por taquilla y pagar todo el pack. ¿No?
5’5/10