Crítica de Dos mulas y una mujer (Two Mules for Sister Sara)

Dos mulas y una mujer (Two Mules for Sister Sara)

Si el western ha sobrevivido hasta nuestros días, se ha debido sin duda a la figura de su último héroe, quien recogiera el legado de John Wayne para convertirse en el abanderado por excelencia de un género al que salvó una y otra vez, delante y detrás de las cámaras, hasta devolverle todo el reconocimiento merecido con esa gigantesca Sin perdón estrenada en 1992. Los orígenes del Clint Eastwood icónico, del héroe, hay que buscarlos en el spaghetti western, en aquella trilogía del Dólar de Sergio Leone aún hoy difícilmente superable. Pero tras su periplo por el género explotador por excelencia, durante esos tres años seguidos (1964, 65 y 66) en que llegaron las obras recién mencionadas, Eastwood se fogueó a base de varias películas en muy poco tiempo, alternando guerras con el lejano oeste, dramas románticos con comedias y thrillers. Fueron unos cuatro años que culminarían con Harry el sucio (1970), definitivo salto a la fama de quien a día de hoy es uno de los actores y directores más prolíficos de Hollywood; que estuvieron precedidos de una serie de televisión ya ambientada en el oeste; y que contaron con Dos mulas y una mujer, ahora recuperada por la Universal en alta definición, como primer punto de inflexión de la carrera norteamericana del actor.

Y no es de extrañar que la película cuajara. Clint Eastwood por aquel entonces quizás no fuera el arrastra-espectadores que es ahora, pero emparejarlo con Shirley McLaine y poner al dúo resultante a las órdenes de Don Siegel (con quien el actor ya había coincidido con anterioridad, y seguiría colaborando en el futuro) sonaba a fórmula segura. Reclamo comercial de aúpa, y espíritu de gran western sobre sus espaldas que, de hecho, así se confirma desde los mismos títulos de entrada: a ritmo de un providencial (como de costumbre) Ennio Morricone, los nombres de los responsables de la película aparecen sobreimpresos en imágenes de la fauna de parajes desérticos, incidiendo en la peligrosidad del salvaje oeste por el que transcurrirá la acción. Y ya con el marco perfectamente delineado, toca empezar el proceso de canonización norteamericana del actor, quien se presenta como el héroe que a la postre ha trascendido: chaleco sin mangas, sobrero manteniendo greñas en cautividad, pistola en mano y puro en boca (boca con la que, por cierto, detiene la mecha de una dinamita nada más arrancar). Es él, y está en su salsa. En una cinta de tiros, de buenos y malos, y de mujeres tentadoras.

Porque la presentación de ella también es de épica: desnuda y siendo molestada por dos malhechores, para soltar, en el momento en que es rescatada, la bomba al recuperar sus hábitos. De monja. Sorpresa a la que, por cierto, la cámara reacciona como el espectador, con un zoom instantáneo que casi grita desde su mutismo un glorioso wtf. A partir de aquí arranca el verdadero entramado del film, que para mayor descoloque se descubre como una historia de tensiones sexuales no resueltas, de atracciones imposibles, y sólo de refilón, de acción. Ella esconde un secreto, del que se van dejando ver algunas pistas (se la ve fumando un puro, contrastando tan impío gesto con la música en plan celestial de Morricone), y a él en cambio le cuesta horrores esconder sus deseos, lo que se traduce en intercambios de diálogos mordientes, en miradas intensas, en situaciones que se van caldeando parejas a su hipercolorista fotografía… Ahí está la escena de la flecha, por ejemplo, eterna y plagada de primeros planos de sus ojos.

Por en medio deambulan otras cuestiones: se intuye el aliento de persecutores en el cogote de los protagonistas, aquí y allá hay conatos de tensión (no de la sexual, de la de toda la vida) y, más estimulante aún, hace acto de presencia una serie de discursos sobre otras temáticas (enfrentamientos entre Iglesia y ateísmo, inestabilidad social entre locales y franceses) inesperadas. Pero todo tiene un rol muy secundario en pos de la relación entre los protagonistas, lo cual en ocasiones le hace flaco favor al ritmo de una película con pulso desigual si bien la realización sea notable. Por suerte, nunca se pierde la sensación de que todo se esté disponiendo para un gran colofón final, máxime a partir de la segunda mitad de la cinta. Y cuando llega el clímax, se asiste a una portentosa set-piece de acción rodada con rabioso dinamismo, empleando técnicas más propias de nuestros tiempos que de finales de los sesenta. Violenta y, eso sí, pelín caótica debido a la cantidad de actores y extras que pululan por pantalla. Greengrass se sentiría orgulloso.

La espera vale la pena, sin duda. A la postre, puede que Dos mulas y una mujer no sea el gran western, que su ritmo peque de demasiado irregular y que su espíritu tan cercano a la comedia romántica no sea del agrado de todos. Pero en líneas generales se puede considerar tranquilamente como un gran entretenimiento, digno de ser recuperado. Que ya es.

 

Y en el Blu-Ray…
En su esmero por recuperar westerns y convertirlos en alta definición, la Universal distribuye por nuestros lares y posibilita, no de manera voluntaria, hurgar algo más en el debate sobre la necesidad o no del formato Blu-Ray. La calidad de la imagen es más que aceptable, ha sido depurada y goza de gran nivel de definición y detalle, tan sólo mermado por excesos de ruido y grano aquí y allá. Pero esa calidad condiciona seriamente las escenas protagonizadas por la McLaine, que en su forma original abusaban del entrañable velo que ayudaba a las actrices a maquillar defectos e impurezas de la edad. En esas escenas, el resultado es extraño, la imagen se antoja enrarecida, como si lucharan por ella dos fuerzas iguales y opuestas a la vez. Nada que ver con los primeros planos de Eastwood claro, donde se ven con el mayor de los detalles hasta la última de sus arrugas. Ahí, la calidad es netamente superior.

En cuanto al sonido, se ha depurado pero conservado el formato para su versión original, presentando un Master HD mono que es la mejor opción de las que se incluyen en el disco… aunque comprenderemos que queráis tirar por el doblaje, con el mítico Constantino Romero haciendo de las suyas en un similares condiciones (mono HD). El problema es que alguna escena ha sido redoblada, por lo que la brusquedad del cambio puede descolocar a más de uno.

Por lo demás, tónica de dichas ediciones, no se incluye ningún extra. Pero la verdad, tampoco se los echa en falta si su ausencia supone la rebaja de precio de la que gozan tanto este como el resto de títulos de la colección.

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En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

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