Crítica de Dredd

Si es que había fans que así lo pedían, el Juez Dredd se merecía algo mejor que lo que tenía hasta anteayer. Nacido de vaya usted a saber qué fantasías salvajes generadas en la cabeza de John Wagner y plasmadas por los lápices de Carlos Ezquerra el célebre personaje surgido a finales de los 70 de entre las páginas de la revista 2000aD no podía conformarse con una versión tan acart(o)onada y definitivamente casposa como la que protagonizaba Sylvester Stallone allá por 1995. No, semejante individuo tenía que ser recordado en el cine como lo será en su hábitat natural: un ejemplo de amoralidad desorejada, un espacio donde se presenta un reto al espectador/lector: el de gestionar su propio sistema de valores y articularlos con sus ganas pornográficas de echarse al coleto una ración grasienta de entretenimiento pulp (y punk).
Conscientes de ello Pete Travis, director, y Alex Garland, guionista, han construido aquello que el aficionado podía esperar: un producto realmente aturdidor y mugriento, parido por una perra hidrofóbica y criado en el lado malo de la distopía.

Es este el único acto de justicia que han impartido los creadores de la versión cinematográfica; el de dar carpetazo a la versión Sly. El resto de asuntos legales, claro, corren de la mano de Dredd. Juez. Verdugo. Asesino totalitarista con la justicia de su parte (ay). Héroe monolítico como los de antes y que, vía evolución carnívora del género, se los cepillaría a todos ellos con un simple pestañeo. Y que, de nuevo en su versión fílmica, pone en cuarentena cualquier tipo de cordura o muestra de sentido común relacionado con las representaciones ideológicas: si Dredd es un facha, aquí lo es más que nunca. Y se toma o se deja. Este es el futuro que se presenta, y así funcionan las cosas ahí.
Concretamente, en una faraónica pero infecta urbe que perfecciona a la escala humana el concepto de criadero de pollos. Y cuya filosofía argumental inferida es simple: está todo muy jodido. Tanto, que ha proliferado entre la gente de la calle una nueva droga opiácea cuyo monopolio ostenta una tal Ma-Ma, pez gordo de los bajos fondos que se ha establecido en uno de los gigantescos edificios-ciudad sembrados por toda la megalópolis.

En otras palabras: bueno versus malo. Y le tocará a cada uno decidir quién es quién, otorgando el papel de bueno quizá al menos malo. Nuestro consejo: ni puto caso. Mejor abrocharse el cinturón y subir a gozar en esta montaña rusa construida a hostias por el hijo que tuvieron en algún momento Belcebú y el Doctor Mengele. Es lo que es Dredd. Una atracción salvaje, desquiciada y sin frenos, encorsetada en una aventura casi anecdótica como tal y con algunos puntos en común con la muy cultificada The Raid: Dredd y su compañera rookie deben penetrar en la fortaleza (trasunto futurista y paroxístico de uno de aquellos projects de The Wire) para tumbar a la parapetrada pope de la droga. Esto es, una película parca en pretensiones literarias -cuatro líneas maestras y pimpam- que sin embargo se dispara contra el estómago del espectador desde el minuto 1 y a bocajarro. Resultado: una de las experiencias más estridentes y agresivas que recuerdo haber visto últimamente en una pantalla comercial. Una (única) gran set piece ultraviolenta que pretende funcionar como contundente puñetazo sobre la mesa para a continuación no querer decir casi nada.

Y es que Dredd se vibra primero y luego se recuerda como un monolito infracturable, como un pedrusco extraído de un riñón y reinsertado de nuevo por el conducto menos sensato. Una pura salvajada, trenzado de secuencias anfetamínicas que avanzan encadenando planos de miembros amputados, cabezas aplastadas y cuerpos que estallan en puré carmesí y cachitos de hueso. Esto es, una burrada sucísima y explícita que apela al sentido del espectáculo añejo de la serie B y a los action heroes de una pieza de los 80. Compacta, muy compacta. Impenetrable y chirriante excepto, eso sí, en sus escapadas esteticistas, pequeños insertos delirantes motivados por la propia trama. Es decir, Travis cubriéndose las espaldas con la mejor coartada posible: en un movimiento tan descocado como inteligente, el ralizador disimula su ajustado presupuesto con momentos de un dudosísimo preciosismo que para colmo está perfectamente justificado a nivel narrativo: ninguno de esos momentos de new age islandés lisérgico, de ralentí hiperestético, es gratuito.
Y contribuyen en aumentar por comparación la concentración de azufre en oxígeno del resto de secuencias: estamos ante una película atmosféricamente cenagosa; oscura, histriónicamente claustrofóbica. Despreciando la sutileza de una puesta en escena matizada y expresiva.

Por lo demás, la interpretación monolítica de Karl Urban, todo mentón, desplaza los (únicos) focos de interés hacia el espacio que ocupan las mujeres de la película: por un lado una muy badass aunque algo desprovechada Lena Headey, mala de la función erigida en cacique, némesis del protagonista que en el fondo no es tal: al fin y al cabo, sólo les separa el lado de la justicia hacia el que se hayan decantado. Por el otro lado, una Olivia Thirlby que aporta la parte de humanidad, el 50% del factor buddy movie y forma un interesante binomio maestro/aprendiz con Dredd, sea para completarlo o directamente para negarlo. Pequeña coartada humana de una película que por lo demás no se plantea dejar ni un sólo respiro a la tranquilidad.

Cien minutos de ultramodernidad entendida desde el cazurrismo técnico (todo el dispositivo de sonido, efectos y banda sonora, es de traca) y narrativo (la profusión de frases lapidarias no hacen más que sobreexplicar un contenido ya de por sí mascado). Pero justo al servicio de todo lo contrario, de un espíritu de la celebración de aquel placer hedonista que provocaban los espectáculos de alto voltaje de antaño: mucha sangre, muchas bofetadas, muchos decibelios y la certeza de que, si luego uno se queda más vacío de lo que entró, es que todo ha ido según lo previsto.

7/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Bluts me has engañado… o por lo menos me has creado un hype previo que me ha soltado un sopapo memorable.

    Me ha decepcionado bastante, ni es tan heavy a nivel de gore como esperaba, ni visualmente encuentro nada memorable (el slo-mo me parece hortera… mucho), ni la acción me hace sudar (como si lo hacia The Raid), tanto disparo y tan poca acción física roza es un poco coñazo tras un par de niveles.

    La ausencia de climax es otra pega.

    Tan solo salgo contento por la ambientación, por los actores (Lena y Olivia me han gustado bastante… lo de Karl Urban no se puede llamar interpretar) y que tiene su gracia cazurra. Pero muy por debajo de lo que esperaba.

    Triste.

  2. Pues oye, es una pena, habría apostado por que te molaría.

    A tus cosas, en semidesacuerdo: heavy, hombre, teniendo en cuenta que aspira a ser un blockbuster, es muy, muy heavy. Obviamente hemos visto cosas que supuran muchísimo más gore que esto, pero casi nunca en una sala comercial, quitando, quizá, las últimas Saw. Insisto que pocas veces había visto tanta agresividad frontal en un cine convencional…
    En cuanto a la parte formal, bueno, a mí sí me hizo mucha gracia el tema del slo-mo. Que es una horterada kitsch? Sí, por supuesto, de eso se trataba. Pero jugado con inteligencia y una coartada argumental: sólo cuando se chutan.

    De acuerdo en lo del (no) climax, sí.

    Por cierto, hace miles de años que me lo guardo, y no es nada personal, tío (de verdad), pero APRENDED TODOS DE UNA MALDITA VEZ A USAR CORRECTAMENTE LA PALABRA HYPE

    aaaaaahhh… a me lo he quitado de encima… qué gustico…

    (dicho lo cuál, a decir verdad, del modo que lo has usado tú es poco incorrecto)

    Saluds!

  3. Aqui uno al que le ha gustado pero tampoco le ha parecido la ostia.

    Disfrutable si, "imperdible" no.

    Para mi gusto le falta escenas de acción más vibrantes y un enfrentamiento final mas molón.

  4. PUes hay quorum casero, ergo ash y Barry, quedáis desafiados! jejeje, no, en serio, yo estoy de acuerdo en que podía haber sido mucho más, claro que sí. Ahí está The raid para demostrarlo. O incluso Los mercenarios 2, como entretenimiento del año para un servidor.

    Pero esto sigue siendo un cine políticamente correcto por mucha R Rated que haya, y además tiene la santa virtud de buscar la recuperación del cine de acción de antes, ese en que la atmósfera se va cociendo poco a poco, ese de momentazos entremezclados con supuesta caracterización de personaje. El habitual "masa de músculos tras lo que se esconde un croazón". O algo así que era lo que querían decir Máximo riesgo o Terminator 2.

    Y además es sudorosa, sucia, y sin las pijadas de Transporter o Crank u otras mierdas. Aquí son armas que pesan, armaduras que pesan, tíos que pesan… no sé, a mí me pudo transportar muy fácilmente a la época dorada de la acción 80/90. Y sólo por eso ya lo vale.

    Clímax miérdeR? ahí sí, minipunto para vosotros.

    (siento estar tan espeso, mi vida estos días es así. Espesa.)

  5. No le pido ser mas bestia, le pido ser diferente a nivel de acción. Su movilidad como héroe de acción queda reducida a levantar el brazo y disparar… lo siento, busco algo mas dinámico.

    No me hables de pijaditas que la pistola con sus balas intercambiables ya es suficiente chorradita.

    Me gustó, pero muy por debajo de lo esperado. Si quieres explotar el slo-mo, explótalo no te quedes a medio gas y ese es el problema se queda a medio gas en casi todos los momentos. Me gusto su mundo, si hacen una secuela (lo dudo) le daré una oportunidad.

  6. Pues yo busco, en Dredd, justamente eso. Movilidad reducida, potencia de la hostia debido justamente al impulso de sus escasos movimientos.

    Sï que es verdad que el slomo podría haberse aprovechado más, pero entonces nos hubiéramos quejado de exceso de Matrixismo…

    Y la pistolita de pistolas intercambiables no me parece tan pijada. No me refería a ese sentido, de hecho, sino al estilo con que se hace la película. Crank está llena de montajes anabolizados, de música estallando en los tímpanos, de movimientos de esos de no saber qué está pasando. Dredd es un tío que pone ahí su cámara y la mueve lo que tiene que moverla para ver a esa mole musculosa reventar a tiros a todo cristo. Con balas intercambiables, vale xD

  7. la pelicula esta geniales de la mejores que he visto gracias a mi marido fernando carrion arribas bejar henandez

  8. Pues celebro que te gustara!
    Ah, y amigo Carpenter, qué callado te lo tenías, eh? ;)

    saludos!

  9. Crucificadme si queréis, pero he de deciros que hay que ir cambiando el chip… Esta película es un derroche de postmodernismo, casi post-postmodernismo diría yo, a falta de una palabra mejor. No se puede ver una película de acción del siglo XXI con ojos ávidos de pelis de los 80. Es como con Guerra Mundial Z. No se puede ver esa película añorando las pelis de zombies del siglo pasado, porque así claro que nos defrauda. Yo vi ambas con las expectativas muy bajas por las críticas que había oído y las dos me han sorprendido gratamente. Creo que ambas han intentado hacer algo un poco distinto y lo han conseguido. No sé, a lo mejor es que soy yo muy postpostmoderna, ¡jaja! O que de tanto análisis académico del cine de acción de los dosmiles le he cogido un gusto especial.

  10. Te crucificamos y te quemamos en la hoguera! Ah, espera, que hay motivo, voy a leer el resto de tu comentario…. Bueno, con Dredd ya ves que, al menos en La Casa, estamos de acuerdísimo contigo.
    Con Guerra Mundial Z no. Creo que el libro sí busca algo distinto, pero la película lo limita a lo de siempre, sólo que en un mapa de juegos más grande. Un héroe y padre de familia, un par de pantallas que pasarse, y santas pascuas.

    Y encima lo hace con una dirección pobre, sin violencia, y con Brad Pitt bebiendo Pepsi…

  11. Pues eso, suscribo lo que dice Carlos.
    De todos modos, sólo un apunte, así para ir de tiquismiquis repelente (y entonces a quien querréis crucificar es a mí), es imposible hablar de postmodernidad sin fijarse en los 80. Precisamente la postmodernidad se basa en el juego de transgresión y reverencia a los códigos genéricos, estéticos y temáticos de lo moderno, y eso en el caso del cine empezó en los 70 y se alargó hasta los 90…
    Así que al fin y al cabo analizar una peli hoy con un rasero fijado en los 80 ya es de por si postmoderno.

    Ñe ñe ñe ñe

    Jejeje, ya está

    Salud!

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