Crítica de Drug War
Ya lo comentábamos en ocasión de Blind Detective. Que con un carrerón sólido a sus espaldas, al alcance de muy pocos en el cine de acción oriental contemporáneo, Johnnie To tocaba definitivamente el cielo con Vengeance. Por el camino había sembrado momentos, temas, motivos y secuencias memorables, pero parecía que desde ese título concreto su filmografía había quedado un poco resentida, a la espera de encontrar nuevos momentos de grandeza o, por lo menos, de cierta relevanza por encima de las circunstancias: sin ser malas, las últimas del hongkonés sí son un tanto insulsas. Excepto en el caso de Drug War, mucho más cercana a las líneas tirantes -no sólo en género sino sobre todo en autosignificación- de PTU o Exiled que a la indiferencia de, no sé, Life without Principle o a la intrascendencia de Romancing in Thin Air. Cabe en cambio irse al cine pretérito de To, el de hace diez, quince años, para encontrarle parangón a esta que, si bien no está entre sus obras maestras sí es un ejercicio notable de cine negro y una tensada cinta de acción.
Como en sus mejores películas, To plantea un arranque poderoso -no tanto, quizá, como el de Breaking News– que da pie a una trama de policías, agentes de estupefacientes, narcotraficantes, macarras de toda índole y matones peligrosos. Un planteamiento abigarrado que va tomando caminos que a cada paso se intuyen menos seguros, más delicados, pero que a través de la narrativa infalible, sólida y confiada del director presentan continuamente posibilidades estimulantes. Vuelve a ser norma esa profusión de buenas ideas presentadas de manera inteligente, casi intrigante, y resueltas con oficio y arte, con esas manos de pulso firme que logran hacer vistosos malabarismos con las cantidades adecuadas de sordidez, estilización, violencia y drama. To maravilla con su puesta en escena espartana y certera y sigue manteniendo la furia sostenida como nadie, desplazándose por los elementos de la escena sin perder, e incluso aumentando, el suspense. Trazando tensiones entre las miradas de los personajes y las acciones que están a punto de estallar, lo hagan al final o no.
Drug War vuelve a ser un gran ejemplo de puesta en escena precisa y milimétrica que sin embargo no castra la emoción salvaje, especialmente desatada en el tercer acto que cataliza en un climax ejemplar. Un tiroteo en una carretera que nos recuerda por qué a menudo termina viniéndonos a la cabeza Michael Mann cuando nos exponemos a un thriller de Johnnie To. Como aquel, el hongkonés siempre sabe cómo hacer que el género siga pareciendo estiloso, excitante y vibrante sin dar su brazo a torcer en las opciones de realización que se plantea: incluso en sus obras menores (no digamos ya en sus thrillers bien engrasados), To se mantiene sabio y listo a la hora de planificar, de componer el plano y de montarlo después con ritmo fluctuante pero implacable. Una solidez que resulta marco perfecto para sus personajes turbios, peligrosos, de doble moral, habitantes de unos bajos fondos infestados de tríadas, mafiosos y polis poco ortodoxos, donde los principios terminan siendo una entelequia relativa más que una prioridad ética. Y donde se incuban los destinos más trágicos con giros más negros (ojo a la oscurísima última escena) que aseguran que no hay, y nunca habrá, paz par los malvados.
Contundente, seco, serio, espeso en el mejor de los sentidos, casi tan vibrante como en sus mejores épocas, los fans podemos guardar la esperanza en el PuTo Amo mientras vaya sirviéndonos platos tan fríos y agrios como Drug War.
7’5/10