Crítica de Eden
Cuarta película de Mia Hansen-Løve y nueva demostración de que, cuando se posee una personalidad fuerte y una claridad de ideas superior a la media, un autor siempre puede ser capaz de ofrecer lo mismo pero distinto. No se hace raro observar Eden como una continuación creativa natural a Un amour de jeunesse, pero de alguna forma se nota una importante maduración de su autora: por primera vez abandona la austeridad para, centrándose de nuevo en el amor en la adolescencia, acometer una tarea mucho mayor: la de dar forma a una pequeña Historia de la música electrónica en Francia desde principios de los años 90 hasta nuestros días. Y si como idea la cosa se antojaba irresistible, el resultado no decepciona: la directora acierta en su acercamiento íntimo a la vida de Paul, que descubre el house y empieza a dar forma, como DJ, a lo que pronto se conocería como french touch. Y al mismo tiempo va dibujando ese telón de fondo mayor que confirma a los DJ’s y a los productores como los nuevos rockeros. Mejor dicho, como una suerte de punks de la música electrónica: la de Hansen-Løve es una crónica de vitalidad, búsqueda de nuevos caminos artísticos, comunión orgánica con la música (el contacto entre máquina y hombre). Pero también de raves locas, drogas y vida a salto de mata.
Así que hay dos posibles acercamientos interesantes a la película. Uno tomándola como un drama adolescente que narra el devenir de Paul desde principios de los 90 hasta casi hoy día. Sus desengaños, aprendizajes y cagadas. Sus amores, la relación con su madre, con sus amigos y con su inseparable compañero al frente del ficticio combo de house Cheers, trasunto de Daft Punk solo que más enraizado en la electrónica neoyorkina que en el funk de los 70. Veinte años en la vida de un joven que tiene que aprender a hacerse adulto compaginando una vida que se sale de lo esperado, que significa la persecución de un sueño pero que le reporta hostias, disgustos y encontronazos. En este sentido la película logra situarse en esa suavidad y sensibilidad tan propia de Hansen-Løve, bañando de melancolía la historia, despojándola de artificios dramáticos y tratando a los personajes con enorme respeto. La realización es coherente con ello y -a pesar de las tentaciones que podría deparar el contexto- huye de histrionismos para no perder temple y lucidez. En ese sentido la directora se encuadra con esa veta francesa que sabe retratar como nadie el tránsito a la edad adulta aportando nuevos matices a un discurso ya conocido. La misma que empezaba con el Truffaut de la época postadolescente de Antoine Doinel.
El segundo enfoque posible es, claro, el de esa aproximación a un panorama musical, en clave de retrato generacional. A partir de las vivencias de Sven, hermano de la directora y DJ profesional, se echa un vistazo poco exhaustivo pero notablemente pasional a la construcción de aquel caldo de cultivo clubero. El auge del éxtasis, las raves privadas, las montañas de coca, las primeras emisoras destinadas íntegramente al electro y, en general, el desembarco de la electrónica en Francia -que bebió más del garage neoyorkino que del House de Chicago y el tecno de Detroit- sirven como lienzo para un ejercicio de evocación de un tiempo no muy lejano. Una mirada entretenida y bien cimentada que no debería ser confundida con un documental -para crónica enriquecedora y chichuda (en ocasiones demasiado) de aquellos años, ya tenemos el fundamental libro de Simon Reynolds Energy Flash-. Y que se postula como un retrato de la época fundamentado y orgulloso en su abordaje de las filosofías tecno de la pista de baile (ni rastro de Air, el otro gran foco electrónico galo de la época, casi herejes en su visión pop del asunto). Una película que rinde homenaje a algunas de las figuras claves del house del momento invitándolas, directamente, a aparecer entre sus surcos: Arnold Jarvis, Terry Hunter o Tony Humphries hacen acto de presencia sobre un fondo sonoro donde también abundan temas de The Orb, Frankie Knuckles, Terry Hunter, Jon Cutler, Joey Beltram, Lee Fields y Martin Solveig.
Todos ellos y, claro, Daft Punk, aparentes faro y guía de la vertiente musical de la película, que de alguna manera se podría encuadrar entre dos canciones clave del dúo francés: la seminal «Da Funk» (primer single de su carrera, primer bombazo desde el esencial Homework) y la balada sintética «Within» (reflejo del bajón lisérgico y la resaca, uno de los cortes de su último disco, Random Access Memories). Una jugada, la de convertirlo todo en una suerte de biopic apócrifo de Daft Punk, que podría descontrolarse en algún momento del camino si no fuera por el pulso dramático de Hansen-Løve. Y es que, peligrosamente proclive al ensimismamiento, Eden a ratos tiene más de ejercicio de estilo que de otra cosa, mientras que en otros momentos directamente bordea el desastre de lo pretencioso, como en ese final con lectura de un texto de Robert Creeley incluida. Pero no hay motivos de alarma. El posicionamiento de la autora garantiza ese sentido común del que hablábamos arriba y evita el descarrilamiento. En general Eden resulta una película necesaria para el discurso autorenovador de Hansen-Løve, un paso lateral que, sin embargo, la vuelve a proyectar hacia el futuro. Y, obviamente, resulta en un goloso regalo para cualquiera que esté interesado en las manifestaciones más populares de la música electrónica en todas sus vertientes: la lúdica, la hedonista y, por supuesto, la emotiva.
7’5/10