Crítica de Eighth Grade
Uno ya tiene su edad, así que siento esta afirmación un poco temeraria, pero me da la sensación que Eighth Grade retrata con asombrosa fidelidad el ser y el estar de toda una generación de adolescentes actuales que luchan contra sí mismos. Enganchados al móvil a perpetuidad, usan Instagram como carta de presentación definitiva y practican Youtube como forma de vida. Pero también conviven con una profunda disonancia, la del abismo que se tiende entre sus dos facetas: la real y la virtual. Cada día lo que se es parece estar más a la sombra de lo que se aparenta ser.
Por ahí va Eighth Grade, un slice of life adolescente que es puro siglo XXI. Tema delicado que exige exquisitez. Afortunadamente la aproximación del artista multimedia Bo Burnham se escapa de cualquier retrato de rasgos apocalípticos y de cualquier caricatura de brocha gorda dibujada desde el desconocimiento o desde el vinagre de la edad adulta. Burnham no demoniza, simplemente se acerca, mira y trata de comprender. Y sus herramientas no son las de la amargura ni la desesperanza. Todo lo contrario. A pesar de ser carne de drama tormentoso, su Kayla (brutal Elsie Fisher), una adolescente que vive con su padre -un tipo preocupado y voluntarioso, pero un poco inútil- parece tan abrumada por los cambios que le sobrevienen (en una semana termina la primaria) como casi cualquier persona de su edad. De las de verdad, de carne y hueso. Pero a diferencia de la mayoría de ellos esta derrocha carisma outsider.
Porque el enfoque del realizador y guionista es, ante todo, personal y muy atractivo. Ni un ejercicio de ensimismamiento indie ni un intento de llevar lo intimista hacia el mainstream más grueso. Es, muy a su bola, una película que nada en una corriente propia a pesar de fijarse en otros que también se han remojado en el mismo río: Burnham no es tan sangrante como Todd Solondz ni tan camp como los Hess, pero tiene un poco de ambos y los destila para construir un discurso propio a medio camino del retrato fidedigno y la sana sátira donde, por cierto, también pillan los adultos y el sistema educativo. Retrato incisivo, cuidado y tallado a mano del angst millennial servido con sinceridad, elegancia y exquisitez (la selección de canciones es una diana tras otra) en una puesta en escena creativa y, desde su atemporalidad, tremendamente moderna.
Valoración de La Casa
En pocas palabras
Una película que retrata con brutal realismo la sociedad millennial, sin caer en exabruptos melodramáticos ni en excesos propios de quien no comprende a las nuevas generaciones.