Crítica de El canguro (The Sitter)

Si sacaran sus cabezotas del interior de sus respectivos traseros, la Asociación para la Defensa del Menor, el titular de aquel juzgado de instrucción de Vilanova i la Geltrú, la CONCAPA y el doctor Wertham se escandalizarían ante la simple existencia y estreno comercial (¡boicot, sabotaje, cruzada!) de cosas como El canguro. En fin, el ínclito doctor quizá no, que ese lleva varias décadas criando malvas en la calidez de su nicho unipersonal, confiando en que la integridad de los chavales de este mundo ha sido salvaguardada una vez más. Y desconociendo por completo que un tipo grueso y llamado Jonah Hill se ha llevado a una representativa muestra de ellos, tres, a pillar coca para su novia, intentar rascar de paso una mamada y no meterse en demasiados líos chungos con gente de la mala vida.

Ah, delicia de pulverización de prejuicios añejos y apergaminados. Poco a poco, la inagredible figura del menor en el cine va perdiendo su gris intocabilidad para convertirse en otro blanco de chistes burdos y grueseces dudosas.

Menos mal, porque de no ser así, esta nueva comedia propuesta por David Gordon Green quedaría en enésima repetición de la fórmula escalada de barrabasadas a lo Todo en un día que veía su pico creativo en ¡Jo, qué noche! Esto es, se empieza el día con una cierta tranquilidad espiritual y se termina con la vida patas arriba cortesía de una colección de calamidades dispuestas en espiral.

Pero más a Ferris Bueller que a Scorsese, apunta todo esto: El canguro es una nueva revisitación del verbo y gracia de los ochenta de John Hughes y Chris Columbus, su concepto de la aventura adolescente y su tratamiento del autodescubrimiento en los albores de la pubertad. Pero especialmente es una reedición de las comedias de acción, ya pasadas por el termomix posmoderno de la sarna paródica, que condimentaron tantas infancias y adolescencias a finales de esa década e inicios de la que la siguió. Y sea consciente o inconscientemente, para bien o para mal, esto
termina siendo una epopeya de babysitters al más puro estilo Aventuras en la gran ciudad. Solo que cambiando a la Shue por Jonah Hill y añadiéndole a la mezcla un buen escupitajo de humo de maría.

Y es que si hay por aquí algún master in his domain, un tipo que controle los resortes y mecanismos de su propio supragénero, ese es David Gordon Green para la stoner comedy: al fin y al cabo esto tampoco deja de ser una especie de remozado de su Superfumados, con la que conforma una suerte de díptico alrededor de la juventud en marcha para mostrar que el lumpen proletariado postadolescente sí mueve cuando quiere su adiposo trasero: básicamente, cuando es para pillar (mujeres o drogas). Así que bien por él y por haberse logrado erigir en portavoz de toda esa tropa y también en mañoso reciclador de material antiguo.

Lo malo, que en la búsqueda de su lugar creativo, a Grodon Green se le ha olvidado por el camino ser un director estimulante. Y ha pasado a engrosar las filas de la cantera Apatow, meros cromos intercambiables que, a excepción de algunos listillos con cuchillas en lugar de lengua y un burrito de chile en lugar de cerebro (Greg Mottola es buena mierda), terminan el esprint al trote sin levantar demasiada polvareda. Cociendo sin enriquecer. De modo que el arsenal cómico de la película queda confiado a un guion que a ratos funciona de maravilla y a otros no logra evitar la repetición desganada. Que tiene en sus arranques de absurdidad timorata su mejor baza y además está puesto en escena tirando de desfile de intérpretes con tablas (Hill, Rockwell, J.B. Smoove), que resultan un estupendo apoyo.

Al final, sin embargo, El canguro no logra ser mejor que ninguna de las arriba citadas, ni tampoco deja significativa muesca en la producción anual de comedia americana para el presente curso (las ha habido y las habrá mejores). Ni resulta tan salvaje como para que al final de la proyección le vengan ganas a uno de prenderle fuego a las Nike sólo para ver de qué color ahúman. Pero su espíritu transgresor acecha, salta de vez en cuando, y quizá su mayor subversión está en haber normalizado un panorama en el que puede nacer y crecer una comedia que aglutina con la más hijaputa naturalidad la aventurilla infantil de niños pizpiretos con la incorrección política de una generación que ha decidido tomarse la vida como si fuera una despedida de soltera, o un chiste de negros, o algo de similar mal gusto.

6/10

Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Pero qué demonios? El viernes pasado vi Infiltrados en clase…y ahora me encuentro con que Jonah está otra vez gordo?

  2. Yo creo que es una Supernova…va creciendo y creciendo hasta a llegar a una inmensa explosión (The Sitter) para luego ir despareciendo poco a poco…

  3. Pues yo creo que es un gordo cabrón.

  4. juas Barry!
    Nos os parece que el cartel es de-lo-mas-original? me vienen a la cabeza unos cuantos parecidos!xDD

  5. El cartel es una mierda, contigo Elasti.
    Pero mola el rollo este que provoca Hill con sus estrenos: de verdad, ver primero Moneyball, luego Infiltrados en clase y luego ésta puede quemarle a uno el cerebro. Damos fe. (Pau, nuestro redactor esporádico, ha quedado para el arrastre)

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