Crítica de El chico y la garza
El mundo de la animación se dio de bruces con una realidad muy dolorosa el día que, al estrenar El viento se levanta, Hayao Miyazaki anunció que había sido su último trabajo. Los motivos por los que se justificó, supusieron un jarro de agua fría: a su edad y con los años que se tarda en hacer una película de animación, no le iba a dar tiempo. Tremendo mazazo, sorprendentemente esquivado un decenio después con el estreno de El chico y la garza, regalo tardío de un maestro a quien creíamos retirado y que, lejos de eso, ya piensa en su siguiente obra. Ojalá se cumpla. Este mundo cada vez más necesitado de originalidad, amenazado por la inteligencia artificial y fagocitado por el consumo en masa de las plataformas, se ha visto violentamente zarandeado una vez más por el estudio de Totoro, Chihiro y Mononoke. Es decir: por el estudio de animación mejor capacitado para enfrascar a su público en universos únicos y rabiosamente originales; además de visualmente exquisitos. Y claro, El chico y la garza no es la excepción.
Vuelta a las historias con un toque autobiográfico y un marco realista (como ya ocurriera en la anterior), la película sigue los días de acoplamiento de un joven a su nueva realidad: durante la Guerra del Pacífico, su madre fallece en Tokio, así que padre e hijo se largan de la ciudad después de que el primero establezca matrimonio con la hermana de su malograda primera esposa. En la nueva residencia en que se encuentran, una garza hace acto de presencia y le dice al joven que le siga, que sabe dónde está su madre. Arranca así una película increíblemente compleja, una obra maestra con todas sus letras por la habilidad con la que Miyazaki hilvana todo lo que tiene que contar.
De entrada, El chico y la garza es una suerte de Divina Comedia por unos mundos paralelos a los que se entra por una puerta indicada, justamente, con un verso de Dante. A lo largo del periplo en busca de su madre, el chico se encontrará con barqueros, seres que viven un calvario, y lugares terroríficos algunos, paradisíacos otros. De alguna manera, Miyazaki hace suya la obra del dramaturgo italiano, virando hacia terrenos que remiten directamente a El viaje de Chihiro. Pero que también toma elementos de toda la filmografía de Miyazaki, suponiendo una preciosa y delicada mirada hacia atrás a una filmografía esplendorosa a modo de homenaje igualmente brillante. Y siendo, además, probablemente la película más bonita que ha hecho Ghibli jamás.
Pero además, el tema central aquí es el de afrontar la pérdida, claro. La pérdida de la madre, de la inocencia, pero también la del propio director. Con esta propuesta, Miyazaki parece haber escrito su propio panegírico al tiempo que lamía las heridas de su pasado. Y el resultado es un mensaje alentador y lleno de luz, sobre la vida y la muerte y las responsabilidades de cada uno por hacer del mundo algo mejor. Hay personajes ancianos y jóvenes, unos aprenden de otros y los relevos van pasando figuradamente de manos en una armonía perfecta.
Porque semejante infinidad de capas encaja de manera natural y siempre, siempre bajo la batuta de un director que lo tiene todo atado para que nada se le vaya de las manos. Y quizá sea ese punto extra cerebral el juegue un poco a la contra de El chico y la garza: si en algo es inferior a otras obras, es que parece emocionar menos. Cierto es que el impacto emocional es menor de buenas a primeras, pero porque crece a posteriori. Nada más salir de la sala, empiezan a enredarse recuerdos de lo vivido: en lo emocional, sí, pero también en lo sensorial, dejando plena constancia de que se ha atendido a una película de calidad artística incalculable, una (otra) maravilla del genio de la animación por excelencia. Un ejercicio de sutileza, técnica y escritura que aunque no pueda parecerlo de entrada, acaba siendo una obra maestra a la altura de las mejores.
Si esta es la despedida definitiva de Hayao Miyazaki, no podría ser mejor. Qué maravilla.
Trailer de El chico y la garza
El chico y la garza: de maravilla en maravilla
FOMÓMETRO
Miyazaki vuelve a los cines con una nueva propuesta a medio camino camino entre la autobiografía y la fantasía, para reflexionar sobre la vida y la muerte, la pérdida, el legado y las responsabilidades de cada uno en vida. El resultado: otra maravilla made in Ghibli que fascina en todos los sentidos y que crece a posteriori.