Crítica de El Evangelio, de Elisa Victoria (Blackie Books)
Por su cualidad casi de “high concept” creo que procede empezar a hablar de El Evangelio resumiendo su planteamiento argumental: Lali es una estudiante de magisterio veinteañera en Sevilla que se (mal) gana los cuartos trabajando en un Telepizza y que, por culpa de un descuido termina haciendo las prácticas universitarias en una escuela de monjas, junto a niños y niñas de cuatro y cinco años. Es un punto de partida ya de por sí goloso, atractivo como tal, y que no hace más que crecer cuando se le van añadiendo ingredientes: Lali se muestra tan desencantada de su recién inaugurada adultez como apasionada por la parte más humana de su futura profesión. Su vida personal y emocional está tan patas arriba como bien atornillado al suelo todo su sistema de creencias morales respecto a la educación infantil. Es una persona fuera del aula y otra muy distinta dentro de esas paredes… pero al mismo tiempo es exactamente la misma persona.
Me explico mejor. Podríamos resumir El Evangelio como una novela construida a mayor gloria de un gran personaje central, imperfecto y humano. Una Lali que es puro magma, un carrusel de desajustes en el que es fácil, en mayor o menor medida, reconocerse. O que es fácil amar y comprender, en todo su esplendor desesperanzado y desatada elocuencia kamikaze. Esa verborrea que la lleva a hablar del infierno de los Martes Locos de Telepizza, de montañas de papel higiénico usado tiradas en un rincón del baño o de los accidentes anatómicos de su poco agraciado coño… para a continuación saltar a la descripción, exquisita y sabia, de las dinámicas internas del aula, de las peculiaridades y temores de cada uno de los niños. Y así, con endemoniada soltura Elisa/Lali (hay algo de autobiográfico en esta novela) va llenando páginas y páginas de observaciones agudas, situaciones memorables, comentarios afilados sobre la educación y encendidas soflamas identitarias, todo revuelto pero todo en su lugar. Dicho de otro modo, hay dos relatos entretejidos en El Evangelio. Por un lado el de la joven desastrillo, sufridora pizzera, experta feladora de profundidad, nostálgica de su único gran amor ya perdido, fiestera algo hastiada, consumidora de pornotube que no tiene ni puta idea de asuntos divinos. Por otro lado, el de esa misma joven sensible con sus alumnos, transgresora de unas reglas educativas desfasadas y receptora de un poder incalculable: el de moldear un futuro justo y sensato para ellos. Dos relatos que en realidad… son uno, el de la represión patriarcal (qué es la Iglesia sino la ultimate organización falocéntrica) de la sexualidad, de la identidad, de la autonomía, del libre pensamiento. Porque al fin y al cabo Lali parece querer tratar a los niños como espera ser tratada ella misma: con respeto, comprensión y aceptación de su manera de ser, sus fallos y sus aspiraciones.
El Evangelio es una novela de enorme riqueza temática. La autora habla con autoridad y contundencia sobre sexismo, machismos cotidianos, dignidad (sexual, afectiva, laboral) y roles de género mientras rompe convenciones, pone en tela de juicio comportamientos caducos y desmonta prejuicios a golpe de sentido común. Con rotundidad y severidad, pero también con humor. Y especialmente, con empatía: hacia sus alumnos, hacia sus amigas, incluso hacia alguna (sólo una en realidad) de las monjas que la acompañan en la escuela. Lo demás, a ese respecto, es un vertido masivo de ácido. La autora crítica no tanto al cristianismo y a quienes lo practican como a la institución en sí misma, a la iglesia como fábrica de feligreses lobotomizados, condenados al eterno calvario emocional, a una libertad miserable y ratonil. Vomita bilis sobre esa España blancoynegrista ajena a las emociones; la de los casposos de toda la vida y la de los que conducen BMWs y visten collares de perlas, lo entierran todo bajo cheques y abandonan a sus hijos al inicio de una cadena de procesado de carne que culminará en una escuela de ADE de pago. El país que sólo sabe comunicarse con un exabrupto o un piropo seborreico, pero no con todo lo que hay en medio.
Todo esto se abre camino a lo largo de 300 chichudas páginas mediante un lenguaje muy ágil, a ratos imparable y euforizante, a otros profundamente reflexivo y a otros más casi deprimente. Una prosa veloz y que no se debe a nadie más que a su propio estilo que picotea por las muchas caras de la cultura pop de mediados de los dosmiles, la del fotolog y los SMS (la misma que hoy, solo que sin redes sociales), y conjuga chonis, indie, discoteca, universo Telepi y callejeo cartujano con ese discurso suyo tan untado en autoindulgencia y autocastigo, rabia y resignación y blasfemia, moderada o descarnada. Todo mientras recupera recuerdos melancólicos de un antiguo amor (el único amor) e incontables horas en un bus que es al mismo tiempo una bestia mística y un servicio municipal de mierda. Ese lugar donde reflexionar sobre las expectativas que se tienen sobre ella como adulta supuestamente autónoma, como estudiante y trabajadora y como mujer. Expectativas que la conducen a sentirse culpable, a tener que fingir y a pedir a gritos que la dejen ser como es y si además es aceptada, pues mejor.
En resumidas cuentas, un libro ligero y profundo, descacharrante y descacharrado, dulceagrio y, quiero pensar, peligroso. Una yema de santa teresa de tres kilos con una granada de fragmentación como relleno.
El Evangelio: bendita arma arrojadiza
Por qué leer El Evangelio
Si Vozdevieja sirvió para descubrir al mundo a Elisa Victoria El Evangelio la ha consagrado. Y por evitar el cliché, no hablaremos de “la voz más original de las letras en castellano” y, simplemente, animaremos encarecida a su lectura, adictiva, voraz y emocionante