Crítica de El fraude (Arbitrage)
Tras dirigir el documental The Outsider, que giraba en torno al rodaje de un thriller de bajo presupuesto sin guión, Nicholas Jarecki da el salto a los largometrajes también con un thriller, pero hasta ahí acaban las coincidencias. Y es que El fraude cuenta con un reparto sumamente comercial, capitaneado por Richard Gere y completado con Susan Sarandon, Eli Roth, Laetitia Casta y Brit Marling. Casi nada. Y guión sí tiene: se centra en un multimillonario empresario que está ultimando las transacciones necesarias para vender su imperio y emprender su retirada junto a su mujer y sus hijos… y su amante, claro. El plan perfecto que se tuerce cuando, cual castigo divino, la vida le asesta un dramático golpazo. En otras palabras, entramado también comercial que en suma hace del film un plato digerible por cualquier tipo de público, para el desdén de cualquier tipo de crítico. Sólo que vaya por dónde, resulta que no se trata del habitual pastiche directo a engordar la (cuestionable) filmografía reciente de su protagonista. Resulta que pese a sus pintas, El fraude no está nada mal.
El truco está en ajustar miras y rebajar expectativas. Aquí no está Michael Mann detrás de las cámaras, ni se cuenta con la firma de Aaron Sorkin en el libreto. Se trata de un thriller vulgar y con unos fines muy obvios, entretenimiento de evasión a consumir con suegros y palomitas. Yerra quien espere cualquier cosa más, de la misma manera que yerra quien se acerca a ella con el cuchillo entre los dientes, dispuesto a pasar ciento y pico minutos de sufrimiento. Con los horizontes reubicados, queda una intriga solvente, un más que digno film de relleno que pese a no tener nada que aportar (y sus responsables, todos, son los primeros que lo saben), tampoco desaporta. Que ya es. Es más, hasta se permite el lujo de esconderse algún que otro as en la manga con la capacidad de sorprender a más de uno.
No se trata de giros inesperados que le dan la vuelta a todo lo visto hasta el momento. De hecho, es más bien la ausencia de ellos lo que coge desprevenido. Contrariamente a lo acostumbrado, El fraude se mantiene en sus cabales en todo momento. Apuesta por la sobriedad, por la progresión (más o menos) lógica de sus acontecimientos y de los estados anímicos de sus personajes. Y de este modo, le permite al espectador sentir algo más que el habitual seguimiento apático del héroe (o no) de turno; plantearse hasta dónde merece el ambiguo protagonista pagar por sus actos. Incluso sufrir con él cuando entiende que el futuro se le escapa de las manos, y se aboca a un fin nada agradable. Un protagonista ambiguo, así acabamos de describirle, porque si bien sus escarceos lejos del matrimonio son de moralidad cuestionable, bien cierto es que la expiación de sus pecados se puede antojar excesiva, y el recuerdo de los mismos pesa sobre él desde el primer momento en forma de agónica lesión que allana el camino hacia la empatía total. Aunque buena parte del mérito, claro, se la lleva un Richard Gere que por fin ha alcanzado, a estas alturas, su mejor momento interpretativo. Tan entregado como contenido, su recreación del tal señor Miller es convincente y profunda, y sabiendo que sobre sus hombros se apoya todo el film (la cámara apenas si se separa de él en una o dos secuencias), soporta el peso sin problemas.
La misma eficiencia que se palpa a cada minuto y en todos los aspectos de El fraude. Y es que no hay nada como una producción que, desde la honestidad de sus propósitos y sin ninguna pretensión, se dedica a, al menos, hacer las cosas bien. Lo decíamos antes y lo repetimos ahora, Jarecki no engaña a nadie ni descubre la pólvora con su primer largometraje de ficción. Pero le sabe otorgar la dignidad que muchos otros parecen haber olvidado. Y entre su atinado trabajo, un guión con cara y ojos y un reparto de lujo, la verdad, el resultado es más que positivo. El fraude es el enésimo thriller, pero se descubre inesperadamente sobrio, intenso a nivel emocional y verosímil en su desarrollo argumental. Una buena propuesta para pasar el rato sin arrepentirse, que además cuenta en sus últimos instantes con un broche de oro, tan agridulce para el espectador como satisfactorio a niveles más prácticos. Muy bien, sí.
6/10