Crítica de El ilusionista (L’illusionniste)

Sin ánimo de filosofar ni elaborar análisis semiológicos de chicha y nabo, podríamos plantearnos que parece que estamos en un tiempo en que la modernidad está mutando hacia unos conceptos timoratos basados en lo audaz de las formas pero en lo apolillado de los fondos. Vamos, que, por lo menos en cine de animación -y terrenos Pixar y Miyazaki aparte- parece que están volviendo a ser prêt-à-porter una serie de contenidos antiguos en el mejor de los casos (anticuados en la mayoría) que sin embargo se visten de gala digital para ofrecer la mayor y más tragable experiencia de gatoporliebrización del cine-espectáculo actual. Es lo que ha hecho Disney con su última producción; es lo que viene haciendo DreamWorks en cuatro de cada cinco películas que entrega.
Pero lo que era casi inédito es el deporte que practica el francés Sylvain Chomet, corredor solitario que ya se emborrachó de éxito con su muy celebrada «Bienvenidos a Belleville». Se trata de rescatar y reverenciar un cierto pasado y doblegarse a sus designios conceptual y formalmente: hacer una peli de antes con técnicas como las de antes. Y la excusa le viene al pelo: rescatar un guión dejado a medias a principios de los años sesenta por esa figura capital de la comedia cinematográfica europea llamada Jacques Tati.
Era la historia de Tatischeff, un mago francés old fashioned que se ve obligado a peregrinar por Europa buscándose su fortuna sobre las tablas o su sustento donde pueda. En esas, cuando recaba en Edimburgo una curiosa aliada le surge: Alice es una niña que aún cree en la magia y se maravilla con cada paso de mano abracadabrante del viejo Tatischeff. Y que terminará acompañándolo como sidekick en su cruzada por mantener vivo el alehop, chan, conejo de la chistera.
Entre ambos no tardará en surgir una inevitable complicidad no ilícita basada en una suerte de relación padre-hija. Peor, en el desequilibrio del sacrifico de uno ante la acomodación de la otra.
Con esta parrilla de salida, Chomet se da el pistoletazo hacia una maratón con una única meta: construir un precioso (¿y necesario? estas cosas siempre lo son) homenaje al maestro francés que dejó su obra a medias, lograr la película que podría haber resultado de llevar Tati su empresa hasta el final. De modo que los ingredientes dispuestos obedecen casi al cien por cien (cosecha Chomet: elegir la animación como soporte expresivo) al universo personal que el director desplegó a lo largo de sus seis y pico películas. Y un poquito de Tati hay en cada recoveco de «El ilusionista»: la historia está apoyada casi totalmente en lo visual, de modo que los diálogos son escasísimos. Se vira hacia un humor que coquetea con el slapstick y se otorga -el maestro ya era un ídem en ello- una importancia capital al sonido y a las construcciones narrativas que este puede ofrecer. El personaje de Tatischeff toma su nombre del apellido real del director y evoca directamente ese alter ego llamado Monsieur Hulot que protagonizó algunas de las más populares comedias de Tati: el mago de Chomet actúa, se expresa y se mueve igual. E incluso la música remite en algunos pasajes a las partituras de Alain Romans. Y, claro, se pueden buscar reminiscencias de «Traffic» en esa secuencia en el taller de coches, de «Las vacaciones de monsieur Hulot» en la actitud de su protagonista, de «Playtime» en la perplejidad del personaje ante la imposición de un nuevo orden tecnológico. Y hasta aparecen en una ocasión unas imágenes reales de «Mi tío«, en el momento en que el ilusionista se mete en un cine. ¿Más evidencias?
El resultado, puede uno imaginárselo. Una historia con vocación de atemporal y mucho cariño por el pasado que queda evidenciado en cuanto los personajes cobran vida. «El ilusionista» está plasmada en un delicioso 2D (con un ocasional 3D nada presuntuoso) que busca el encanto de lo clásico, que en este caso gasta el nombre de Disney pre-años 80. Con la preciosa «Los Aristogatos» como referente casi directo, Chomet juega a la identificación con esa corriente de línea clara europea (¿algo de BD en todo esto?) de trazo ligero, ambientación cuidada, animación volátil, color suave, fondos añejos y personajes con gracejo.
Un aprecio por una época que, más allá de un peso visual, se extiende hasta la médula argumental de la película. Lo de Chomet es amor por (o por lo menos homenaje a) una época pretérita y un cine perdido; un intento de imaginar un panorama en el que no hubiera pasado el tiempo desde que Tati se fue a otro lado a hacer mejores cosas. Pero la realidad es distinta, nos recuerda el director: el tiempo avanza como una apisonadora de gasoil; para el mago Tatischeff la esquizofrenia escénica del rock substituye a la puesta en escena más cercana, a la magia más tradicional. La ilusión y la inocencia están cediendo terreno ante el cinismo, ante la modernidad acelerada y los nuevos intereses de la chavalería, que han perdido el gusto por lo fait maison.
Todo ello conduce a un punto inevitable en el que el humor amable (aun con ese toque de ironía agridulce) es liquidado de un plumazo por un final desarmante, demoledor, lleno de nostalgia por el cambio de ciclo y desesperanza por el fin del music-hall de antaño. No hay más que ver los destinos que aguardan al mago, al payaso, al ventrílocuo. Escuece y coge por sorpresa y con las defensas bajas.
Pero ofrece un lazo emocional tremendo para esta pequeña historia que se instala en el cerebelo en forma de delicia, como una encantadora miniatura elegante, grácil, fluida y transparente. Y tremendamente emotiva, claro.
8/10
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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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Comentarios

  1. Ayer la vi y tengo que reconocer que conozco poco del gran actor Tati, pero la película me pareció un canto a la inocencia y a los valores que hoy en día no existen en el cine de animación computarizada. No todas evidentemente, pero a veces tanta tecnología como que llega a fascinar de la misma forma que llega a cansar, esta se nutre de un pasado que solo podemos ver como observadores ya que no vivimos esa época pero que reconocemos como magistrales y que estaban hechas para un público exigente e inteligente, por productores sumamente hábiles, ya que la técnica o la censura no permitían optar por muchas cosas y encontraron en la sinceridad de los sentimientos un asidero para sus producciones. Realmente una hermosísima, nostálgica, sincera, sencilla e ingenua película animada, algo que nunca pensé ver en el cine en el año 2011. No ganará el Oscar ni generará millones de dolares ni euros en taquilla, pero si generará un inmenso sabor agridulce, aunque más dulce que agrio, en la boca de los que pudimos ver esta película, por su final triste y melancólico. Para mi una verdadera maravilla. Si así fue Tati, ya sé porqué es una verdadera joya de la cinematografía francesa y por ende, europea también.

  2. ¡Amén a todo! Y eso, tío, a ver si te nos animas y te tragas toda la filmografía de Tati, que es pequeñita en cantidad pero enorme en calidad

    (qué bonita frase me ha quedado, oyes)

    salud!

  3. Maravillosa. Ea, no aporto nada más. Tus palabras en la crítica, monsieur Bluto, fantastiquérrimas.

  4. Pues merci beaucoup, querido camarada.

    Te perdono la deuda aquella, va

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