Crítica de El inocente

Matthew McConaughey. Serio. Conceptos difíciles de asociar, que sin embargo ya tuvieron un idilio en los albores de la carrera del actor, en aquel «Tiempo de matar» donde se veía convertido en un joven abogado defensor de un afroamericano acusado de asesinato. De aquello han pasado quince años, e innumerables comedias románticas y de acción han convertido su imagen en la de un sex symbol, y su carrera en un único registro cuanto menos cuestionble. Tal vez por eso ahora parece querer exorcizarse con «El inocente» (más conocida como «The Lincoln Lawyer»), nueva cinta de abogados, juzgados y casos imposibles con que el actor tiene la oportunidad de volver a los orígenes y recoger el fruto de la semilla plantada tantos años atrás. Más mayor, más curtido y menos honesto, su personaje aquí bien podría ser una evolución del primero: ahora se mueve más por el dinero que por la causa (su oficina no es sino el asiento de atrás de un Lincoln, y la pela es la pela), es un tío esencialmente legal pero no rehuye de trapicheos de dudosa moralidad, y sobre todo da la imagen de exitoso abogado de vuelta de todo y con personalidad embestidora. Hasta que (claro) se encuentra con un caso que le hace cuestionar sus valores, la honestidad de su trabajo y toda la pesca, debiendo defender al acusado del maltrato a una prostituta. El argumento no es que sea el colmo de la originalidad precisamente, pero no seré yo quien diga que no a un buen thriller legal, con sus investigaciones y sus dobles verdades, sus juicios con potentes intercambios verbales y sus testigos sorpresa.

Claro que cabe matizar la imagen que seguramente se esté generando de la cinta a raíz de mis palabras. Porque por más que su fondo sea ese, no estamos ante una producción volcada en su totalidad en el seguimiento del caso en cuestión, sino más bien en el personaje principal. En la montaña rusa emocional a la que es sometido y que loop a loop va minando su seguridad y su confianza, su chulesca actitud y la imagen de sí mismo para hacerle crecer como persona (o así). Para ello, toca recurrir a acontecimientos argumentales que se alejan de la película sobria, ceñuda y esforzada por mantenerse en los límites (siempre bienvenidos) de la verosimilitud y el realismo que cabría esperar. «El inocente» es incapaz de hallar gravedad a través de sus palabras, ni tensión dramática a través del juicio puro y duro; es consciente de ello y por eso prefiere recurrir a situaciones más propias de un thriller policíaco e incluso, del cine de acción. Credibilidad al traste, sí, pero en reducción paulatina e inversamente proporcional al interés. Y es que cuando más inverosímil se torna, más engancha, más entretiene… Hasta acaba cayendo bien el propio McConaughey y su histriónica e ininteligible interpretación. Y de todo ello, de ese espíritu de serie B maquillada, avisa con su dirección (y montaje) Brad Furman, que parece acusar el mismo mal de San Vito del que adolece Tony Scott y plaga su película de fugaces zooms, alteraciones cromáticas, superposiciones demenciales de escenas y demás excesos. Cuesta entrar al principio, pero es como el fuera de juego, o cualquier otra norma menos simpática de una partida de cartas, o un juego de mesa. Al final se acaba acatando y, una vez en marcha, no está tan mal después de todo.

El truco, en definitiva, reside en acceder a la sala sin demasiadas pretensiones, consciente de que esto no es «12 hombres sin piedad» ni «Anatomía de un asesinato», sino más bien un fuego de artificio que engloba whodunit, (cierta) introspección de sus manidos personajes, juicios de pacotilla y twists de opereta (el último se lleva la palma). Lo cual hace de «El inocente» una película carente de enjundia y de seriedad, pero divertida y en constante ascenso hasta convertirse en adictiva. Quien tenga el cuerpo para jotas, disfrute con repartos atractivos (Marisa Tomei, Ryan Phillippe, William H. Macy o Bryan Cranston son algunos de los nombres que completan el cast) y producciones vistosas, o simplemente quiera meterse en una sala sin ánimo de atribularse demasiado, está de enhorabuena. Quien no, que pase de largo y aproveche esas dos horas para recuperar «Vencedores o vencidos». Y todos contentos.

6,5/10
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En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

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