Crítica de El invitado
Si parecía que Daniel Espinosa es uno de esos tipos que, a pesar de que la sangre que recorre sus venas tiene un considerable grado de espesor, gustan de tomarse las cosas con calma (véase Dinero fácil) viene ahora este El invitado a despejar de un cabezazo toda clase de dudas. Claro, las dudas quedan despejadas, pero el coscorrón es notable, y a lo mejor por la brecha se escapan varios cientos de neuronas. Pero que no quiten lo bailado: como la sangre que mana se nos mete en los ojos, quedamos moderadamente tuertos y tampoco nos damos mucha cuenta, ni queremos, si esto es espectáculo tontuno con capacidad para entretener.
Y a estos mandamientos obedece este thriller en el que un agente de despacho de la CIA (cuidador de un piso franco en Johannesburgo, nada menos) se ve envuelto en una trama de alcances conspiranoides al lado de un proscrito al que debe tener controlado cuando su plan de fuga se tuerce.
Aunque lo cierto es que al final el argumento es lo de menos, vista la facilidad que tiene el tal Espinosa para montarse (carpetazo al pasado inmediato) un anfetamínico espectáculo de persecución constante que articula una especie de puesta al día de las buddy movies para llegar a un punto más o menos conocido: el de los thrillers urbanos de acción ultramodernos que sin embargo pretenden parecer pensados y diseñados hace cuatro décadas.
Es la tendencia actual y bienvenida sea. Tras el empacho digital y la hipérbole de lo sintético (el pixel ya se vende barato), Bourne -con la quien El invitado comparte director de fotografía: Oliver Wood- y su tropa de hijos bastardos han devuelto al cine de acción esa fisicidad, la voluptuosa fricción de los cuerpos que colisionan, eso de la hostiaca pura y dolorosa que parecía perdido más o menos desde aquellos maravillosos ochenta. No, el tono eléctrico y rasposo, de sugerencia documental, luz cortante e imagen exageradamente arenosa (la perfecta imperfección del grano) devuelve al género su palpabilidad brutal y hace de El invitado una película que se disfruta con los niveles de adrenalina troglodita aceptablemente altos: hay persecuciones que acaban en chatarra automovilística, explosiones con ondas expansivas que también generan chatarras diversas, mucho puño en rostro (con el consiguiente achatarramiento facial) y demás lindezas extraídas con poco cuidado de ente el material de derribo que propone todo esto a priori.
Lo malo es que efectivamente todo en El invitado apunta a la chatarrería. Y con eso me refiero a un guión que no puede presumir de partir de una sola idea original. Todo es reciclado, rescatado del abismo para construir un nuevo monstruo de Frankenstein fílmico, con la esperanza de que una mano juiciosa y mañosa (la de Espinosa, que lo es, ambas cosas) logre dar una forma más o menos estable al conglomerado, que contiene trazas de la serie 24, de Michael Mann, de Frankenheimer o, me temo, de Tony Scott. Y es que, ya que no se cuenta nada relevante, por lo menos se haga de manera entretenida y el gato pueda más o menos seguir pareciendo una liebre al segundo vistazo. Y a fuerza de giros de guión imposibles, golpes de efecto y esquematismo generalizado en los personajes y sus reacciones, a fuerza de todo eso, la cosa tiene que hacerse entretenida por derecho propio. Adquirido, lo que sea.
Y lo demás es un recital Denzel Washington de los de toda la vida, al frente él de uno de esos personajes marca de la casa, a medio camino de todo y siempre con la rosca forzada. Uno de esos tipos aparentemente inmorales, habitantes del lado oscuro que sin embargo guardan una carta ética que los acerca a la pura relativización de las ideas preconcebidas entorno al bien y el mal. Es lo que se lleva, la desmitificación del héroe, la oscurización del protagonista y el papel ambiguo de un tipo a quien le toca por decreto ser quien carga con el peso moral del relato.
Pero poco interesado (ni falta que le hace) está esto de El invitado en semejantes cuestiones filosóficas. Y como nosotros tres cuartos de lo mismo, asi lo mejor es autopalomitearse a lo loco e intentar sacar el máximo provecho de un par de horas bastante memas pero considerablemente frenéticas.
Pulp de usar y tirar
5’5/10