Crítica de El juez (The Judge)
Hank Palmer, un abogado de éxito, prácticamente infalible en su profesión y con la vida personal un poco del revés, debe volver a su pueblo natal para asistir al funeral de su madre. Tras años de ausencia, allí se vuelve a topar con sus hermanos y con su padre, un venerado y recto juez local que poco después se convertirá en el principal sospechoso del asesinato de un joven. A regañadientes, Hank terminará quedándose para implicarse en la causa de su padre, a pesar de su crispada relación, llena de tiranteces y reproches mutuos fraguados a lo largo de años de incomunicación. En estas coordenadas se mueve la nueva película de David Dobkin que, tras unos años tropezándose por la comedia (este señor sigue sin facturar una película redonda) ha decidido dar un salto hacia un drama más espeso y con pretensiones morales algo más elevadas. Con la descripción facilitada hasta ahora, uno ya debería hacerse una idea más que aproximada de lo que nos ofrece la película. Melodrama familiar y thriller judicial a partes más o menos iguales, una estructura argumental clásica basada en un proceso legal que discurre en paralelo con una evolución, personal y común, de los personajes protagonistas. La pregunta obvia es doble: ¿se reconciliarán Hank y su padre? Y ¿ganarán el juicio?
Poca sorpresa más puede guardar El juez, con un aire marcadamente noventero y una premisa reconocible más o menos por cualquier espectador (el del chico de ciudad que vuelve al hogar es un tema recurrente) y definitivamente obsesionada por agradar. Ese es uno de sus principales problemas. Con un material potencialmente puntiagudo en sus manos Dobkin prefiere no arañar demasiado y nunca llevar un paso más allá sus planteamientos. De modo que lo que podría haber disparado cuestiones con respuestas duras e implacables entorno a dónde están los límites entre la legalidad y los lazos familiares o cómo puede afectar la degradación física del anciano al bien común, queda en realidad reducido a un plano mucho más fofo y menos nutritivo. A ratos, parece que nos encontremos ante un melodrama de sobremesa protagonizado por personajes con potencial que sin embargo nunca logran despegarse de verdad del artificio. Un drama a medio gas que puede aspirar a momentos de brillantez y a pasajes de notable rigor en planteamientos y puesta en escena, pero que a menudo no sabe más que recurrir a trucos emotivos demasiado evidentes y termina deslegitimando sus propias propuestas.
De hecho la película choca consigo misma en todo momento. Pretende ser un entretenimiento serio bien construido en forma de thriller humano determinado por el peso presente y pasado de sus personajes, pero al mismo tiempo intenta que ese pasado los redimensione, cuando en el fondo sus tesis entorno a la memoria son un poco simplistas. Quiere encuadrarse en el marco del drama jurídico sobrio para pertenecer a la misma categoría genérica que algunos referentes clásicos (Anatomía de un asesinato o Matar a un ruiseñor, a la que hace referencia directa), pero la trama legal es poco compleja y el juicio termina un poco sonando a broma. Grave, pero broma. Posee un elenco de secundarios forzudos y siempre solventes (Vincent D’Onofrio, Vera Farmiga, Billy Bob Thornton) que en el fondo termina un tanto desaprovechado por los personajes a los que interpretan y eclipsados por las dos estrellas principales, Robert Downey Jr. y Robert Duvall, correctos pero no siempre deslumbrantes. Y para colmo en muchos momentos no termina de encontrar su tono, entre el camino hacia la expiación y la comedia pueblerina.
El juez no es una mala película en tanto que no deja de ser, con sus constantes irregularidades en sus idas y venidas de detalles interesantes o ideas mediocres, una propuesta sencilla y honesta. Incluso en su relativa demagogia apela a unos conceptos cinematográficos ajenos a las modas, de manera que uno puede incluso llegar a justificar su sistema de valores algo caducos. Solamente conviene no dejarse engañar demasiado por su falso rigor (esos reiterativos contraluces de Janusz Kaminski -!- resultan la manera más obvia y menos narrativa de conferir profundidad a los personajes) y ser conscientes del tipo de producto al que nos enfrentamos. Bien en su voluntad de entretener con una historia más o menos intemporal, más o menos reconocible (aunque ¿de verdad hacían falta 140 minutos?). Pero bastante más fracasado como análisis profundo de las relaciones paternofiliales conflictivas, las consecuencias de la ética profesional más férrea y los caminos de la senectud.
5/10