Crítica de El luchador (The Wrestler)
Randy The Ram Robinson (Mickey Rourke) es un luchador profesional de wrestling que tras haber sido una estrella en la década de los ochenta, trata de continuar su carrera en el circuito independiente, combatiendo en cuadriláteros de tercera categoría. Cuando se da cuenta de que los brutales golpes que ha recibido a lo largo de su carrera le empiezan a pasar factura, Randy decide poner un poco de orden en su vida; intenta ganarse la vida como trabajador de un supermercado, acercarse a la hija que abandonó, Stephanie (Evan Rachel Wood), y superar su soledad junto a Cassidy (Marisa Tomei), una stripper del bar que frecuenta con asiduidad.
Ganadora del León de Oro en e pasado festival de Venecia e injustamente ninguneada tanto por los Globos de Oro (que aún así le otorgaron los galardones correspondientes a la mejor actuación masculina y mejor canción) como por la Academia de los Oscar, «The Wrestler» supone un punto de inflexión en la filmografía de Darren Aronofsky, director ecléctico donde los haya (y para un servidor, uno de los casos más graves de sobrevaloración de la historia reciente), que presenta con ella su película más comercial hasta la fecha, sin que eso signifique, ni mucho menos, algo peyorativo.
Y es que bien pocas son las pegas que pueden achacársele al film, siendo tal vez la única realmente evidente la total falta de originalidad de la premisa de partida del guión (escrito por el desconocido Robert Siegel, responsable del de «The Onion Movie»), enésimo deportista en horas bajas que debe hacer frente a la sociedad que le rodea más allá del cuadrilátero.
Sin embargo, lo que hubiera condenado a prácticamente toda película del mismo género (el drama deportivo en general) apenas hace mella aquí gracias a todo lo que envuelve a dicha columna vertebral argumentativa, empezando por el propio libreto.
La falta de sorpresa se ve de hecho compensada con creces por el modo en que es expuesta, a través de un relato sumamente pequeño e intimista, que alejado de heroicidades de cualquier tipo salvo la obvia concesión final, sigue desde un (casi documental) acercadísimo plano el desalentador día a día de una estrella venida a menos, un héroe en un mundo que se revela como un monstruo en otro, una bestia incapaz de cuajar en un nuevo hábitat, mero reclamo de miradas de desaprobación.
Por supuesto, para lograr la machada entra en juego Aronofsky, quien se deja de pomposos artificios (los de la hyperestimada «Réquiem por un Sueño») para quedarse con un rol secundario y dejar el protagonismo a los actores que pululan por la pantalla (rodando y montando cada plano, eso sí, con absoluta maestría).
Son ellos los que, por tanto, merecen la mayor ovación. El renacido Mickey Rourke hace gala de unas cualidades excelsas y, con un papel que le va como anillo al dedo, se adueña de la película haciendo de Ram un personaje creíble y entrañable en todo momento, desde que se siente el rey del mundo en la pista, a cuando es derrotado hasta las lágrimas por la hija menor. Su actuación, la humanización (y viceversa) de su personaje, el descenso a los infiernos de la rutina y el ascenso al cielo del ring, su cruelmente irónica vida (un farsante en el mundo real, un héroe en la farsa que supone su deporte), no tardan en sobrecoger a todos los que participan en el film, sean espectadores o propios miembros del rodaje, como demuestra que sus propios compañeros (actores y director) parezcan embobarse a su lado.
Pero aunque Rourke ensombrezca al resto del cast, no debemos olvidarnos de las no menos esforzadas labores de los que le rodean, con mención especial para una Marisa Tomei cuyo personaje parece seguir los mismos pasos del luchador, una stripper algo mayor y por lo tanto menos interesante, y por tanto siendo su encuentro, a fin de cuentas, una conjunción de destinos. También ella se amolda a la perfección a la doble cara de su Cassidy, mostrándose tan poderosa en su desnudez como desnuda (valga la redundancia) en su disfraz de madre trabajadora.
Así pues, «El Luchador» se convierte en una cita ineludible con el cine, una película tremendamente emocionante y cercana pese a la previsibilidad del conjunto y la extravagancia del deporte central (el wrestling). El fabuloso Mickey Rourke obra el milagro con una labor perfecta, que además de conseguir que su personaje resulte sumamente natural y delicado (pese a su aspecto y maneras), le confirma como un nuevo valor en alza en el panorama cinematográfico actual. Pero es que todo, en ella, funciona. Incluso la canción final a cargo de Bruce Springsteen, maravillosa balada injustamente olvidada para los Oscar, supone el broche de oro perfecto para la explosión de sentidos y sentimientos inusitada que propone Aronofsky, empañada únicamente por el hecho de que todos sepamos cómo va a acabar todo. Insultante que no tenga mayor peso en la próxima entrega de los premios Oscar.
8,5/10
Tengo muchas ganas de ver esta película, quizás por mis temerarias tendencias en lo que a afición a la WWE se refieren (por culpa de Cuatro, jeje). Pero, ya en serio, considero que el bueno de Mickie está últimamente que se sale, me parece un valor seguro. Una sola puntualización a tu post: ¿Requiem por un sueño hipervalorada? Hummm, no estoy muy de acuerdo, a mi me parece impresionante. Un saludo!
Por cierto, yo también tengo un blog y ando buscando webs con las que intercambiar links para hacerme con un buen directorio. La mía es de música. Si te apetece echar un ojo, ya me cuentas. Ciao!
jejeje, sí, sé que no conseguiré encontrar a nadie que me entienda, pero es que me pareció tan mala Réquiem, que es que ni creo que haya acabado de verla… pero bueno, lo mismo me pasa con otras teóricamente buenas: Amelie, Ciudad de Dios…
Siéntete desde ya bienvenido y por favor, a la que veas la peli espero tu comentario!
Ahora te echo una visitilla, hombre! salud!