Crítica de El pacto (Seeking Justice)
Cuando se estrenó Bajo amenaza más de uno ya empezó a (jeh) sospecharlo, pero ahora, con El pacto ya no hay ninguna duda. De un tiempo a esta parte, Nicolas Cage emplea el rodaje de una película como excusa para ligarse a todo el estrellato femenino de Hollywood. Tiene que ser eso: que si Elizabeth Shue, Monica Bellucci, Nicole Kidman… ahora es January Jones la partenaire del sexo opuesto, y una vez más, el que sale mejor parado del desaguisado es el actor de Con Air que, al fin y al cabo, pilla cacho pese a su edad, su desmejorado estado físico y sus injertos capilares. Porque por supuesto, esto de El pacto es un desaguisado tan en la línea de Cage como todo lo que viene estrenando desde que se tiene uso de la memoria. Ya no sorprende a nadie el bajo nivel al que raya la cinta que nos ocupa (qué triste es tratar de recordar las épocas de Leaving Las Vegas, El ladrón de orquídeas o Al límite…), estrenada directamente en DVD en su país de origen. Y eso que supone el regreso del actor a la misma New Orleans que le sirvió como último resquicio de calidad en su carrera, vía remake de Teniente corrupto según Werner Herzog. Está claro que se trataba de un mero espejismo. Eso, o que una cosa es el alemán responsable de títulos como Grizzly Man y La cueva de los sueños olvidados y otra Roger Donaldson, director de la interfecta, y responsable de títulos como Species (Especie mortal)… No, no es lo mismo.
El problema de juntar dos elementos muy similares, es que se pueden crear sinergias entre ellos, y que su suma dé un resultado muy por encima de lo esperado. En este caso, actor y director encuentran, mal que les pese, su hábitat natural en la mediocridad propia del telecine. El primero por dejar bien claro lo que quiere conseguir con su carrera. El segundo, por una filmografía dudosa y marcada por una determinante falta de personalidad. Juntos consiguen, cual alianza diabólica, hacer de El pacto un subproducto que rebasa toda expectativa al alcanzar nuevos límites de vacío. Un vacío sideral tan inabarcable, que sería injusto despacharse a gusto con ella puesto que eso le daría incluso más protagonismo del que se merece.
No hay absolutamente nada en la película, que resulte digno de recordar o comentar siquiera. Hasta el último recurso visual (molestos e incomprensibles zooms aparte) es de un vulgar que asusta, así como todos los pasajes de un guión que bien podría haberse estrenado hace varias décadas y ya entonces hubiera pecado de previsible. La cosa va de un hombre que, después de que un malhechor maltrate a su mujer, pacta la muerte de este último con gente desconocida que ya «le pedirá algún favor» más adelante (en serio, ¿quién demonios aceptaría algo así?). Descabellado, por supuesto. Visto una y mil veces, también. De modo que mientras por un lado tenemos un entramado que no se asusta de repasar uno por uno todos los tópicos de un thriller de sobremesa, por otro tenemos una pobreza inusitada a nivel técnico. Y por supuesto, no hay nada que hacer con la interpretación de Nic. A su lado, un Guy Pearce embobado y una January Jones poco creíble (ambos pendientes del cheque y poco más) están de Oscar.
La lista de desaciertos podría seguir con un montaje que tira de flashbacks inmediatos (no vaya a ser que alguien se pierda en tan complicada historia), con una BSO olvidable, y sobre todo con la total, absoluta y rematada carencia de ritmo, de tensión, de ese lo que sea que al final es lo único que importa en una película para seguir pegado a la butaca hasta el final de la proyección. Pero ya lo avisábamos antes, dejarla demasiado mal sería darle más protagonismo del que merece esta memez titulada El pacto. Así que destacaremos la escena de la persecución en la autopista y la de la caída por unas escaleras mecánicas, con tal de justificar un suspenso sin más que la condene a un olvido del que jamás, jamás debió haber salido.
4/10