Crítica de El pasado (Le Passé)
Asghar Farhadi lleva ya un tiempo asentado como uno de los cineastas más interesantes del panorama actual. A propósito de Elly ya sirvió, allá por 2010, para descubrirle a niveles generales cuando se coló entre las nominadas a mejor película de habla no inglesa; pero fue con Nader y Simin, una separación que llegó el encumbramiento definitivo al hacerle valedor del Oscar a la misma categoría, además de ostentar otra nominación, en este caso a mejor guion original. Bien, pues la marcha prosigue viento en popa: El pasado vuelve a confirmar el estado de gracia por el que pasa el iraní (por mucho que a la Academia, caprichosa ella, le haya dado ahora por ignorarle de cara la próxima entrega de estatuillas), obsesionado con retratar capítulos de la vida actual desde la más realista de las cotidianidades, sin caer por ello en la mera vulgaridad. Hay que hilar muy fino para dar siempre con la tecla correcta, pero parece que Farhadi le tenga tomada la medida a la sociedad que lo rodea, a caballo entre el Oriente Medio y Europa. Y así, las obras maestras acaban haciéndose casi de manera involuntaria.
No sería de extrañar que con el tiempo, la que ahora nos ocupa acabara siendo consideranda como tal. Extrayendo de la fórmula aquellas gotas de humor (negro, más bien) que sí tenía la anterior y ya establecida como obra maestra reciente (¿no?), se establece aquí un nuevo tablero por el que pululan piezas ya conocidas. Una vez más, el director y guionista construye una familia acorde a nuestros días, esta vez ubicada en algún lugar de los bajos fondos relativamente próximos a la capital francesa. Ahmad va al encuentro de Marie para firmar los papeles del divorcio; vive en Irán, por lo que para ello pasa también unos días en su casa, donde se reencuentra con dos hijas de anteriores matrimonios de ella, y conoce al hijo de su nueva pareja. Nadie dijo que fuera a ser fácil. Lejos de establecer un esbozo general de buenas a primeras, este peculiar lienzo se dibuja a través de detalles mínimos a la par que fundamentales, recogidos con una cámara cuyos puntillosos movimientos son un alarde de sutileza. Así, la relación entre los dos personajes principales (por cierto, excelentes Bérénice Bejo y Tahar Rahim) se describe a la perfección en apenas unos segundos, y mediante un viaje en coche cuya atención reclama un cambio de marchas o una marcha atrás; la situación de ella se entiende al echar un vistazo al estado de su casa (desordenada y a medio pintar), o con escuchar el sonido de un tren que pasa muy cercano; o los sentimientos de unos y otros se leen con una sola mirada, un silencio, o incluso la reparación de una tubería. Ya lo decíamos, cotidianidad y realismo.
A través de sendos valores va hilando el iraní su discurso, que como reza su título, además de describir ciertos aspectos de la sociedad busca hablar de la afección del pasado en nuestras vidas. Y se llama El pasado, como podría haberse llamado La culpa. Conforme la película va desplegando toda la información desde su estudiadísima dosificación por goteo, se van descubriendo resquicios de etapas anteriores de su vida que han marcado con trascendencia las personalidades de unos y otros. Un pasado enquistado del que resulta imposible desprenderse, que acaba de apuntalar las relaciones entre ellos, que ennegrece el ánimo… Y que incluye una tragedia cuya progresiva revelación adopta las formas de un thriller inmiscuido en medio del drama personal/familiar al que nos tenía acostumbrado el metraje hasta ese momento. De hecho, hacia el tercio final del film aparecen incluso puntuales conatos de banda sonora (hasta entonces brillante por su ausencia) al coincidir con relevaciones importantes, típico recurso del género en cuestión.
Un pequeño juego, un flirteo entre formatos que se puede permitir habida cuenta de la perfección con que se encaja en el no menos conciso puzle de detalles y emociones que construye El pasado. Vamos, que la mezcla habría podido parecer extraña, pero casa divinamente en una propuesta que además de todo lo expuesto, también habla del intercambio de culturas, de la no siempre sencilla adaptación de un niño a una nueva situación familiar o de la de una chica algo mayor de edad que pasa por la misma situación. Múltiples lecturas que se extraen con pasmosa facilidad de un guion escrito con lucidez y presentado de igual manera por un especialista en tratar temas emotivos, sociales, actuales y que pueden afectar directamente al espectador, sin por ello tirar de sensiblería o de giros de evidente carga dramática. Sutileza por bandera por parte de un Farhadi que se confirma como el excelente cineasta y contador de historias normales que ya nos encandiló con Nader y Simin. Valga como muestra de su brillantez ese final, puntal emotivo y a su vez absolutamente demoledor, que parece salido de la nada y sin embargo no es sino el resultado de un devenir constante, lógico, consecuente… perfecto.
Así que al tiempo, pero atentos, que El pasado apunta a gran clásico de nuestra época.
8/10