Crítica de El sirviente (The Servant)
El sirviente cuenta ya con medio siglo de vida. Y sin embargo, aun a día de hoy se antoja no sólo más rompedora de moldes que la gran mayoría de los estrenos que nos llega, sino que la miríada de lecturas que se extrae de su aparentemente sencillísimo argumento sigue siendo vigente, y de hecho cobra rabiosa actualidad cuando un país como el que nos rodea retrocede hacia los oscurantismos que se creían ya olvidados, al tiempo que la crisis mundial redefine las clases socio-económicas. Una proeza, vamos, la que se marcaron el controvertido cineasta Joseph Losey y el guionista (y dramaturgo) Harold Pinter a la hora de adaptar la novela homónima de Robin Maugham, sobre un adinerado de la clase alta de Londres que contrata a un ayudante para las tareas del hogar. Lo dicho, premisa harto simple de la que sale una ramificación casi inabarcable de temas apenas explicitados, pero de claras connotaciones críticas, reivindicativas y hasta cierto punto beligerantes, para saltar de la intrascendencia inicial a un pozo de amargura de lo más desasosegante.
Porque esta película es ante todo un drama de personajes, y como tal afectaría lo justo: desde el momento en que Hugo (Dirk Bogarde) entra en la casa aún en reformas de Tony (James Fox), arranca una paulatina vampirización de este último conforme el primero va abarcando más y más poder de decisión sobre su casa (y su vida, claro). Ambos intérpretes llevan a cabo un excelente tête à tête interpretativo, en una espiral hacia la tortura psicológica que progresa al tiempo que la película se va tornando extraña y la casa en la que todo sucede grotesca, laberíntica, asfixiante. No, definitivamente esto no es una comedia ligera por mucho que a priori pudiera dar esos síntomas. Y así es su ataque principal, el que va de cara contra el espectador. Pero la estocada definitiva la asestan sus múltiples acciones colaterales, y es que conforme se desarrolla, El sirviente va poniendo en evidencia las verdaderas cuestiones de interés para Losey y Pinter, traducidas en un retrato social francamente desalentador de Inglaterra, desde el reconocido prisma marxista de sus responsables (marxista romántico, se autodefinía); pero también en un soterrado eco de relación/obsesión homosexual. O mejor, directamente, en la psique en general de sus protagonistas.
De ahí la relevancia de un guion (y una dirección) cargado de sutilezas. Y es que en esta película no pasa nada, o más bien no acaba de tenerse del todo claro qué es lo que ocurre, tal es el esmero de sus responsables por evitar todo lo que suene a explícito. Así, asistimos a aparentes estrategias de uno por conquistar el reino del otro, pero también por acercarse diríase sentimentalmente, y a su vez todo podría tratarse de un malentendido, o bien podría acabar siendo una estrategia en favor del de clase alta. Valga como clarísimo botón de muestra la presencia de las respectivas parejas femeninas: ¿Está siendo Hugo voluntariamente torpe con Susan (Wendy Craig)? ¿Es Vera (Sarah Miles) una herramienta, se enamora realmente de ella Tony? Dudas que se acrecientan desde la cámara de Losey, que lo deforma todo ora invitando a la confusión geográfica, ora abusando de reflejos en espejos ojo de pez, de planos aberrantes y de otros que se acercan más a un lienzo que a un fotograma. Incluso llevando la tensión sexual un punto más allá de lo esperable. Hasta que al final, y repetimos que sin que acabe de pasar nada en pantalla, el espectador acabe dudando hasta de lo que ve y sólo le quede claro que algo, en esa relación, en esas personas (y en esa sociedad) está mal.
Y luego está el final, tan imprevisible como impensable de otra manera (si bien en su día a más de uno pillaría desprevenido), brochazo que confirma la desazón con la que se queda uno tras asistir a esta suerte de revisión invertida de El crepúsculo de los dioses. Final que redondea una primera colaboración Losey-Pinter implacable desde su disfraz de intrascendencia, depresiva pese a su estética de elitismo altoclasista, cautivadora en su excelencia formal e interpretativa. Y sobre todo, necesitada de más de una revisión para acabar de diferir todos los matices que su guion ofrece.
Y en el Blu-Ray…
La Universal reedita en alta definición esta joya del cine británico con una edición impresionante en todos sus sentidos: por un lado, porque farda de una calidad de audio envidiable, y de un vídeo que si bien no consiga evitar ciertos bajones de calidad en las zonas más oscuras de la pantalla, queda muy por encima de su anterior versión en formato DVD.
Pero lo mejor está en sus extras, cuesta pensar que haya cabido tanto en un solo disco. Atención:
- Entrevista a James Fox: durante 45 minutos, Richard Ayoade entrevista a James Fox analizando tanto el film como su aportación al mismo.
- Entrevista a Wendy Craig (5 minutos)
- Entrevista a Sarah Miles (10 minutos)
- Entrevista a Stephen Wooley: 10 minutos de entrevista al director y productor inglés, declarado fan absoluto de la película.
- Harry Burton habla de Harold Pinter: otra entrevista, ahora de 13 minutos, al resposable del documental Working with Pinter (no incluido en el disco)
- John Goldstream habla de Dirk Bogarde: el biógrafo oficial del actor habla de él durante 18 minutos.
- Entrevista a Harold Pinter para el programa Tempo: recuperación del programa en cuestión, que durante 30 minutos entrevista al guionista del film.
- Joseph Losey habla de The Servant: 5 escuetos minutos en los que el director de la película habla del proceso de gestación de la misma (dato curioso: tardó cinco años en tomarse la decisión de llevarse a cabo).
- Entrevista de audio a Douglas Slocombe: 20 minutos de entrevista (grabada en 2012) al director de fotografía de El sirviente
- La edición se completa con una recopilación de fotos y con el tráiler de la película.