Crítica de El vuelo (Flight)
El retorno de Robert Zemekis al cine en carne y hueso no podía ser de otro modo. Tras haber luchado por la animación digital y haber quemado hasta la última nave (Marte necesita madres, su última producción animada, funcionó tan mal que su estreno allende los USA se canceló en la mayoría de países), El vuelo es la aceptación de la derrota, el «asúmelo, hasta aquí hemos llegado» que obliga al cineasta que parió a Marty McFly a despertar de su sueño y poner los pies en el suelo si quiere seguir ganándose el pan. Evidentemente, los ánimos no iban a ser de cine familiar precisamente. De manera que El vuelo podría ser tranquilamente el reflejo de su estado anímico: una película agria, destructiva, de óxido y hueso. Un ataque sin cuartel a la figura del héroe anónimo, ese que tanto gusta en las americanadas, y por extensión a los pilares que rigen la imagen que tiene de sí mismo el pueblo más prepotente y condescendiente consigo mismo de la faz de la Tierra. Retomando los mandos donde los dejó allá por el 2000, un nuevo accidente aéreo centra el interés del responsable de Náufrago: otra (soon to be) vieja gloria, Denzel Washington, evita in extremis la tragedia llevando a cabo un heroico aterrizaje de emergencia con el que sobreviven casi todos los pasajeros que estaban a su cargo. Pero empiezan las investigaciones, y su gesta queda en entredicho cuando asoman indicios de adicciones y de una vida por lo general de todo menos angelical. Conocer a una cocainómana al borde del fallecimiento puede ser el último atisbo de redención que le quede al bueno del capitán.
Son dos, pues, los focos de atención principales del guión de John Gatins (que viene, por cierto, de escribir la muy reivindicable Acero puro). Por un lado, la caída en picado del enésimo nuevo icono para el pueblo americano, mediante la agobiante investigación que le persigue con insistencia; y por otro, la relación de dos personajes corroídos, Washington y Kelly Reilly, y el improbable equilibrio que se establece entre ellos motivado por la esperanza de salvación que cada uno alberga en la figura del otro desde el momento en que se conocen (curioso encuentro, en las escaleras de un hotel, fumando junto a un enfermo terminal de cáncer…). Con ambas fichas dispuestas sobre el tablero, se da comienzo a una suerte de mashup involuntario (o no) entre Días de vino y rosas, Leaving Las Vegas y De óxido y hueso (por apuntar también una de inmediata actualidad), que además aprovecha todos los recodos con los que se topa para arrear a unos y otros. A saber: las compañías que velan por sus intereses monetarios, la volatilidad de la opinión pública… En definitiva, pone en evidencia las ineficiencias de una sociedad huérfana y corrupta, poco preocupada por la autodestrucción del individuo. Nada que sorprenda demasiado en los tiempos que corren, poblados por esos héroes venidos a menos a los que se hacía alusión algo más arriba (Obama que no es el salvador que se esperaba de él, Armstrong ya definido como el mayor impostor de la historia, individuos que se lían a tiros en colegios), y de entereza tan endeble.
Hay rabia, hay depresión, hay dolor y hay autodestrucción por impotencia. El cine no hace oídos sordos a la problemática actual, y este es sólo el último ejemplo. Tan amables valores se reflejan en el semblante de un Denzel Washington hundido, fláccido y ligeramente canoso, y en su alter ego, desde cuya envidiable posición laboral se dedica a dilapidar su presente y su futuro vía drogas y escarceos sexuales. Hay un hilo de esperanza, cierto, en esa relación casi obligada con Reilly. Y hay una incendiaria amoralidad en la investigación que rodea el accidente (ojo al punto en que se acaba recurriendo al personaje de John Goodman, cuyas apariciones son precedidas por el «Sympathy for the Devil» de los Stones). Lástima que también se detecten irregularidades debidas a lo excesivo de su duración; más de dos horas y cuarto en las que de forma inevitable, la balanza se descompensa quedando peor parado el desarrollo del dichoso vínculo entre él y ella. Y es que tras un inicio potente, atrevido y con un accidente aéreo que hiela la sangre, la emoción comienza a diluirse paulatinamente hasta llegar a un mínimo del que se resarce cuando da comienzo su clímax final.
Con todo, nada de qué alarmarse, pues este borrón es menos evidente en comparación con una mucho más hiriente marcha atrás inesperada. Un miedo que desvía el tiro hacia la luz de la esperanza, evitando la culminación de lo que podía haber sido una cinta tremebunda, totalmente demoledora. Y que de este modo queda en un muy eficiente pero tirando a vulgarcillo drama de personajes con moraleja de andar por casa. Muy eficiente, eso sí.
7/10
Lo único que salvo es el principio de la película y algún momento de Denzel, el resto, como dices, un vulgarcillo drama.
sí, pero ya ves, tomado así, tiene lo suficiente como para que, a mí al menos, me haya convencido y de qué manera
Soy yo o cada vez veo más cocaína en las películas, y no precisamente como una sustancia que haya que evitar. Igual me estoy volviendo paranoico, pero la veo en todas partes ultimamente y su aparición es permisiva, digerible, asumible, incluso graciosa. No habrá algún poderoso lobby procurando un lavado de imagen, a lo FBI? Ahí lo dejo, ssssfffnifff
Sabes qué? Yo pensé exactamente lo mismo. Con esto y con los desnudos. Sólo que no me molestó demasiado, mira tú por dónde xD