Crítica de Enemy
Cuando apenas nos había dado tiempo para digerir su anterior trabajo (un notable thriller titulado Prisioneros que se estrenaba a principios de octubre) en el festival de Sitges de ese mismo año ya se dejaba ver la siguiente película de Denis Villeneuve, este Enemy que vuelve a contar con Jake Gyllenhaal de protagonista y ahora por partida doble. Estamos, de hecho, ante una muy libre adaptación de la novela El hombre duplicado de Saramago, en la que la aburrida y rutinaria vida de un hombre cambia radicalmente cuando se encuentra con un doble exacto de sí mismo. Vidas de lo más distintas (su doble es un actor de cine) pero con ciertos paralelismos e inquietudes similares que hacen mala combinación con las obsesiones vitales del primero y, como se descubre al rato, del segundo. Arranca así una historia extraña, enrarecida y tan conquistadora como desasosegante, de la que despunta por encima de todo la figura de un gran Villeneuve. Enésimo cambio de estilo para un director todoterreno (recordemos que antes daría la gran campanada con Incendies) en absoluto dado al apalanque. Y es que si con la anterior parecía haber tomado la senda acomodaticia de lo más o menos comercial, aquí el vuelco es de aúpa.
Ya desde su excelso prólogo, Enemy se descubre como una rara avis con tanto de autodestrucción como de suicidio comercial. Condicionado por la memoria reciente (de nuevo: Prisioneros, pero también adaptaciones recientes de Saramago como la fallida A ciegas) y por la presencia de actores de primer orden, uno no está preparado para toparse con una introducción que haría las delicias de Nicolas Winding Refn: con un ritmo empalagoso y una fotografía que abusa de tonos parduzcos, uno de los Jake Gyllenhaal asiste a una reunión grotesca con mujeres sensuales bailando sobre un estrado. Y una araña, cuya presencia parece casi anecdótica y extravagante pero cuyo recuerdo adquirirá toda la fuerza hacia el final… Después el hermetismo se rebaja unos enteros, pero algunos rasgos se mantienen a lo largo de todo su escueto metraje (otro cambio: esta vez apenas si llega a los 90 minutos) con el fin de conseguir un efecto casi hipnótico. Se mantiene la coloración en tonos siempre marrones, plagados de sombras agobiantes, así como la fotografía quemada, generando sensaciones de humedad y calor que contrastan con las rutinarias, gélidas, emociones con las que arrancan los personajes. Y entre ello y un ritmo creciente pero placado, cuidadosamente medido para acabar siendo desesperante en su aparente falta de acción, consigue acabar, literalmente, sacando al espectador de sus casillas.
Todo está pensado, todo cumple a la perfección con el plan maestro ideado por Villeneuve y por el guionista Javier Gullón. Por eso, la cinta puede antojarse capciosa y caprichosa, pero a su vez sigue prendando y conservando intacto el nivel de interés. Por eso, aunque parezca que nada ocurra, aumentan las revoluciones conforme el público intenta avanzarse a un entramado extraño, más sensorial que explícito. Hasta que se suelta la bomba final, claro. Sin ánimo de spoilear a nadie, sí puede decirse que bien entrado el tercer acto, amén de la eclosión del drama cocido hasta entonces a fuego lento, una breve secuencia descoloca al respetable, preludio de un epílogo que hace buena la descripción de autodestrucción a la que hacíamos referencia. Y es que golpe, Enemy deja de ser un juego de estilo y un thriller improbable pero cotidiano. De golpe, y al final, se convierte en algo más, algo que obliga a replantearse todo desde la primera secuencia (ya os decíamos que era importante) y a darle a la mandarina con muchas, muchas posibilidades de acabar renegando de la película. Lo cual, claro, a nosotros nos parece digno de alabanza.
Hay que tenerlos, en definitiva, muy gordos, para tenerlo todo encaminado a firmar un sobrio drama de personajes con un punto de ciencia-ficción, y cambiar de tercio en los segundos finales para ir a parar a una pesadilla lynchikafkiana en toda regla. Pero que nadie crea que el cambio es arbitrario, porque guste más o menos, de lo que no cabe duda alguna es que todo sigue respondiendo a un juego puntillosamente estudiado. Enemy pretende hacer dudar al espectador incluso de lo que da por sentado, lo remueve a su gusto y al final, en realidad tan sólo se limita a ofrecerle una última broma macabra. Gustará, irritará, decepcionará y dejará a más de uno (y me incluyo) con el culo torcido a partes iguales… Bueno, ya dicen que en el cine algo de riesgo debe haber. Oh, y Gyllenhaal divino, por cierto.
8,5/10