Crítica de Entre nosotros

Tanto el título original de esta película («Alle anderen», «Todos los demás») como su traducción española reflejan estupendamente lo que entraña la nueva película de Maren Ade. O mejor dicho, y sin ánimo de intentar mejorar la voluntad de la guionista, la combinación de ambos es la que muestra toda la dimensión de lo que se nos quiere contar.
Y es que para mostrar esta no-historia de pareja es tan importante fijarse en el propio núcleo de la misma -Gitti y Chris, dos jóvenes veraneando en Cerdeña- como en su entorno, la irrupción de Hans y Sana, amigos de Chris, que terminarán condicionando la relación de los primeros.
Porque Chris y Gitti están convencidos de que van a comerse el mundo. Unas vacaciones en un lugar apartado pueden ser el sitio idílico donde compartirlo todo, amarse hasta la muerte y todo ese tipo de cosas efervescentes de las parejas jóvenes. Sin embargo, el peso de la convivencia va imponiéndose, y las aspiraciones comunes van dando pie a las dudas, a las sorpresas. Los individuos se desnudan el uno para el otro y quizá no les guste tanto lo que ven debajo.
Más con la llegada de la otra pareja de la que hablaba. Hans y Sana llevan años juntos y la chispa inicial ha dado paso a una especie de política de pareja algo correosa en la que ambos han claudicado de la frescura y la espontaneidad. A él el cinismo se lo ha zampado. Ella se ha dejado vencer por el acomodamiento y está a esto de renunciar a su independencia femenina. Lo malo es que ambos parecen representar el futuro de Gitti y Chris.
Y aquí sobreviene la crisis. A Gitti aún le quedan muchas fuerzas por gastar, mucha resistencia juvenil y una llama que la quema por dentro. Chris se está convirtiendo en un panoli a pasos agigantados, casi al mismo ritmo que va dando paso a su yo más infantil, renunciando a cualquier compromiso: ella le insiste, con poco éxito, que le devuelva los «te quiero». Él se sale por la tangente con besos evasivos.
Gitti tiene ganas de gritar, de patalear, de vivir y de sentir. Chris, atontado inmaduro, le baja la voz.
Así, como Bergman en «Un verano con Mónika», Maren Ade nos va contando, a base de silencios, miradas y pequeñas decepciones, cómo va cayendo granito a granito el muro de una relación supuestamente a prueba de bombas. Cómo esa escapada estival hace mella dejando las puertas abiertas al desencanto, a la hostia de la edad adulta, más forzada que otra cosa.
Y lo hace de modo minimalista, observando los pequeños detalles más que montando pifostios sobredramatizados, guardándose las explosiones emocionales para contadas ocasiones en las que, con la misma serenidad que el resto del metraje, coloca su cámara a un distancia física prudencial. Pero a una distancia emocional peligrosamente cercana.
Vamos, que la directora agarra el bisturí y va soltando disimuladamente tajos a través de los que otear en el interior, aunque siempre desde un punto de vista meramente observacional, casi desde la indefensión de un espectador. Que al fin y al cabo es lo que somos nosotros.
De modo que toda la película está recorrida por una especie de naturalismo agradable que se va convirtiendo en algo como un naturalismo doloroso. El único «pero» es quizá un cierto desapego de la realización sobre la historia que intenta transmitir. Con lo que al final, el apartado puramente visual queda un pelín cojo: a pesar de que la fotografía está muy lograda, y es realmente adecuada, las soluciones escénicas no terminan de estar especialmente trabajadas. Quizá ese entorno rocoso en el que la pareja se monta una merienda campestre logre transmitir la rugosidad que va adquiriendo una historia que empezaba a desarrollarse en un ambiente estival, vegetal y agradable. A parte de esto, los criterios de planificación no se atreven a ir un paso más allá.
Así que, aunque la historia que se cuenta es de aquellas universales, conmovedoras por la cercanía de los sentimientos que se transmiten, habrá a quien los avatares sentimentales de Gitty y Chris les importen aproximadamente un bledo. Legítimo. Pero estos no tendrán demasiado donde asirse, mucha chicha que masticar.

Por lo demás, es difícil encontrar dramas románticos (o dramas sentimentales, o como se les quiera llamar) rodados con tanta sensibilidad y delicadeza, que resulten tan profundos sin necesidad de tirar de músicas ampulosas ni grandes giros de guión. Ni una estructura argumental tan incómoda, desacompasada y extrañamente rematada como «Entre nosotros». O como la propia vida, puestos a apuntar alto.
Junto a «Two Lovers«, dignifica el género esta temporada y lo revalida de cara a la la segunda década del siglo. Esperemos que vengan más.

7’5/10

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Xavi Roldan empezó la aventura casahorrorífica al poco de que el blog tuviera vida. Su primera crítica fue de una película de Almodóvar. Y de ahí, empezó a generar especiales (Series Geek, Fantaterror español, cine gruesome...), a reseñar películas en profundidad... en definitiva, a darle a La casa el toque de excelencia que un licenciado en materia, con mil y un proyectos profesionales y personales vinculados a la escritura de guiones, puede otorgar. Una película: Cuentos de Tokio Una serie: Seinfeld

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