Crítica de Epic: El mundo secreto
A pesar de no ser la octava maravilla, aquello de Robots no estuvo nada mal. Denostada en su momento a causa de la sobresaturación de un panorama que empezaba a estar copado por propuestas aparentemente más atractivas, lo cierto es que aquella fábula futurista para toda la familia guardaba ingentes cantidades de ingenio y pericia escénica. No, no fue lo más, pero nos bastó a algunos para preguntarnos durante un tiempo qué podía ser, y hasta qué límites podía llegar, lo nuevo de Chris Wedge, su responsable final junto con Carlos Sadanha, a la postre artífices del lanzamiento de 20th Century Fox hacia el mundo -vía Blue Sky Studios- de la animación digital. Saldanha se buscó la vida explotando franquicias y Wedge quedó como rezagado, probablemente pensando en un comeback elaborado y concienzudo, un producto que elevara el prestigio de Blue Sky, siempre maltratado por las irregularidades y los valores oscilantes de sus productos. Epic es la respuesta a ello, y lo parece también al humor de pólvora mojada de las sagas de Shrek y Madagascar (salvemos aquí la brillantísima tercera entrega) que parece explotar con aplastante olfato comercial la competidora DreamWorks.
Tampoco Pixar, ya inalcanzable, parece exactamente el modelo a seguir, a pesar de que muchos momentos y temas de Epic recuerden a Bichos cuando no a -posible influencia definitiva, si obviamos los Minimoys de Luc Besson- la maravillosa Arriety de Ghibli. No, quizá deberíamos colocar el intento en una zona a medio camino entre la aventura juvenil de los años ochenta y, especialmente, la animación clásica de Disney en un intento algo más contemporáneo que la muy intemporal -y estupenda- Enredados. Especialmente en virtud de esa voluntad de pretender distanciarse del producto habitual siendo más universal en su diseño de producción y en la construcción de su argumento. Y estando menos pendiente de ametrallar gags fugaces con fecha de caducidad y más de construir una trama reconocible.
Quizá demasiado reconocible. Tanto, que todo en Epic parece ya visto antes. Wedge juega con valores estándar, pero se olvida de aportar nuevas ideas, y al final todo resulta demasiado reminiscente de algo. Desde su premisa inicial, tintada de toques mesiánicos y según la cual una adolescente se miniaturiza para descubrir un mundo en guerra en su propio jardín, hasta el dibujo de sus personajes, un tanto arquetípico en sus reacciones y comportamientos. Pasando por esa trama clásica de forja del héroe y de protección del talismán tan manidas en el cine familiar del Hollywood de los últimos treinta años. Su obvio mensaje ecologista no ayuda precisamente, y al final el espacio donde desplegar la auténtica frescura es mínimo. Como si el director pareciera temeroso de no jugar sobre seguro y de despegarse de los temas y recursos habituales por no abandonar la zona de seguridad. El resultado, siendo correcto y a ratos cumplidor, es en la mayoría de momentos eminentemente insípido y carente de interés más allá de las contagiosas imágenes que vehiculan la trama.
Porque esa pretende ser la otra carta a favor. El diseño de producción, impactante, colorista, con una fuerte presencia del verde, representación de la vida, enfrentado al gris de lo marchito en esa especie de batalla totémica arcana. Un apartado visual que se despliega suntuoso en ambientes y decorados, que apuesta por el preciosimo sin llegar a rebasar lo kitsch y el esteticismo hueco. Pero que, también es cierto, parece olvidar que un trabajo tan pretendidamente sensorial debe aspirar a la excelencia técnica -esto, aun notable, está aún lejos de Pixar-. Y por otro lado terminan de lastrar la considerable apuesta visual un diseño de personajes un tanto homologable, excesivamente deudor del trazo clásico y conservador a la hora de romper estrepitosamente las líneas populares y los propósitos comerciales: atención a ese protagonista sospechosamente parecido en rasgos a Robert Pattinson. Un Pattinson que, dicho sea de paso, no se encuentra entre ese reparto de voces, elegante y solvente, por el que pasan Amanda Seyfried, Josh Hutcherson, Christoph Waltz, Colin Farrell o Beyoncé.
Al final, todo es muy correcto, muy pulcro y estimulante sólo a medias, especialmente en algunas escenas de acción bien montadas, en algunos conceptos e ideas bonitas (esa diferencia entre el tempo de los movimientos de ambos mundos, el humano y el diminuto, hermoso umbral entre ellos) y en los puntos en los que las cantidades de epopeya aventurera familiar y lirismo de cuento ilustrado para niños encuentra su mejor equilibrio. Por lo demás, la capacidad de enganche, el atractivo directo para niños y los incentivos más elaborados para adultos, quedarán un poco en entredicho.
6/10