Crítica de Éxodo: Dioses y reyes (Exodus: Gods and Kings)
Existen varios Ridley Scott, y todos tienen el factor susto a flor de piel. Está el de la ciencia ficción, que es quizá el más entretenido si bien corra el riesgo de caer en la chorrada máxima; el cercano, centrado en dramedias humanas, sociales, verosímiles, y que puede acabar en la mayor de las intrascendencias; y está el épico, que de todos es el que más asusta pues lo mismo sale con un timo realizado a desgana y con cuatro perras (lo de Robin Hood tenía poco perdón de Dios) que con un peñazo de proporciones bíblicas. Parece que este último es el que más ganas tiene de acaparar el protagonismo, lo cual es doblemente acojonante (oh, no, un nuevo desastre a lo El reino de los cielos no) si bien pueda jugar a su favor: y es que quizá sea la más distinguible de las personalidades de un cineasta a quien se le notan ya todos los tics, tanto positivos como negativos. Quizá en este sentido, con permiso de Los duelistas o Black Hawk derribado, Éxodo: Dioses y reyes sea la obra cumbre hasta la fecha del Scott épico. Por ser la que más en evidencia pone los valores del (cada vez más) cuestionado director, así como las principales carencias de su (siempre ensalzada) personalidad tras las cámaras. Y por ser la que más palo da de todas, hablando en plata.
Y es que al margen de los desencantos de su filmografía, hallamos en Noé el referente más inmediato en lo que a adaptaciones bíblicas se refiere y claro, toparse al cabo de tan poco con otra revisión de un mito en esencia prácticamente idéntico, tira para atrás. Máxime cuando allá donde Aronofsky aprovechaba al héroe (Russell Crowe, habitual de Scott, por cierto) para reconducir la historia original hacia un tremebundo conflicto interior del hombre enfrentado a sí mismo, el de Blade Runner se limita a repetir la cantinela de siempre, alterando lo justo y dejándolo todo en el inmenso y poco estimulante deus ex machina de siempre. Vamos, que le da un toque de color aquí, remoza un poco allá, y añade CGI en las grietas, pero en esencia, el Moisés de Christian Bale guarda demasiados parecidos con el de Charlton Heston, con la diferencia de que quizás el que ahora nos ocupa sea aún más pelele que el segundo. Pero es que ahí está el mayor de los tics del casi octogenario cineasta: el corte clásico (mal que le pese) de su estilo va de la mano de una voluntad muy evidente por convertirse en el nuevo DeMille. Las suyas son grandes producciones que sacrifican todo atisbo de riesgo en un afán de epatar como lo hacía el de Los diez mandamientos. El espectáculo del cine elevado a su máxima expresión. Y cuando Éxodo más pone en evidencia tales metas, mejor funciona en verdad, pues adquiere de manera casi natural un estilo de grandioso péplum de antaño (con el que su cineasta parece sentirse mucho más a gusto que cuando, en cambio, recurre a estilos y trucos más recientes y chirriantes). Como ocurriera con la timorata Gladiator, en definitiva, sólo que esta vez, confesadas sus miras desde el principio, parece salirle mejor la jugada.
Claro que sigue siendo Ridley Scott, un cineasta tan impecable y dado a los grandes fuegos artificiales, como preocupantemente incapaz de emocionar a la platea. Tan esmerado narrador puntual, como incapaz de reconocer las tremebundas descompensaciones de la totalidad de sus metrajes. ¡El de la que nos ocupa se va innecesariamente hasta los 151 minutos! Ni que decir tiene que un buen tijeretazo hubiera compactado mucho más un interés que va y viene, sobreviviendo en un mar de apatía que es la única sensación que se mantiene constante en todo momento. Mal endémico en su filmografía, sólo que en esta ocasión tal vez haya que buscar al culpable entre sus cuatro guionistas (entre ellos, Steven Zaillian), anclados en una serie de hirientes clichés pero casi autoparódicos, lo que hubiera tenido un pase de no ser por cierta búsqueda de credibilidad a la hora de explicar las siete plagas de Egipto o las mareas de cuando de cruzar un mar tocan. Descabellado choque de trenes que acaba resultando desconcertante.
Eso, y cuestionables decisiones de casting, empañan un espectáculo falto de alma, si se quiere, pero no de savoir faire. Y es que lejos de la escasez generalizada de Robin Hood, de la mediocridad plagiadora de Gladiator o del sopor de El reino de los cielos (o de 1492: La conquista del paraíso ¿creíais que nos habíamos olvidado de ella?) Éxodo consigue el ansiado sabor de Gran Espectáculo que tanto anhela Ridley Scott; un sabor que ya conocemos, para una intentona de nuevo clásico tan falta de ideas originales como cargada de momentos de pura épica (empujados por la banda sonora de Alberto Iglesias); tan anímicamente hueca como festiva; tan lograda y fallida a partes iguales como, en definitiva, los megalómanos ejercicios de DeMille. Y al final, eso es lo que se andaba buscando, ¿no?
6/10
Pues si, eso es lo que se busca en una pelicula que desde el mismo titulo ya apunta a eso: épica. No se le pueden pedir peras al olmo, que para eso ya esta Interstelar.