Crítica de A Field In England
Como si el británico Ben Wheatley no hubiera tenido suficiente con acaparar la atención de los nerds y freaks de medio mundo con sus éxitos subterráneos -hasta la fecha Down Terrace, Kill List y Turistas-, ahora el muy buen señor resulta que ha apretado las tuercas en lo indie y se ha marcado una apuesta superior a aquellas, personalísima y totalmente intransferible. E inigualable. Y raruna. Y post-todo, y con un síndrome de Asperger taquillero galopante. Y burra, drogota, bestial en muchos sentidos, abúlica en unos cuantos otros. Una propuesta curiosa y arriesgadísima a la que parece darle un poco igual lo que tú puedas pensar, aunque te garantiza que si estás aquí y decides quedarte, lo que vas a pensar son sólo cosas buenas. O malas, pero de esas que con la distancia y el filtro de postmodernidad adecuado de repente se convierten no en buenas, en muy buenas. Y que por el camino certifican la condición de multitask polivalente (por sus manos han pasado thrillers, comedias, relatos criminales y ahora esto) de un Wheatley que, de pronto, se ha convertido en uno de nuestros talentos jóvenes ingleses favoritos.
¿Qué es A Field In England? Bueno, que cada uno la vea, juzgue… y nos lo cuente. Porque nosotros no vamos mucho más allá de encasquetarle la etiqueta de OVNI fílmico, de extraño aparato pseudohistórico, de drama torcido. Lo que sí podemos alcanzar a decir es que se trata de un raro ejercicio de estilo situado en unas coordenadas extrañas, pero reconocibles al mismo tiempo, equidistantes a las películas medievales de Bergman, al existencialismo de Albert Serra, a la escuela polaca de finales de los 50, al fantastique europeo de los 60 y 70 (más concretamente el británico: Cuando las brujas arden), a Black Adder y a los Monty Python. Una amalgama de géneros y tonos que da cabida a un drama sucio, a un fantástico desquiciado, a un terrorífico enfebrecido, a una comedia negroide y a un relato histórico centrado en la Inglaterra del siglo XVII. Una Inglaterra más o menos mítica, pero alejada tanto de la contemporánea estilización de la suciedad como de la idealización camp del cine tradicional centrado en la Edad Moderna. No, esto es puro trip escandinavo en un abrasivo blanco y negro.
En plena Guerra Civil Inglesa tres tipos vagan por un campo siguiendo los consejos y designios de un aparente nigromante que les ha prometido un cofre repleto de objetos místicos. De ese planteamiento parte Wheatley y con él arma esta su fábula visceral y atávica, primitiva y oscura que pretende aproximarse a los sentimientos más primarios del ser humano cuando este se encuentra a si mismo en medio de una intoxicación de miedo, incomprensión y setas alucinógenas. Sí, la película tiene bastante de reflexión existencialista entorno a la muerte, entorno a los terrores cósmicos, la incomprensión y los impulsos de esclavitud y sumisión, de tortura y masoquismo. Pero en esencia no deja de ser un viaje metafísico hipnótico que, a poco que le dejen deviene en una experiencia alucinatoria, progresivamente delirante, altamente lisérgica y literalmente caleidoscópica.
Obviamente estamos ante una película extraña y contracorriente, que expone un entendimiento muy particular de la amistad (igual que Turistas hacía del amor) y de la narración histórica a partir del tratamiento de lo macabro, de la dispersión de límites entre lo real y lo mítico, entre lo naturalista y lo esotérico, oculto y místico, entre lo sano y lo chiflado. Una apuesta personalísima y arriesgada que no va a regalarle a Wheatley ningún seguidor extra y sí lo pondrá en cambio en contra de unos cuantos de los que quedaron enganchados de su Kill List. Pero que sí lo va a convertir en un tipo capaz de cosas asombrosas con los mínimos elementos -escénicos y de presupuesto- y de una visión del género, o los géneros, personalísima y arriesgada. Y además, A Field In England es una película rabiosamente lírica, de un impacto visual y sonoro absolutamente bestial. Hora y media arrebatadora, subyugante y enferma. Muy fans.
8/10